Saturday, January 10, 2009

7. LA RETENCIÓN

7. LA RETENCIÓN

Lo que apartas del mundo lo apartas de ti, pues no estás separado del mundo. En toda situación, lo que escatimas no lo tienes, porque sólo lo escatimas de ti mismo.
-7.16

7.1 Antes de continuar, es necesario producir una reversión ma­yor del pensamiento. Se ha dicho y subrayado muchas veces y lo diremos aquí también: aquello que das, en verdad lo recibes. Lo que no recibes es medida de lo que retienes. Tu corazón está acostumbrado a dar de una manera en que tu mente no lo está. Tu mente se apega a cualquier idea pen­sando en lo que puede traerte, y se resiente cuando ve que esa misma idea fructifica y tiene éxito en el mundo. "Yo tuve esa idea", sueles lamentar cuando otro tiene éxito donde tú has fallado. "Yo podría estar donde está esa persona si no fuese por la injusticia de la vida", te quejas. Tu mente habi­ta en un mundo propio hecho mayormente de "si tan sólo". Tu corazón, por otra parte, sabe dar y recibir sin los límites del mundo de tu mente o de las circunstancias físicas. A pe­sar de las decepciones más severas, tu corazón sabe que aquello que das en verdad lo recibes.

7.2 Aun así, hay partes de ti que le escatimas incluso al amor, y esto es lo que debemos corregir. Pues aquello que retie­nes, no lo recibes, y en consecuencia no recibes una parte del cielo o de Dios o de tu propio Ser. Para recibir de verdad, necesitas darte de manera completa. Por ahora nos concentraremos en la retención, pues aún no comprendes lo que puedes dar ni reconoces lo que tienes para dar. Pero puedes reconocer aquello que te guardas para ti y ob­servarlo en cada situación. A medida que tomes concien­cia de lo que retienes, podrás darte cuenta de lo que no das y, en consecuencia, de lo que tienes para dar.

7.3 En tu mundo, todo aprendizaje se fundamenta en la com­paración entre las cosas. Mediante la comparación buscas diferencias y las magnificas, nombras las cosas y las clasi­ficas, estableces contrastes y oposiciones para separarlas en grupos y especies. No sólo distingues y separas a cada individuo, sino también a grupos de individuos, porciones de tierra, sistemas, organizaciones, el mundo natural, el mundo mecánico, el cielo, la tierra, lo divino y lo humano.

7.4 Para identificarte a ti mismo en este mundo, has debido asirte a una parte de ti y decir: "Esto es lo que me hace único". Sin esta parte de ti que señalas como única, tu existencia parecería tener menos propósito del que parece tener. En consecuencia, aquello que has decidido que te distingue más, que más te separa del resto, es lo que más valoras.

7.5 Este pensamiento constituye todo un sistema en sí mismo, pues es el principal pensamiento por el que vives tu vida. Todos tus esfuerzos se concentran en sostener la ilusión de que debes proteger lo que eres, y que la protección con­siste en mantener a resguardo esta parte de ti. Así como el amor que has apartado de este mundo puede ser usado, también el pensamiento puede serlo, pues reconoce que estás tan apartado de este mundo como lo está el amor. Las duras realidades del mundo pueden reclamar tu cuerpo y tu tiempo, pero no permites que reclamen esta parte de ti que has resguardado y retienes en tu corazón. Sobre ella trabajaremos ahora.

7.6 Esta es la parte que grita nunca a aquello que quiere ven­certe. La vida siempre quita cosas —dices— pero nunca te quitará esto. Voluntad de vivir lo llaman quienes sienten su vida amenazada. Grito del individuo lo llaman quienes sienten que su identidad está amenazada. Para algunos es vocación creadora y para otros, el llamado del amor. Hay quienes no cambiarán esperanza por cinismo. Otros lo lla­man ética, moral, valores y declaran que nunca cruzarán ese límite. Es una declaración que proclama: "No vende­ré mi alma".

7.7 Regocíjate de que haya algo en este mundo que no nego­ciarás, algo que consideras sacrosanto. Este es tu Ser. Sin embargo, este Ser que guardas con tanta estima es lo que tienes que aprender a dar gratuitamente. Es el Ser que sostiene la luz de quien eres en verdad, el Ser que está uni­do al Cristo en ti.

7.8 A este Ser apelamos ahora. Escúchalo y guárdalo en tu corazón con alegría, junto con aquello que ya está en él: el amor que apartas y esa parte de ti que no cedes. Cuando aprendes que en verdad recibes aquello que das, verás que vale la pena dar lo que habita en tu corazón, pues eso será lo que recibirás.

7.9 Regresemos ahora a lo que retienes y veamos qué efecto tie­ne la retención sobre ti y sobre el mundo. La primera lección que necesitas aprender dice que el mundo no te separa. Eres tú quien se separa del mundo. Esto es lo que ha hecho el mundo así como es. Lo que retienes permite que gobierne la ilusión y que la verdad haya quedado encerrada en un sóta­no tan impenetrable y durante tanto tiempo, que la creíste olvidada. No te das cuenta de que ese sótano es tu propio corazón ni que aquello que has elegido separar y guardar en él es la verdad. Cuando creas en esto, y cuando creas que lo que das es lo que recibes, abrirás las puertas de par en par y todo el gozo que has separado de ti mismo regresará. Un fuerte viento barrerá tu corazón y todo el amor que le has negado al mundo será liberado en un gran intercambio. Flui­rá en todas direcciones y no dejará rincón del universo sin tocar. En un instante la eternidad vendrá a ti. La muerte será un sueño a medida que el viento de la vida sople de direc­ciones que están más allá de toda dirección e insufle hálito vital a lo que estuvo encerrado durante tanto tiempo. Des­pués de esto soplará sobre ti una suave brisa que nunca te abandonará y la vida respirará en unidad.

7.10 La retención que practicas adquiere muchas formas. Sin embargo, éstas no son más que meros efectos de la misma causa que mantiene a la verdad separada de la ilusión. Donde llega la verdad, la ilusión se disipa. La verdad no necesita que la protejas, pues cuando se acerca a la ilusión, brilla con su luz en las tinieblas y éstas dejan de existir.

7.11 Hay dos formas de apartar y retener: aquello de ti que guardas del mundo, y aquello del mundo que guardas pa­ra ti. Una ofensa, por ejemplo, es algo que eliges para ti, una parte de una relación que guardas con desprecio y amargura. No tienes conciencia de que eliges esta forma de retención decenas de veces por día. Una llamada telefónica sin contestar, un atascamiento de tráfico, una palabra grosera... todas estas cosas pueden convertirse en resentimientos que guardas y te rehúsas a abandonar. Es probable que empieces el día con varias de estas cosas en tu mente, donde las conviertes en razones para seguir reteniendo y escatimando. Ya tienes una excusa —o varias para tener un mal día. ¿Por qué habrías de darle algo a alguien cuando el día te trata tan mal? Incluso reprimes la sonrisa, porque eliges la ofensa por encima del amor.

7.12 Puedes optar por hablar sobre tu mal día con aquellos que encuentres, y si te muestran apoyo y comprensión, puede que decidas que has conseguido algo a cambio de tus resen­timientos, y si eso que has conseguido en el intercambio te resulta de igual valor, tal vez decidas abandonar los resenti­mientos. Pero si la respuesta no te satisface, la añades a tu lista de ofensas hasta que el peso de las cosas a las que te apegas es mayor de lo que puedes soportar. Buscas entonces a alguien en quien descargar el peso, con la esperanza de po­der pasarle masivamente tus ofensas. Si tienes éxito mediante el enojo, el despecho o la mezquindad, te sientes culpable y te refugias aún más en tu propia miseria.

7.13 No te das cuenta de que toda situación es una relación, inclusive aquellas tan simples como una llamada telefónica sin respuesta o un atascamiento de tráfico. En cada situación te relacionas con alguien o algo, y lo que sostienes en contra de ese alguien o algo, se lo escatimas y retienes. Le quitas una parte de ellos y la retienes para ti, no para unir sino para separar. Tampoco tienes conciencia de que tú también eres ob­jeto de esta clase de caprichos de tus hermanos y hermanas, por lo que hay partes de ti que quedan dispersas aquí y allá. Sabes que están perdidas, pero no sabes cómo las perdiste ni cómo las puedes recuperar. Lo que no sabes es que pue­des prevenir toda pérdida siendo uno. Lo que está unido no puede ser partido y desperdigado, pues permanece en uni­dad. Lo que está unido vive en paz y no conoce la ofensa. Lo que está unido mora intacto en el amor.

7.14 Existe otra manera de mezquinarte partes de una relación. No adquiere la forma de las ofensas sino la de sentirte es­pecial. Retienes para sentirte especial, siempre a expensas de otro. Todos tus esfuerzos por ser mejor que tus herma­nos y hermanas se traducen en competencia, envidia, co­dicia. Se relacionan con la imagen que tienes de ti mismo y tus desvelos por reforzarla. Tu deseo no es ser inteligen­te, sino m id inteligente que tus colegas. Tu deseo no es ser generoso, sino más generoso que tus pares. Es tu deseo de ser más rico que tu prójimo, más atractivo que tus amigos, más exitoso que los demás hombres y mujeres. Cavas en­tonces una trinchera contra individuos y grupos; equipos, organizaciones y naciones; religiones, vecinos y familiares. Es tu deseo de tener el control, o de tener más o ser más. Y así desarrollas una vida basada en la comparación de la ilusión con la ilusión.

7.15 Tú no crees que esto sea retener o escatimar, pero lo que reclamas como tuyo en desmedro de los demás es en verdad una retención. Y en tu mundo no sabes cómo obtener algo para ti sin quitárselo a otro. Inclusive adoptas la po­sición de escatimar tu inteligencia de los demás, no sea que lucren con ella. Quieres que tu inteligencia reciba recono­cimiento, pero quieres que sea reconocida como tuya. Si alguien quiere la inteligencia que tienes para ofrecer, debe dar algo a cambio. Puede ser admiración o dinero, es lo mismo. La demanda persiste, ya sea de la recompensa que se te debe pagar o del homenaje que crees debido. Si no es así, escatimas lo que tienes. Y agradeces estas cosas por las que puedes reclamar una recompensa del mundo, pues sin ellas tú serías el que debería pagar.

7.16 Éstos son sólo ejemplos de lo que escatimas del mundo y lo guardas para ti. ¿Cuáles son las cosas de ti que escatimas del mundo? En realidad, ambas categorías son similares, pues aquellas cosas que escatimas del resto, aquello por lo que exiges recompensa y no das libremente, tampoco las tienes para ti. Las ideas que guardas, la creatividad que sólo te beneficia a ti, la riqueza que acumulas, todas estas cosas carecen de utilidad cuando las retienes sólo para ti. Es como si no existieran. No te acercan a la verdad ni te brindan felicidad, ni pueden comprarte amor ni el éxito que buscas. Lo que apartas del mundo lo apartas de ti, pues no estás separado del mundo. En toda situación, lo que escatimas no lo tienes, porque sólo lo escatimas de ti mismo.

7.17 Necesitamos regresar a la relación y corregir rápidamen­te cualquier idea errónea, en especial las que convierten esto en un asunto trivial o un tema específico que no es ge­neralizable. Toda relación existe en la totalidad. Los ejem­plos que utilizamos antes tenían la función de ayudarte a reconocer la relación en sí misma, como algo distinto de los objetos, personas o situaciones con las que te relacio­nas. Ahora vamos a ampliar la idea.

7.18 Ampliar tu visión para que vaya de lo específico a lo ge­neral es una de las tareas más difíciles del proceso de aprendizaje. Te darás cuenta de ello cuando comprendas de qué manera tu pensamiento está atado a lo específico. Una vez más, entonces, apelamos al amor y a la sabiduría íntima del corazón. Tu corazón ya ve de manera más com­pleta que tu mente dividida. Incluso tu lenguaje y tus imá­genes reflejan esta verdad, esta diferencia entre la sabidu­ría del corazón y la mente. Se puede hablar de un corazón roto, pero la imagen que esta frase suscita es la de un corazón rasgado y abierto, no la de un corazón escindido. Tu cerebro, en cambio, está separado en hemisferios derecho e izquierdo, cada uno con su función. Y aunque tu cere­bro y tu mente no son lo mismo, tu imagen de la mente y de lo que hace o deja de hacer está vinculada a tu imagen del cerebro. Abandona esta imagen y concéntrate en la to­talidad de tu corazón, más allá de cómo lo percibas en la actualidad. Aunque esté herido, roto o entero, es una to­talidad dentro de ti, en el centro de quien eres.

7.19 Es desde este centro que la verdad alumbrará tu camino.

7.20 Desde este centro comprenderás que la relación existe en la totalidad. Hemos comenzado a desarmar la idea de que estás solo y separado, como un ser escindido del resto. Pero tu perdón de todo aquello que generó este malentendi­do aún no está completo ni lo estará hasta que tu compren­sión sea mayor. Pues no puedes abandonar la única realidad que conoces sin tener una comprensión aunque sea mínima de cuál es la verdad de tu realidad.

7.21 Si no puedes estar solo debes estar continuamente en re­lación. En consecuencia, la relación no depende de la in­teracción tal como la entiendes ahora. Resulta fácil ver la relación entre un lápiz y tu mano, entre tu cuerpo y otro, entre tus acciones y los efectos que parecen tener. Todas estas relaciones se basan en lo que te dicen tus sentidos, que son la evidencia en la que te has apoyado para comprender el mundo. Quienes han desarrollado cierta confianza en formas de conocimiento que no es­tán gobernadas por los sentidos aceptados son considerados sospechosos. Sin embargo, aceptas muchas causas pa­ra explicar cómo te sientes, desde variaciones en el clima hasta enfermedades invisibles. Les has dado a otros, a quie­nes consideras que tienen más autoridad, permiso para proporcionarte su versión de la verdad, y a fin de guardar coherencia eliges creer en la versión de la verdad que predomina en tu sociedad. Por este motivo la verdad difiere de un lugar a otro y hasta parece estar en conflicto. Te aferras a las verdades conocidas, aun cuando eres consciente de su inestabilidad en el tiempo y en el espacio. Por lo que finalmente te aferras a la única cosa segura que se infiltra en tu existencia: el conocimiento de que la muerte te llevará a ti y se llevará a todos tus seres queridos.

7.22 Date cuenta de que cuando se te pide que abandones esto, se te pide que abandones una existencia tan mórbida que cualquiera en su sano juicio la arrojaría por la venta­na con alegría y buscaría una alternativa. Esa alternativa existe. No en sueños ni fantasías, sino en la realidad. No en las formas y circunstancias cambiantes sino en eterna consistencia.

7.23 Acepta una nueva autoridad, aunque sea por el corto tiem­po que te lleva leer esto. Comienza con esta idea: te abri­rás a la posibilidad de que una nueva verdad se revele ante tu corazón esperanzado. Mantén en tu corazón la idea de que mientras lees estas palabras, y cuando termines de leerlas, su verdad quedará revelada. Deja que tu corazón se abra a una nueva clase de evidencia de lo que constitu­ye la verdad. No pienses en otro resultado que no sea tu felicidad. Y cuando ésta llegue, no la niegues, ni niegues su fuente. Recuérdate que cuando el amor venga a llenar tu corazón, no lo negarás ni negarás su fuente. No nece­sitas creer que va ocurrir. Sólo necesitas abrirte a la posi­bilidad de que ocurra. No le des la espalda a la esperanza que se te ofrece, y cuando la nueva vida fluya llevándose lo viejo, no olvides de dónde provino.



8. LA SEPARACIÓN DEL CUERPO
Dentro de tu corazón reside segura la realidad del amor; una realidad tan lejana que crees no recordarla. A esta realidad nos dirigimos cuando nos internamos en lo profundo de ti, hacia el centro de tu Ser
-8.9

8.1 A los pensamientos de tu corazón los has definido como emociones. Son diferentes de la sabiduría del corazón de la que ya hemos hablado: la sabiduría que sabe distinguir el amor, así como también tu ser. Trabajaremos ahora so­bre las emociones, los pensamientos del corazón, y discer­niremos la verdad de tu percepción de ella.

8.2 El propósito de esta lección es ayudarte a ver que las emo­ciones no son el verdadero pensamiento de tu corazón. ¿En qué otro lenguaje puede hablar tu corazón? En un lenguaje susurrado, tan apacible que quienes no cultivan la quietud no lo conocen. El lenguaje del corazón es el lenguaje de la comunión.

8.3 Nos referiremos a la comunión como la unión de nivel su­perior, aunque en realidad no hay niveles de unión. En el aprendizaje, la idea de que existen niveles resulta útil, pues ayuda a ver el progreso de una etapa, o nivel de aprendizaje, a otra. Aunque más que aprender se trata de recordar, cosa que entenderás a medida que recuperes la memoria. Tu corazón te ayudará durante el proceso de reemplazar el pensar por recordar. Y en este sentido, re­cordar habrá de experimentarse como el lenguaje del corazón.

8.4 No se trata de recordar los días pasados en esta tierra, sino de recordar quién eres tú en verdad. El recuerdo proviene de lo más profundo de ti, del centro en el cual estás unido a Cristo. No se refiere a tus experiencias, no refle­ja rostros ni símbolos. Es la memoria de la totalidad, del todo indiviso.

8.5 Multitud de pensamientos y emociones parecen bloquear tu camino a la quietud donde puedes hallar el recuerdo. No obstante, como ya has visto una y otra vez, el Espíri­tu Santo puede usar lo que tú has hecho para un propósi­to superior, cuando ese propósito está unido al del espíri­tu. Debemos explorar, entonces, una nueva forma de considerar las emociones, una forma que te permita usarlas para facilitar tu aprendizaje en vez de bloquearlo.

8.6 Piensas en el corazón como el lugar de los sentimientos y en consecuencia asocias las emociones con el corazón. Sin embargo, las emociones son reacciones del cuerpo a estí­mulos que te llegan a través de los sentidos. Así, la con­templación de una puesta de sol puede llenar tus ojos de lágrimas, el contacto de tu mano con la piel de un bebé puede hacerte sentir que tu corazón desborda de amor, las palabras duras que entran por tus oídos pueden hacer que tu rostro se ruborice y tu corazón se cargue de un senti­miento que llamas enojo o vergüenza, según las circuns­tancias. Cuando los problemas se acumulan y parecen demasiados pueden provocar una turbación emocional o un trastorno nervioso. En estas situaciones circulan en ti de­masiados sentimientos al mismo tiempo o te cierras y no das lugar a ninguno. Como con todas las demás cosas, anhelas un equilibrio que haga latir tu corazón sin sobresaltos, que surja una emoción por vez, que tus sentimientos sean controlables. Pero, por el contrario, te sientes con­trolado por los sentimientos, por emociones que parecen tener vida propia y un cuerpo que reacciona ante todo en formas que te hacen sentir incómodo, ansioso, eufórico o aterrorizado.

8.7 Ninguna de estas cosas refleja lo que tu corazón te diría, sino que esconde el lenguaje del corazón y sepulta la quietud bajo las siempre cambiantes facetas de una vida vivida en la superficie, como si tu piel fuese el cam­po de juego de todos tus ángeles y demonios. Aquello que podrías recordar es reemplazado por la memoria de estas emociones, tantas que no podrías contar las de un solo día, ni siquiera podrían hacerlo quienes dicen no te­ner emociones. No es a tus pensamientos que recurres en busca de motivos para el resentimiento, municiones para tu venganza o tristeza para tus recuerdos. Es a tus emociones, esos sentimientos que dices que provienen de tu corazón.

8.8 Qué tontería creer que el amor podría morar con semejantes compañías. Si éstas están en el corazón, ¿dónde está el amor? Si estas ilusiones fuesen reales no quedaría lugar para el amor, pero el amor habita donde no penetra la ilu­sión. Las ilusiones son como una costra que se adhiere a la superficie del corazón, pero que sin embargo no le im­piden cumplir con la función de llevar dentro de sí aque­llo que te mantiene a salvo.

8.9 Dentro de tu corazón reside segura la realidad del amor, una realidad tan lejana que crees no recordarla. A esta rea­lidad nos dirigimos cuando nos internamos en lo profun­do de ti, hacia el centro de tu Ser.

8.10 Incluso aquellos de ustedes que mantienen una percep­ción errónea saben que hay una diferencia entre lo super­ficial y lo profundo. A menudo sólo se ve la superficie de una situación, la superficie de un problema, la superficie de una relación, y esto es reconocido en el habla cuando decimos: "En la superficie parecería que...", seguido de intentos por ver debajo de esa superficie para descubrir las causas, motivaciones o razones de una situación, pro­blema o relación. A esto se lo suele llamar búsqueda de la verdad. Aunque la forma en que buscas la verdad allí donde no está hace que permanezca oculta, el reconoci­miento de que hay una verdad más allá de la superficie nos resultará de mucha utilidad en esta etapa, así como tu reconocimiento de que existe algo diferente de lo que apa­rece en la superficie.

8.11 ¿Qué pretendes hacer cuando intentas ver debajo de la superficie? ¿Pretendes ver debajo de la piel o en los rin­cones ocultos de la mente y el corazón? Sin unión nin­guna búsqueda revela la verdad. Y aunque hay una parte de ti que sabe esto, en vez de la unión prefieres entre­garte al juego de la especulación, la conjetura y las cau­sas probables. Buscas explicaciones e información en lu­gar de la verdad que dices tratar de encontrar. Buscas en el juicio antes que en el perdón. Buscas desde la pers­pectiva de la separación en vez de buscar desde la unión. Tal vez pienses que si supieras cómo es la unión la usarías ahora mismo para buscar la verdad u otros objeti­vos. Te gustaría resolver problemas, ser una persona que, como en una corte, separa el bien del mal, la verdad de la mentira, los hechos de la ficción. Pero no ves que lo que deseas es aún más separación, y que ésta no puede traerte la verdad.

8.12 Hasta tus más elevados deseos están cargados de este sen­tido de rectitud que te lleva a juzgar a los demás, más allá de la nobleza de la causa que dices seguir. Quisieras ver en la mente y el corazón de los demás con el fin de ayu­darlos, pero también para adquirir poder sobre ellos. Consideras que todo lo que ves es tu propiedad y lo que hagas con ello es tu privilegio. Si la unión fuese así, te re­sultaría peligrosa. Lucharías contra ella para proteger tus secretos. Esta percepción errónea de la unión te alejaría de la meta que buscas, que no es meta sino tu propia rea­lidad, el estado natural en el que existirías si no fuera porque, por decisión propia, has rechazado tu auténtica na­turaleza.

8.13 ¿Ves ahora por qué la unidad y la totalidad van de la mano? ¿Por qué no puedes retener una parte de ti mismo y al mismo tiempo darte cuenta de que la unidad es tu hogar? Si fuese posible existir en unidad y al mismo tiempo escatimar, la unidad sería una burla. ¿A quién le escatimarías? ¿Y de quién escatimarías? La unidad es totalidad. De todo para todo.

8.14 Hemos hablado de lo que está en la superficie. Hagamos ahora un experimento. Piensa que tu cuerpo es la superfi­cie de tu existencia y contémplalo. Toma un poco de dis­tancia de él, pues no es tu hogar. El corazón del que habla­mos no mora en él, y tú tampoco. Los cuerpos separados no pueden unirse en una totalidad. Fueron hechos para ale­jarte de la totalidad y para convencerte de la ilusión de la separación. Toma distancia. Contempla tu cuerpo sólo co­mo la superficie de tu existencia. Es lo que aparenta y nada más. No dejes que te impida ver la verdad, así como no dejas que otros aspectos superficiales te la escondan. Aunque no hayas encontrado la verdad, puedes reconocer qué cosas no lo son. Tu cuerpo no es la verdad de lo que eres, por más que lo parezca. Por ahora, lo consideraremos el aspecto superficial de tu existencia.

8.15 Daremos un paso más, pues muchos aún creen que aque­llo que está dentro del cuerpo es real: el cerebro y el cora­zón, los pensamientos y las emociones. Si tu cuerpo contuviera lo real, él también sería real, del mismo modo en que si una situación superficial contuviera la verdad, sería la verdad. Ahora bien, si tu cuerpo y lo que hay den­tro de él no son la realidad, te sientes desamparado, como si te hubieses quedado sin casa. Esta sensación es necesa­ria para que regreses al verdadero hogar, pues si estuvie­ses encerrado en tu cuerpo y lo aceptaras como tu hogar, no aceptarías ningún otro.

8.16 Tu "otro" hogar es el que sientes que has abandonado y al que anhelas regresar. Sin embargo, ya estás en él, y no po­drías estar en ninguna otra parte. Tu hogar está aquí. Piensas que esto es incongruente con la verdad tal como la estoy revelando, la verdad de que el cielo es tu hogar. Pero no lo es. No hay aquí en los términos en que tú lo piensas, desde la perspectiva de una localidad, un planeta, un cuerpo. Dios está aquí y tú tienes tu sitio en Dios. Éste es el único sentido en que deberías aceptar la noción de que perteneces a tal o cual sitio. Sólo cuando tomas conciencia de que Dios está aquí puedes decir que éste es tu sitio.

8.17 Ahora que has tomado distancia de tu cuerpo para parti­cipar de este experimento que te permite reconocer el elemento superficial de tu existencia, tomas mayor conciencia de que estás en un lugar y tiempo particular. Cuando tomas distancia para contemplar tu cuerpo, esto es lo que ves: una forma que se mueve en el tiempo y el espacio. Eres entonces más consciente de sus acciones y achaques, su fortaleza y su debilidad. Puedes darte cuenta de cómo gobierna tu existencia y preguntarte cómo podrías tener siquiera un momento sin conciencia de él.

8.18 Este momento sin conciencia del cuerpo fue descripto ma­ravillosamente en Un Curso de Milagros como el Instante Sagrado. Tal vez creas que la observación de tu cuerpo no es una buena manera de lograrlo, pero a medida que ob­servas, aprendes a tomar distancia de lo que ves. Pero es necesario recordarte que no debes observar con la mente sino con el corazón. Y esta observación contendrá una santidad, un don de la visión que está más allá de tu vista normal.

8.19 Comenzarás sintiendo compasión por este cuerpo que du­rante tanto tiempo has considerado tu hogar. Ahí va una vez más, durmiendo y despertándose. Llenándose una vez más de energía y malgastándola hasta sentir fatiga. Y lle­ga un nuevo día que saludas con tu corazón. Un nuevo día que te dice que todo pasa. A veces esto trae regocijo y, a veces, tristeza. Pero nunca puedes evadir el hecho de que cada día es a la vez un comienzo y un fin, y que la noche es tan cierta como el día.

8.20 En estos días que pasan se mueven muchos otros cuer­pos semejantes al tuyo. Cada uno es diferente, ¡y hay tantos! Cuando observas, es posible que aquello que ob­servas te resulte abrumador, es decir, la magnitud de todo lo que ocupa el mundo junto a ti. Algunos días te sen­tirás como uno de tantos, un pequeño e insignificante peón. Otros días te sentirás superior, la culminación del mundo y todos sus años de evolución. Habrá días en que te sentirás muy terrenal, como si éste fuese tu hogar na­tural. Habrá otros días en que sentirás lo contrario y te preguntarás dónde estás. Ahí está tu cuerpo, pero ¿dón­de estás tú?

8.21 Aunque no puedas observarlo, tomarás conciencia de có­mo el pasado camina junto contigo, y el futuro también. Ambos son como compañeros que por un instante vienen a distraerte pero se niegan a abandonarte cuando quieres que se vayan.

8.22 ¿Dónde viven el pasado y el futuro? ¿Adónde va el día cuando llega la noche? ¿Qué harás con todas estas formas que deambulan a lo largo de los días junto a ti? ¿Qué es lo que observas en realidad?

8.23 Esta es tu representación de la creación, la que comien­zas cada mañana y terminas cada noche. Cada día es tu creación, sostenida por el sistema de pensamiento que le dio origen. Observar esto es ver su realidad. Y ver esta realidad equivale a ver la imagen de Dios que tú has creado a semejanza de Dios. Una imagen que se basa en tu recuerdo de la verdad de la creación de Dios y tu deseo de crear como tu Padre. No es mucho más lo que puedes hacer en tu condición de olvido. Aun así, tiene bastante para decirte.

8.24 Todo se sostiene gracias al sistema de pensamiento que le dio origen. Pero hay dos sistemas de pensamiento: el sistema de pensamiento de Dios y el sistema de pensamien­to del ego o yo separado. El sistema de pensamiento del yo separado ve separación en todo. El sistema de pensa­miento de Dios ve unidad en todo. El sistema de pensamien­to de Dios es un sistema de permanente creación, renacimiento y renovación. El sistema de pensamiento del ego es un sistema de continua decadencia, destrucción y muer­te. ¡Y sin embargo en cuánto se parecen!

8.25 ¡Cómo se parece a la memoria el recordar una cosa hasta en sus más nimios detalles y sin embargo no tener idea de qué se trataba en realidad! Los recuerdos acaban deformados y distorsionados por lo que tú quisieras que fuesen. Todos po­demos evocar el recuerdo de por lo menos un incidente que cuando fue expuesto a la luz de la verdad resultó ser una gran mentira. Ocurre al recordar ocasiones en que creías que un ser querido te quería perjudicar cuando en realidad estaba tratando de ayudarte. O cuando recuerdas situacio­nes que te resultaban vergonzosas o destructivas pero en realidad buscaban enseñarte algo que necesitabas aprender para alcanzar el éxito del que ahora gozas.

8.26 Tu recuerdo de la creación de Dios es una memoria que conservas hasta en sus más mínimos detalles. Sin embar­go, los detalles enmascaran la verdad con tanto celo que acaban sometiéndola a la ilusión.

8.27 ¿Cómo puede ser que andes por el mismo mundo día tras día en el mismo cuerpo, que observes tantas situaciones semejantes, que te despiertes bajo el mismo sol y lo veas ocultarse cada noche, y aun así cada día resulte tan dife­rente que a veces te sientes feliz y a veces triste, un día tie­nes esperanza y al siguiente te hundes en la desespera­ción? ¿Cómo es posible que lo creado en forma semejante a la creación de Dios se oponga tanto a ella? ¿Cómo es po­sible que la memoria engañe los ojos y sin embargo no engañe al corazón?

8.28 Ésta es la verdad de tu existencia: una existencia en la que tus ojos te engañan pero tu corazón no cree en el engaño. Tus días prueban esta verdad. Lo que tus ojos ven puede engañarte un día, pero al día siguiente tu corazón ve más allá del engaño. Y así es como en tu mundo un día es la desdicha personificada y el siguiente es gozo puro.

8.29 Regocíjate de que tu corazón no se deja engañar, pues en ello reside tu camino al verdadero recuerdo.

9. EL REGRESO DEL PRÓDIGO

Los lirios del campo no siembran ni cosechan, y sin embargo nada les falta. Las aves del cielo viven para cantar de alegría. Tú también.
-9.32

9.1 Te preguntas cómo podemos decir que tu corazón no se deja engañar cuando tantas veces parece engañarte. Parece tan inconstante como tu mente, un día te dice una cosa y al siguiente, otra. Incluso parece más errático que tu mente cuando te lleva por caminos llenos de trampas y pe­ligros que desembocan en la oscuridad en lugar de la luz. Son tus emociones las que hacen esto, no tu corazón.

9.2 Las emociones hablan el idioma del yo separado, no el lenguaje del corazón. Son la primera línea de tu sistema de defensa, siempre vigilantes de lo que pueda lastimar al pequeño yo que creen bajo su protección, o a los otros pequeños yoes que tú crees bajo tu protección. Pero recuerda ahora cuánto se asemeja lo que tú has hecho a la creación, no en la sustancia sino en la forma. La crea­ción no necesita protección, y es sólo tu creencia en tal necesidad la causa de que tus sentimientos hayan quedado oscurecidos por la ilusión. Si no sintieras necesidad de proteger tu corazón, o los cuerpos que amas, tus sentimientos conservarían su inocencia y no podrían lastimarte.

9.3 El deseo de proteger tiene su origen en la desconfianza y su base en el temor. Si no existiese el temor, ¿qué habría que proteger? De esta manera, todo tu amor —el amor que imaginas albergar en ti y el que imaginas dar y reci­bir— está contaminado de temor y, por lo tanto, no puede ser amor real. Pero porque recuerdas el amor como aque­llo que te dio seguridad, te hizo feliz y te unió a los demás, intentas usarlo aquí. Es un recuerdo real de la creación que aparece distorsionado. Tu memoria defectuosa te ha llevado a creer que puedes usar el amor para sentirte seguro, feliz y unido a quienes eliges amar. Este no es el caso, pues el amor no puede ser usado.

9.4 De la misma manera has distorsionado toda relación, tor­nándola en algo real en la medida en que tiene un uso pa­ra ti. En tu memoria de la creación recuerdas que todas las cosas existen en relación y todas las cosas suceden en relación. Por lo tanto, eliges usar la relación para probar tu existencia y lograr que sucedan cosas. Este uso de la re­lación nunca te proporcionará la prueba o la acción que buscas, porque la relación no puede ser usada.

9.5 Mira a tu alrededor la habitación en que estás sentado y quítales su utilidad a todas las cosas que ves en ella. ¿Cuántas conservarías? Tu cuerpo también fue creado por su utilidad. Te separa, así como cada cosa de tu ha­bitación está separada por su utilidad. Pregúntate aho­ra: ¿para quién es útil tu cuerpo? La pregunta no se re­fiere a aquellos para quienes cocinas o limpias ni a aquellos cuyos cuerpos o mentes mejoras. La pregunta, en realidad, es ¿quién habrá visto un uso para un cuerpo como el tuyo antes de que fuese creado? ¿Qué clase de creador lo haría y con qué propósito?

9.6 Tú no creaste tu Ser, pero creaste tu cuerpo. Fue creado por su utilidad, al igual que todos los demás objetos que comparten el espacio que ocupas. Piensa por un instante en cuál puede haber sido la intención del creador de tu cuerpo. El cuerpo es una entidad finita, creada para sos­tenerse a sí misma pero también para destruirse a sí misma. Necesita mantenimiento constante, y esto requiere trabajo y esfuerzo. Cada centímetro de su superficie reci­be y transmite información, pero también posee herra­mientas adicionales como los ojos y oídos para incremen­tar la comunicación y controlar lo que entra y lo que sale. Es tan susceptible al dolor como al placer. Contiene los medios para la unión, pero para una unión de naturaleza temporaria. Es capaz de ser violento y también amable. Nace y muere en estado de desamparo.

9.7 El cuerpo no puede evitar ser así, pues fue hecho con un doble propósito: constituir un yo separado para luego glorificarlo, y castigar a ese yo separado por la separa­ción. Su creador tuvo en mente lo que el cuerpo refleja: engrandecimiento de sí mismo y exclusión, placer y do­lor, violencia y amabilidad. Un deseo de saberlo todo pero sólo a través del propio esfuerzo, un deseo de verlo todo pero sólo a través de sus propios ojos, un deseo de ser conocido pero sólo mediante lo que elige compartir. Junto con estos deseos resulta sencillo ver cómo se desarro­lló el mundo del cuerpo. Junto con el deseo de saber coe­xiste el deseo de no saber. Junto con el deseo de ver coexiste el deseo de no ver. Junto con el deseo de com­partir coexiste el deseo de ocultar. Junto con el deseo de vivir coexiste el deseo de no vivir más.

9.8 Siempre has sido tal como fuiste creado, pero esto es lo que elegiste hacer de aquello con lo que comenzaste. En otras palabras, tomaste aquello que siempre fuiste e hicis­te esto de ti. No creaste de la nada ni usurpaste el poder de Dios. Tomaste lo que Dios creó y lo convertiste en una ilusión tan potente que crees en ella en vez de creer en la verdad. Pero así como pudiste hacerlo, puedes deshacerlo. Ésta es la elección que tienes delante de ti: seguir cre­yendo en la ilusión que construiste o comenzar a ver la verdad.

9.9 Ahora buscas aprender la manera de escapar de lo que has construido. Para hacerlo debes retirarle tu fe. Todavía no estás preparado, pero tu corazón te pondrá en camino. Y al prepararte, caminas junto a aquel que te ha esperado con un solo propósito en vez de dejarte llevar por los de­seos conflictivos que te trajeron a este mundo extraño. Caminas con ligereza donde antes caminabas encadenado. Caminas con un compañero que te conoce tal como eres y te mostrará tu Ser.

9.10 Mira ahora tu cuerpo como antes miraste el espacio que ocupas. Si le quitaras al cuerpo su utilidad, ¿lo conservarías? Mientras tomas distancia y observas tu cuerpo, siem­pre con la visión de tu corazón, piensa para qué lo usarías. Lo que Dios creó no puede ser usado, pero lo que tú creaste sí, pues su único propósito es el uso. Elige usarlo para regresar a tu verdadero Ser, y este nuevo propósito cam­biará tanto su utilidad como su estado.

9.11 Todo uso se basa en la simple idea de que no tienes lo que necesitas. Mientras tus lealtades permanezcan divididas seguirás creyendo en ella. Mientras no retires toda tu fe de lo que tú has hecho, seguirás creyendo que permanece útil. Ya que éste es el caso, y ya que no puede ser cambiado sin que tú estés dispuesto a cambiarlo, en vez de igno­rar lo que has hecho, lo usaremos de otra manera. Debes tener en cuenta, sin embargo, que sólo lo hacemos para ganar tiempo, pues tu verdadero Ser no tiene necesidad de usar nada.

9.12 Como ya hemos aclarado, lo más útil para ti ahora es la percepción de tu corazón. Tan pronto como deshagas tus ilusiones respecto de él se te revelará la verdad, pues tus percepciones equívocas acerca del corazón están, de todos modos, más cerca de la verdad que cualquier otra. La me­moria de tu corazón es la más fuerte y pura que existe, y sus recuerdos te ayudarán a aquietar la mente y revelar el resto.

9.13 Regresamos entonces a la percepción de tus emociones y todo lo que te hacen sentir. En tus sentimientos, especialmente aquellos que no puedes nombrar, reside tu conexión con todo lo que existe. Esto es muy útil, pues lo que ya has nombrado y clasificado resulta mucho más difícil de desa­lojar e iluminar. Inclusive esos sentimientos que intentas nombrar y guardar en un casillero que has clasificado de tal o cual manera no siempre se conforman con permane­cer donde tú los colocaste. Parecen traicionarte cuando en realidad eres tú quien los ha traicionado al no dejarlos ser lo que en verdad son. Esto puede servir como una mues­tra de todo el problema: no permites que nada de lo que existe en tu mundo, incluyéndote a ti, sea tal como es.

9.14 Los sentimientos que parecen rebelarse con voluntad propia contra esta situación insana lo hacen guiados por recuerdos que tratan de revelarte la verdad. Te llaman desde un lugar que no conoces. El único problema es que el único que los escucha es tu yo separado, y en sus intentos por interpretar lo que dicen los distorsiona como a todo lo demás. Este yo separado siente la compulsión de calificar a los sentimientos como buenos o malos, apreciables o des­preciables. Tu lenguaje ubica a la emoción un paso por de­trás del temor en tu batalla por controlar o proteger lo que has construido.

9.15 El temor siempre subyace a muy corta distancia bajo la su­perficie de una situación porque subyace apenas bajo la superficie de tu yo. Si remueves el primer nivel de lo que tus ojos te permiten ver descubrirás que el miedo está al acecho. El siguiente nivel es el deseo de controlar o el deseo de proteger, según tu predisposición. En realidad am­bos son lo mismo, sólo que presentan rostros diferentes al mundo. Si, para los fines de nuestra exposición, el cuerpo es el nivel más superficial de tu yo y, por debajo de esa su­perficie, lo primero que encontramos es el temor, de ese miedo procederá todo lo demás. Debería resultar fácil comprender que los deseos de controlar o proteger no existirían sin el sustrato de temor que los precede.

9.16 El miedo, como todas las demás emociones, adopta mu­chos disfraces y recibe muchos nombres. Pero en realidad existen sólo dos emociones: una es el miedo, la otra es el amor. El miedo es la fuente de toda ilusión, el amor es la fuente de la verdad.

9.17 ¿Cómo podría carecer de temor alguien que está separado de todos los demás? No tiene importancia que los demás también parezcan estar separados. Nadie cree que los demás estén tan separados como él. Siempre parece que otros tienen aquello de lo que uno carece y, por lo tanto, busca. Parecerías estar solo en tu fragilidad y falta de amor. Los demás no te entienden ni conocen, ni tú puedes entenderlos.

9.18 Nada de esto es necesario, pues tú no estás separado. Las relaciones con las que pretendes poner fin a tu soledad pueden hacerlo si aprendes a verlas de otra manera. Co­mo con todos los demás problemas de percepción, el temor bloquea la visión de tu corazón, la luz que el Cristo en ti haría brillar en las tinieblas. ¿Acaso no puedes ver que cuando elegiste la separación también elegiste el temor? El miedo es sólo una opción que puede ser reempla­zado por otro tipo de elección.

9.19 Hemos dicho a menudo que causa y efecto son en verdad lo mismo. El mundo que ves es un efecto del temor. Todos sentimos compasión de un niño atormentado por pesadi­llas. El deseo más ferviente de todo padre sería poder de­cirle de manera fehaciente al niño que no hay nada que te­mer. Sin embargo, la edad no te ha quitado el miedo ni ha logrado que tu sueño de vida deje de ser una pesadilla. Aun así son pocos los momentos de compasión que te concedes, y cuando estas escasas ocasiones se presentan, rá­pidamente las reemplazas con afanes prácticos. Mientras no tienes reparos para disipar la pesadilla de un niño, no encuentras la manera de disipar la tuya. Escondes el mie­do bajo la superficie y detrás de cada uno de los nombres que le das en un intento desesperado por no verlo más. Vi­vir con miedo es en verdad una maldición, y una que in­tentas decirte que no existe. Entonces vuelcas tu mirada hacia otros, hacia quienes viven en países arrasados por la guerra o en vecindarios asolados por la violencia. Hay ra­zones para tener miedo, te dices; pero no aquí.

9.20 Ésta es la única manera en que has sido capaz de aliviar la pesadilla de una vida con temor. Proyectas el miedo hacia afuera de ti, lejos, sin ver que conservas aquello que pro­yectas, sin ver que los signos exteriores del temor son sólo reflejos de lo que llevas dentro.

9.21 Piensa ahora en alguien que hayas identificado con la vida de temor que tú niegas vivir. Imagina que puedes sacar a esa persona de ese lugar oscuro y peligroso. Tiene frío, por lo que enciendes un fuego y le das una manta abrigada para sus piernas. Tiene hambre, por lo que le preparas una comida abundante. La existencia de esa persona se desarrolla en la violencia que tú mantienes fuera de tu ca­sa, y desde tu santuario interior le das un momento de respiro de la guerra que arrecia allá afuera. Todo tu compor­tamiento e incluso tus fantasías dan testimonio de que crees que la ausencia de frío implica calor, que la ausencia de hambre es satisfacción, que la ausencia de violencia es paz. Crees que si puedes proporcionar aquellas cosas que son lo opuesto de lo que no quieres para ti, logras mucho. Pero el fuego sólo provee calor mientras se aviva, una comida sólo proporciona satisfacción hasta que existe nece­sidad de otra, tu puerta cerrada sólo te ofrece seguridad mientras la frontera que marca es respetada. Reemplazar lo transitorio con lo transitorio no es una respuesta.

9.22 Tal vez pienses que esto que acabo de decir es lo opuesto de la instrucción que te provee la Biblia. Allí se te instru­ye a dar de comer al hambriento, dar de beber al sedien­to y recibir al extraño. Más aún, dice que cuando haces esto con otra persona, a mí me lo haces. ¿Acaso piensas que yo necesito una comida, un vaso de agua o alojamien­to? Cuando estás atrapado en la ilusión de la necesidad, no hay duda de que estos actos de caridad tienen valor, pero este valor es pasajero. Mis palabras te llaman a lo eter­no, al alimento y el descanso del espíritu. Que dirijas tu vista sólo al cuidado del cuerpo es un ejemplo más de un reemplazo por lo opuesto.

9.23 ¿Acaso no es ésa tu manera de resolver todos los problemas que enfrentas? Ves aquello que no quieres e intentas reemplazarlo con lo opuesto. Tu vida, entonces, se va en una lu­cha contra lo que tienes, por lo que no tienes. Para aclarar esto basta un ejemplo. Sientes una carencia, entonces deseas. Quieres, quieres y quieres. Estás convencido de que no tie­nes lo que necesitas, por lo tanto te colocas continuamente en el lugar de la necesidad. En consecuencia, gastas tu vida tratando de satisfacer tus necesidades. Para la mayoría, esto adopta la forma del trabajo. Así es como te pasas la vida trabajando para satisfacer tus necesidades y las de tus seres queridos. ¿Qué harías con tu vida si no tuvieses necesida­des que satisfacer? ¿Qué harías con tu vida si no tuvieses temor? Estas dos preguntas son en realidad la misma.

9.24 El único reemplazo que habrá de satisfacer tu búsqueda es el reemplazo de la ilusión con la verdad, el reemplazo del temor con el amor, el reemplazo de tu yo separado por tu Ser real, el Ser que mora en la unidad. Es tu conoci­miento de que esto debe ocurrir lo que te lleva a intentar toda clase de reemplazos. Puedes continuar de la misma manera, esperando siempre que el próximo reemplazo sea el que te proporcione lo que deseas, o puedes decidirte por el único reemplazo que sirve.

9.25 La única renuncia que se te pide es a tu insana noción de que estás solo. Hablamos aquí del cuerpo sólo porque es lo que tú eriges como prueba de la validez de esta noción demente. También es la prueba que garantiza una vida de temor. ¿Cómo no podrías temer por la seguridad de un hogar tan frágil como el cuerpo? ¿Cómo podrías negarte a proveer la próxima comida para ti y para tus seres queri­dos? No ves de qué te puede privar la distracción de sa­tisfacer necesidades.

9.26 Sin embargo, la misma realidad que has construido —la realidad de que no puedes tener éxito a pesar de tus esfuerzos— es una situación que te permite la relación. Así como son las demás cosas que recuerdas de la creación y haces a su imagen, así también es esto. Al hacer de ti un ser separado y solo, también has hecho necesario que pa­ra sobrevivir necesites estar en relación. Sin relación tu misma especie dejaría de existir; más aún, toda la vida se extinguiría. Es obvio entonces que debes ayudar a tu hermana y a tu hermano, pues ellos son como tú y son tu po­sibilidad de aprehender la eternidad aun dentro de la fal­sa realidad que has construido.

9.27 Volvamos al ejemplo de saciar el hambre de tu hermana y la sed de tu hermano. No es sólo una lección sobre la sa­tisfacción del hambre y la sed del espíritu, sino también una lección sobre la relación. En la satisfacción de la ne­cesidad de otra persona se produce una relación que le confiere al gesto un valor perdurable. Tu voluntad de de­cir: "Hermano, no estás solo" constituye el mayor benefi­cio de la situación, no sólo para tu hermano sino también para ti. Cuando dices: "Hermana, no estás sola", el ham­bre y la sed del espíritu se satisfacen en la plenitud de la unidad. Al darte cuenta de que no estás solo tomas conciencia de tu unidad conmigo y comienzas a desplazarte del temor al amor.

9.28 No eres tu propio creador. Ésta es tu salvación. Tú no has creado alguna cosa de la nada. Empezaste con algo, y ese algo es lo que Dios creó, y permanece tal como Dios lo creó. No es necesario que fuerces tus creencias más allá de estas simples afirmaciones. ¿Son acaso tan imposibles que no puedes aceptarlas? ¿Es tan imposible imaginar que aquello que Dios creó resultó distorsionado por el deseo de que tu realidad fuese distinta de como es? ¿Acaso no has sido testigo de la manera en que esta distorsión suce­de en la realidad que ves? ¿No es ésta la historia del hijo o hija que derrocha todos los bienes que le fueron dados por no verlos o por distorsionar su utilidad?

9.29 Ustedes son las hijas e hijos pródigos constantemente invi­tados a regresar al hogar, al abrazo de bienvenida del Padre.

9.30 Piensa en tu computadora, tu automóvil o cualquier otra cosa que usas. Sin usuario, ¿tendría alguna función? ¿Sería algo? Un automóvil abandonado y sin alguien que lo use podría convertirse en un hogar para una familia de ra­tones. Una computadora podría cubrirse con una tela y depositarle arriba un florero. Alguien que no sabe para qué sirve podría usarla para lo que se le ocurra, pero jamás intercambiaría funciones con ella. En un accidente, no se le puede echar la culpa al automóvil por los errores cometidos por el usuario. Sin embargo, este cambio de funciones se asemeja a lo que has querido hacer y es co­mo echarle la culpa del accidente al auto. Tú has intentado intercambiar funciones con el cuerpo diciendo que és­te te usa a ti, y no lo contrario. Lo haces a partir de la culpa, para tratar de depositarla en algo exterior a ti. "Mi cuerpo me llevó a hacerlo" es como la excusa de un niño con un amigo imaginario. De esta manera, el niño anun­cia que su cuerpo está fuera de su control. ¿Qué es tu ego sino un amigo imaginario para ti?

9.31 Hijo de Dios, no necesitas un amigo imaginario cuando tienes a tu lado a aquel que es tu amigo por siempre y te mostrará que no tienes necesidades. Aquello que realmen­te eres no puede ser usado, ni siquiera por Dios. ¿Acaso no ves que sólo en la ilusión puedes usar a tus semejantes?

9.32 Aprendes el concepto de usar a los demás de la realidad que has construido, en la cual usas el cuerpo que tú llamas hogar e identificas como tu ser. ¿Cómo pueden ser uno y lo mismo aquel que usa y el objeto usado? Esta locura hace que el propósito de tu vida parezca útil. Cuanto más útil sea tu cuerpo para ti y para otros, más valor le adjudicas. Han pasado edades desde el comienzo de la creación y aún no has aprendido la lección de las aves del cielo y las flo­res del campo. Han pasado dos mil años desde que se te dijo que observaras esta lección. Los lirios del campo no siembran ni cosechan, y sin embargo nada les falta. Las aves del cielo viven para cantar de alegría. Tú también.

9.33 La voluntad de Dios para ti es la felicidad y nunca ha sido de otro modo. La creación de Dios es eterna y en ella el tiempo no tiene utilidad. El tiempo también es construc­ción tuya, y como tal es otra idea que se salió de quicio, pues una vez más permitiste que una cosa hecha para tu uso se convierta en el usuario. Con tus propias manos en­tregas toda tu felicidad y poder a aquello que tú mismo hi­ciste. Importa poco si al hacerlo imitaste aquello que tu frágil memoria recuerda de la creación de Dios. Sólo Dios puede conceder el libre albedrío. Y al entregarle tu poder a cosas como tu cuerpo e ideas como el tiempo, tu imita­ción del don del libre albedrío queda tan falsamente depo­sitada en la ilusión que no puedes ver su locura. El cuer­po no tiene uso para tu poder y el tiempo no fue hecho para tu felicidad.

9.34 El libre albedrío que Dios te dio es el que te ha permitido construirte a ti mismo y a tu mundo de acuerdo con tu vo­luntad. Ahora miras ese mundo con culpa y lo ves como evidencia de tu naturaleza maligna. Refuerza tu idea de que has cambiado demasiado como para volver a ser digno de tu verdadera herencia. Y a ésta temes arruinarla. La única cosa que te probaría como el heredero sería enmen­darte y enmendar el mundo, restaurarlo a una condición previa que imaginas conocer. En este escenario Dios se parece más a tu banquero que a tu Padre. Estás más dis­puesto a demostrarle a Dios que "tú puedes" antes que a pedirle su ayuda.

9.35 Mientras no quieras ser perdonado no sentirás la caricia amable del perdón sobre ti y tu mundo. Y aunque en rea­lidad este perdón no es necesario, así como tampoco es real ese gran cambio que crees haber atravesado, el deseo de ser perdonado es el primer paso para dejar atrás la creencia de que puedes arreglar las cosas por ti mismo y, al hacerlo, ganarte el regreso a la casa del Padre. El deseo de ser perdonado precede a la expiación, el estado en el cual permites que tus errores sean corregidos. Estos errores no son los pecados de que te acusas, sino simplemen­te tus errores de percepción. La corrección, o expiación, te regresa a tu estado natural, donde mora la verdadera vi­sión y el pecado desaparece.

9.36 Tu estado natural es la unión, y cada vez que te unes en una relación sagrada, parte del recuerdo de esa unión re­gresa a ti. En cada relación especial que empiezas buscas este recuerdo de tu divinidad, pero tu verdadera búsque­da queda oculta debido a la interferencia del concepto de uso. Mientras tu corazón busca la unión, tu yo separado busca lo que puede servirle para llenar el vacío y aliviar el terror de la separación. Lo que tu corazón busca en el amor, lo encuentra; pero tu yo separado trata de impedirlo convirtiendo cada situación en un medio para servir a sus fines. En la medida en que veas la unión como un medio para evitar la soledad, no la ves como aquello que es en realidad.

9.37 Has puesto límites a todas las cosas de tu mundo. Y estos límites demarcados por la utilidad bloquean el regreso de tu memoria. Una relación de amor, aunque sea un gran logro debido a la intimidad que alcanzas con un hermano o hermana, aún está limitada por lo que tú pretendes. Su propósito es compensar una carencia. Ésta es tu definición de plenitud. Encuentras en otra persona lo que a ti te fal­ta y juntos comparten la sensación de completarse.

9.38 Una vez más, ésta es una distorsión de la creación. Recuerdas que la plenitud se logra mediante la unión, pero no recuerdas cómo. Has olvidado que sólo tú puedes rea­lizarte. Crees que si juntas varias partes puedes armar el todo. Hablas de equilibrio y tratas de buscar algo para una parte de ti en un lugar y otra cosa para otra parte de ti en un lugar distinto. Ésta cubre tu necesidad de amistad y la otra tu necesidad de estímulo intelectual. En una activi­dad expresas tu creatividad y en otra tu espiritualidad. Co­mo una cartera de inversiones, crees que diversificar los distintos aspectos de ti mismo protege tus bienes. Tienes miedo de "poner todo los huevos en una canasta". Crees buscar un balance entre las cosas que calificas de trabajo aburrido y lo que calificas de diversión. Al hacerlo, crees usar tu tiempo con inteligencia y te calificas como "un in­dividuo sensato". Si no buscas más que esto, no realizarás más que esto.

9.39 Buscar lo que has perdido en otras personas, lugares y co­sas no es más que un signo de que no entiendes que lo per­dido aún te pertenece. Extrañas lo que has perdido, pero no se ha ido. Lo que has perdido está oculto para tus ojos pero no ha desaparecido ni se ha extinguido. Lo que has perdido es valioso, y tú lo sabes, pero no sabes qué es. Una sola cosa es segura: cuando lo encuentres sabrás que lo has hallado. Te brindará felicidad, paz, contento y un sentido de pertenencia. Te hará sentir que tu tiempo aquí no ha sido en vano. Sabes que cualquiera que sea el derrotero de tu vida, si en tu lecho de muerte no has encontrado lo que buscaste, no te irás en paz. No tendrás esperanzas en lo que hay nulo allá de la vida, pues no encontraste esperan­za en la vida.

9.40 Tu búsqueda de lo ausente se convierte entonces en tu ca­rrera contra la muerte. Lo buscas aquí y allá y te apresu­ras de una cosa a la siguiente. Corres esta carrera en soledad, a la espera de una victoria individual. No te das cuenta de que si te detienes y tomas la mano de tu herma­no, tu marcha se convertirá en un valle de lirios y hallarás tu Ser del otro lado de la línea de llegada, donde por fin podrás descansar.

9.41 La idea de descansar en paz es para los vivos, no para los muertos. Pero mientras sigas corriendo, no lo sabrás. La competencia por el logro individual se ha convertido en el ídolo que glorificas, y no necesitas ir demasiado lejos pa­ra comprobarlo. Esta idolatría te enseña que la gloria es para unos pocos, por lo que te preparas en la largada y te propones obtenerla. Corres la carrera tanto como puedes y, ganes o pierdas, tu participación es la ofrenda que le haces al ídolo. Y cuando llegas al punto en que no puedes co­rrer más, te inclinas ante los que han alcanzado la gloria; ellos se convierten en el ídolo y tú en el súbdito que miras con envidia y asombro lo que hacen. Les rindes homena­je. Les dices: "Me gustaría ser como tú", y delegas en ellos la plenitud al mismo tiempo que abandonas toda esperan­za de plenitud real en tu vida. Te entretienes, conmueves o excitas. Te diviertes viendo cómo los gladiadores se matan entre sí. En esto tu noción de uso se despliega hasta en sus más horribles detalles.

9.42 ¿Qué es esto sino una demostración, en una escala más amplia, de lo que vives cada día? Toda sociedad, grupo, equipo u organización es un retrato colectivo del deseo individual. Los esclavos y los amos se usan unos a otros y la misma ley sujeta a ambos. ¿Quién es amo y quién esclavo en este cuerpo que llamas hogar? ¿Qué libertad tendrías sin las demandas que el cuerpo te impone? Lo mismo po­dría preguntarse acerca de este mundo que ves como hogar de tu cuerpo. ¿Quién es amo y quién esclavo cuando ambos están sujetos por la misma atadura? La gloria que confieres a los ídolos es también una atadura. Sin tu ido­latría su gloria dejaría de existir, por lo que ellos también viven en el temor, igual que el de quienes los idolatran.

9.43 El uso, cualquiera que sea su forma, conduce a la atadura. En consecuencia, percibir un mundo basado en el uso es ver un mundo donde la libertad resulta imposible. Aquello pa­ra lo cual necesitas a tu hermano o hermana se fundamen­ta en la premisa insana de que la libertad puede ser comprada y que el amo es más libre que el esclavo. Aunque ésta sea una ilusión, es la ilusión buscada. El precio es la utili­dad, por lo que cada relación se convierte en un regateo donde entregas tu utilidad a cambio de la de otro. Un em­pleador tiene un uso para tus capacidades y tú tienes un uso para el salario y los beneficios que el empleador ofrece. Un cónyuge es útil de diversas maneras que complementan las áreas en las que tú eres útil. Una tienda te proporciona bie­nes que tú utilizas y tú le provees capital que su propieta­rio utilizará. Si posees belleza o talento artístico o deporti­vo utilizable, te sientes afortunado. Un rostro bonito y un cuerpo en forma pueden intercambiarse por mucho. No es ningún secreto que vives en un mundo de oferta y deman­da, donde a partir del concepto simple de individuos que necesitan de la relación para sobrevivir se desarrolló una compleja red de uso y abuso.

9.44 El abuso es un uso impropio, en una escala que torna ob­via la locura del uso tanto para quien usa como para quien es usado. Observa los patrones de abuso en todo, tanto de las drogas y el alcohol como del maltrato físico y emocio­nal. Como los ejemplos de tu vida diaria, éstos también son demostraciones de deseos internos llevados al extremo, sólo que en vez de reflejarse en el grupo se reflejan en el in­dividuo. Si se comprendiera qué refleja el abuso, los indi­viduos que están presos de él le harían un servicio al mundo. Como todo extremo, simplemente señala lo que en instancias menos extremas es lo mismo: el uso es im­propio.

9.45 Lo que hace impropio al uso es su propósito. El Espíritu Santo puede guiarte para que uses las cosas que has hecho en forma tal que beneficien a todos. Ésta es la distin­ción entre uso propio e impropio, o uso y abuso. Tú usas para beneficio del yo separado. Cuando esto se magnifica, la fuerza destructiva del abuso se torna evidente. Nuevamente depositas la culpa fuera de ti y acusas a las drogas, el alcohol, el tabaco, el juego e incluso los alimentos de ser fuerzas destructivas. Es como culpar al automóvil por el accidente, es confundir usuario y usado. Toda la confusión surge de tu renuncia a tu propio poder y la entrega de és­te a las cosas que tú mismo has construido.

9.46 Voy a insistir en que éste es un intento erróneo de seguir el camino de la creación. Dios dio poder a sus creaciones y tú quieres hacer lo mismo. Tu intención no es mala, pero está orientada por la culpa y el falso recuerdo del yo separado. Tanto como deseas autonomía de Dios, sigues culpando a Dios por crear una situación en la que crees que puedes lastimarte. ¿Cómo puede permitir Dios todo este sufrimiento?, preguntas. ¿Por qué te tienta con fuerzas tan destructivas? ¿Con fuerzas que escapan a tu control? ¿Por qué no creó Dios un mundo benigno que no pueda lastimarte?

9.47 Sin embargo, así es el mundo que Dios creó: un mundo tan amoroso y pacífico que cuando vuelvas a verlo llora­rás de alegría y olvidarás de inmediato la tristeza. No ha­brá recuerdos que te produzcan remordimiento ni lamen­tarás los años en que no lo viste. Habrá simplemente un alegre " ¡Ah!", como si algo olvidado hace mucho regresa­ra a ti. Te reirás de los juegos infantiles a los que jugabas. Tu inocencia aparecerá con toda claridad y nunca volve­rás a olvidar que el mundo que Dios creó te pertenece a ti y tú a él.

9.48 Todos tus desvaríos serán vistos como lo que son. Todos tus deseos quedarán revelados como solamente dos: el deseo de amar y el deseo de ser amado. ¿Por qué esperar para ver que sólo estos dos deseos son los que te indu­cen a todas las extrañas conductas que adoptas? Aque­llos que se entregan al abuso no hacen más que llamar con voz más alta al amor que buscan todos. No les cabe juicio, pues aquí todos son abusadores, comenzando por sí mismos.

9.49 En un mundo regido por el uso, los intentos por modifi­car las conductas abusivas no tienen sentido. Los funda­mentos del mundo deben cambiar, y el estímulo para el cambio está dentro de ti. El uso ha reemplazado .a la unión. En vez de reconocer tu unión, un estado en el que te sientes completo porque estás unido a todo, has decidido vi­vir apartado y usar al resto como sustento de tu separa­ción. ¿Puedes ver la diferencia entre estas dos posiciones? ¿De qué manera tu camino es mejor que el camino que Dios creó para ti totalmente libre de conflictos? A pesar de tus bravos intentos por permanecer separado, necesi­tas usar a tus hermanos y hermanas a fin de mantener la ilusión de separación. ¿No sería mejor terminar con esta farsa y admitir que no fuiste creado para la separación sino para la unión? ¿No sería mejor desprenderte de tu temor a la unión, y al mismo tiempo desprenderte de tu compulsión al uso?

9.50 ¡Qué diferente sería el mundo si al menos por un día reemplazaras el uso por la unión! Pero antes de que pue­das empezar, necesitamos ampliar estas lecciones que aprendes observándote a ti mismo. Pondremos al descu­bierto la ilusión de que puedes ser usado por tu cuerpo, pues ésta conduce a todas las demás ilusiones de uso.

10. USO Y COMPRENSIÓN

Has llegado a una puerta, has cruzado un umbral. Lo que tu mente todavía niega, no lo niega tu corazón. Un pequeño destello de memoria se ha filtrado hasta ti y no te abandonará al caos que prefieres.
-10.32

10.1 En primer lugar, consideremos aquello que el cuerpo ha­bría de usar. Aunque te sientes esclavo de él y bajo el yu­go de su control, ¿qué podría controlar? ¿Cómo podría impulsarte a hacer cosas que no eliges hacer? Aprende bien esta lección, pues en ella reside la cura de toda en­fermedad y la esperanza de toda salud. ¿Cómo puede ser que el cuerpo parezca decirte lo que sientes y te lle­ve a actuar en concordancia con sus sentimientos? En sí mismo, el cuerpo es neutral. Pero mientras tú le atribu­yas la posibilidad de darte placer, también te traerá do­lor. No puedes elegir el uno sin el otro, porque la elec­ción es la misma. El cuerpo es una herramienta que tú usas para mantener la ilusión de la separación. Su apa­rente poder se debe a que tú crees depositar poder en él. Pero lo que tú has hecho no puede ser investido del po­der de la creación sin que tú te unas a él. ¿Acaso puedes estar vinculado a algo en un grado mayor que el vínculo con tu propio cuerpo? Si no estás unido con esta pre­sencia que llamas hogar, ¿cómo puedes estar unido con otros?

10.2 Necesitamos regresar ahora al concepto de relación, pues el pensamiento de cuerpos unidos de manera más íntima que la unión que sientes con el cuerpo que llamas propio es francamente ridícula. La unión ocurre en la relación, no en la forma física. La unión no es la abolición de una cosa para construir otra; la unión hace que cada una de ellas sea plena, y en esa plenitud sea una con todas las demás. Esta clase de unión nunca dejó de existir, pero mientras tú no te des cuenta de que existe, sus beneficios quedan fuera de tu alcance. Ahora bien, por más que lo desee, que yo te diga acerca de la verdad de tu existencia no es suficiente para que tomes conciencia de lo que por tanto tiempo has escondido de ti. Yo sólo puedo decirte hacia dónde mirar a fin de ahorrarte los incontables años de buscar la verdad donde no está, si tan sólo buscases donde yo te lo pido.

10.3 Hay aspectos de lo que te digo que estás dispuesto a asu­mir de manera inmediata y otros que no comprendes o que esperarías un poco antes de llevarlos a la práctica. Sin em­bargo, lo que en verdad no comprendes es la plenitud. Todas las cosas existen como una totalidad, incluso el siste­ma de pensamiento que has construido para proteger la ilusión. Tu sistema de pensamiento es coherente como sistema, pero al mismo tiempo está lejos de la verdad. No puedes abandonar algunas partes y retener otras, pues al retener una parte, retienes el todo. Esto sólo lleva al apa­rente fracaso del aprendizaje. Es imposible que fracases en aprender aquello que Dios quiere enseñarte, pero no puedes aprenderlo por partes. El sistema de pensamiento de la verdad es tan coherente como el sistema de pensamiento de la ilusión, no puedes tomar lo que deseas y dejar el resto. Por lo tanto, continuaremos señalando las di­ferencias entre ambos sistemas de modo que tus ideas va­yan cambiando hasta el momento en que tu corazón tome la delantera y realice las elecciones que necesitas hacer. Tu corazón —que no debes confundir con el órgano que bom­bea sangre al cuerpo, sino identificar como el centro de tu ser— no posee un sistema de pensamiento aparte del tuyo y debe existir en la realidad donde crees estar.

10.4 Toda transformación comienza en la fuente, y esto es tan cierto respecto de la verdad como de la ilusión. Ves tu cuerpo como tu ser, y tu ser como la fuente de todo lo que has hecho y sentido a lo largo de tus días sobre la tierra. Sin embargo, tu verdadera fuente se encuentra en el cen­tro de tu Ser, el altar a tu Creador, el Ser que compartes en unión con Cristo. Cristo es la "parte" de Dios que resi­de en ti, no de forma separada sino en la eterna totalidad en la que tú y Dios existen juntos.

10.5 Para todos aquellos que han viajado durante mucho tiem­po, así como para quienes recién comienzan, el abandono del cuerpo como hogar y fuente constituye el mayor obs­táculo para superar. A medida que observas el cuerpo y te atreves a pensar en una vida sin él, te topas una y otra vez con su realidad. Cuando la conciencia de él comienza a abandonarte es cuando comienzan a acosarte los dolores de cabeza, de espalda y otras aparentes afecciones. Éste es el yo separado que has construido y que te llama de re­greso al cuerpo para demostrarte que es insuperable. Lle­gado este punto, muchas personas intentan no prestar atención a estas afecciones como una manera de vencerlas con el pensamiento, pero cuando el éxito tarda, acaban viéndolas como evidencia de su apego al cuerpo. Es nece­sario cuidarse de las pretensiones de alejarlas con el pensamiento para poner milagros en su lugar. Este deseo sólo demuestra que no conoces la fuente de curación y, por lo tanto, no estás listo para ser sanado.

10.6 Que todavía no estés preparado no significa que no vayas a estarlo, así como perder una cosa no significa que ésta haya dejado de existir. Sin embargo, tu yo separado bus­cará todas las pruebas posibles del fracaso y con la mayor prontitud se encargará de indicarte que es inútil tratar de ser algo distinto de lo que eres: un cuerpo. Esto es un "hecho", susurrará constantemente en tu oído, y la mentira que busca hacerte creer tornará imposible el aprendizaje. Escuchas esa voz porque ha sido tu compañía permanen­te en la separación, sin darte cuenta de que su enseñanza es precisamente ésa: la separación. Debes saber que mientras le adjudiques méritos a lo que te dice, intentará inter­ferir todo el tiempo.

10.7 Piensa en otra persona, un maestro o maestra cuya "voz" escuchas a lo largo del día. Ya sea que desees o no desees oír esta voz, ya sea ésta sabia o necia, la mera repetición de esta voz la conserva en tu memoria. Esta voz puede de­cirte: "Párate firme", o "Eres especial", o "Nunca llegarás a nada". Tal vez muchos de ustedes hayan recurrido a la terapia para tratar de acallar los mensajes negativos que oyen y, tras mucho esfuerzo, lograron reemplazarlos con mensajes de naturaleza más positiva. ¡Y esto sólo con los mensajes de una fuente externa! Tus propios pensamien­tos son mucho más persistentes e insistentes que éstos. Han estado contigo por mucho más tiempo. Desalojarlos requiere atención.

10.8 No te digo esto para desmoralizarte, sino para alentarte a que no te rindas. Tu propósito es el más sagrado de todos y el cielo en su totalidad está contigo. Lo único que necesitas es estar continuamente dispuesto. Lo único que pue­de llevarte al fracaso es rendirte. Te doy estos ejemplos pa­ra que sepas que no será fácil, pero también te digo que no será difícil si recuerdas que lo único que se necesita es tu buena disposición. Cuando tu yo separado te susurre: "Tu cuerpo es un hecho", sólo necesitas decirte: "Todavía estoy dispuesto a creer de otra manera".

10.9 Necesitas también ser consciente de tu deseo de recompen­sa. A medida que te sientes más cerca de Dios y de tu ver­dadero Ser, mientras crece tu conciencia de ti mismo como una persona "buena" y que aún trata de mejorar, comenza­rás a buscar tus recompensas. Más adelante podrás recor­dar esos momentos con una sonrisa debida a la inocencia de esos deseos que sólo revelan que estás en el comienzo del aprendizaje. Querer una recompensa por la bondad, por tus esfuerzos, por estar más cerca de Dios que tu hermano o hermana, es un deseo del yo separado, que quiere algo para sí mismo y por su esfuerzo. Ésta es una etapa por la que todos atraviesan, aunque algunos se quedan en ella por más tiempo. Tú permanecerás allí hasta darte cuenta de que la bondad está en todos y que no puedes obtener más gracias de Dios que tu hermano. Permanecerás allí hasta que te des cuenta de que Dios ya les ha dado todo a todos.

10.10 Una vez más, afirma tu buena disposición, tu voluntad de creer que tienes todo lo que necesitas a pesar del "hecho" de que no lo parece. Esta buena disposición es todo lo que necesitas para atravesar esta etapa y pasar a la siguiente. El hecho de que Dios no te conceda cualquier deseo que se te ocurra debería alentarte, pues éstos no son todavía tus deseos auténticos, y las recompensas que recibirías aquí son como polvo comparadas con aquellas de las que serás consciente al avanzar.

10.11 Hablemos entonces de los milagros. En términos simples, los milagros son la consecuencia natural de la unión. La magia es el intento de realizar milagros "por tu propia cuenta". En las primeras etapas de tu aprendizaje, te sen­tirás tentado a jugar a creer. No creerás que tú no eres tu cuerpo, pero pretenderás que no lo eres. Luego te senti­rás tentado a creer que debido a que tú no eres un cuer­po, puedes hacer de cuenta que no sientes ese dolor de ca­beza ni frío en un día de invierno, y esto hasta puede llevarte a sentir menos dolor o menos frío. Este engaño es bienvenido por tu yo separado, pues él sabe que preten­der una cosa no la convierte en realidad.

10.12 Estos intentos de engañarte a ti mismo se basan en tu fal­ta de entendimiento antes que en tu falta de fe. No estarías leyendo si creyeses que tú eres tu cuerpo y nada más. Sa­bes hace mucho que eres más que carne y hueso. Creer no es tu problema. Tu problema es comprender. Crees en Dios, pero no comprendes a Dios. Crees en mí, pero no entiendes cómo es que estas palabras surgen de mí. Crees en el cielo y en una vida después de la muerte, pero no com­prendes qué son ni donde están. Y creer en algo que no comprendes te hace sentir como si te estuvieses engañando. Quieres creer, y crees. Pero también te gustaría tener "certeza" acerca de lo que crees. Lo conveniente de creer en Dios, en mí, en el cielo y en una vida después de la muerte es que no piensas que algo aquí pueda desengañarte. Si estás equivocado, simplemente te pudrirás después de la muerte y nadie se dará cuenta de tu equivocación. Si estás equivocado, por lo menos creíste en algo que te dio consuelo y que, a fin de cuentas, no le hizo daño a nadie.

10.13 Sin embargo, esto no es tan fácil cuando se trata del con­cepto de que no estás separado. La única cosa que te cuesta creer es que estás unido, aquí y ahora, a tus hermanos y hermanas. Una cosa es creer en Dios sin comprenderlo, y otra muy distinta es creer en la unión con tu prójimo sin comprender ni a la unión ni a tu prójimo. Dicha creencia no te traerá necesariamente consuelo. ¿Qué pasaría si crees en la bondad de tu prójimo y esa creencia acaba en un desengaño? ¿Qué pasaría si confías y acabas defrau­dado? ¿Qué pasaría si resulta que no eres más que un in­genuo y te toman por un tonto? ¿Y si estás equivocado?

10.14 Sientes un temor similar cuando consideras abandonar tu creencia en el cuerpo. Creer que tú no eres tu cuerpo mientras caminas en él es bastante distinto de creer en Dios. Todas las pruebas parecen estar en contra. Todas las pruebas que te proveen tus ojos y oídos, y también la cien­cia, parecen decirte que tú eres tu cuerpo. Inclusive la his­toria parecería apoyar esta afirmación cuando te dice que Jesús murió antes de resucitar como espíritu.

10.15 Vengo a enseñarte una vez más porque fui la vida ejem­plar. ¿Crees que cuando caminé la tierra fui un cuerpo? ¿O crees que yo era el Hijo de Dios antes de nacer con forma humana, mientras existí con forma humana, y des­pués de resucitar? Con razón a esto se le llama el misterio de la fe: Cristo ha muerto, Cristo ha resucitado, Cristo volverá. ¿Qué falta en este credo? Cristo nació. En ningún lugar del misterio de la fe se dice que Cristo se convirtió en un cuerpo.

10.16 De ninguna manera se te ha dicho que el cuerpo no exis­te, sino simplemente que tú no eres él. Como todas las he­rramientas que has construido, es también una ilusión, porque no tienes necesidad de herramientas. Pero mientras creas que las necesitas, será muy real. Dejar de lado el cuerpo no es una elección que debas realizar. A medida que tu proceso de aprendizaje avance, verás que es posible, pero existen muchas razones para no hacerla. En este momento, todo lo que se te pide es que veas a tu cuer­po tal como es, tanto desde la perspectiva del fin para el cual lo has hecho, como desde la perspectiva de cómo pue­des utilizarlo ahora para el bien de todos.

10.17 Para muchos la opción parece haber sido: "¿Prefieres ser correcto o ser feliz?" Solamente al ego se le puede ocurrir optar por la corrección antes que la felicidad. Cuando ob­servas tu cuerpo, observa también sus acciones desde la perspectiva de las elecciones que has hecho. Pregúntate: "¿Qué elección puede haberme llevado a esta situación?" Pues antes de los hechos, siempre habrá una elección. Na­da le sucede al Hijo de Dios por accidente. Esta observa­ción te ayudará a tomar la responsabilidad de tu vida nue­vamente en tus manos, el lugar que le pertenece. No estás desamparado ni sometido al capricho de fuerzas que es­tán más allá de tu control. La única fuerza que está más allá de tu control es tu mente, y esto no tiene por qué ser así. Cuando comiences a preguntarte qué elección puede conducirte a la felicidad en lugar de esto, comenzarás a notar una diferencia en la respuesta de tu cuerpo a las que parecen ser circunstancias exteriores, y luego un cambio en estas circunstancias exteriores también.

10.18 Es posible que tu mente aún prefiera la corrección a la fe­licidad. De allí la importancia de que permitas que tu corazón dirija esta opción. Cuando te encuentres en una si­tuación que no te gusta, ofrece una vez más tu buena disposición para encontrar algo de felicidad en ella. Estas instrucciones dadas a tu corazón comenzarán a marcar una diferencia en tu estado mental.

10.19 Lo que tú llamas estado mental se parece más a una atmós­fera general, un clima, un estado de ánimo, que se decide con el corazón. A los pensamientos de tu yo separado le importan poco estas cosas y las considera irrelevantes pa­ra su bienestar. Sólo le interesa sobrevivir tal como está. Y por esto no entiende la necesidad de techo y comida, sino la supervivencia del sistema de pensamiento del yo sepa­rado. La felicidad no es su prioridad, sino lo correcto. Pre­fiere lucir serio y preocupado en vez de alegre y desen­vuelto. Tomar la vida con seriedad es una de las estrategias más importantes del yo separado, pues cree que la seriedad es necesaria para mantener la separación. El gozo constituye la mayor amenaza para 61, pues proviene de la unión y refuerza el atractivo de la unión a expensas del atractivo de la separación.

10.20 No te das cuenta de cuán rápido el yo separado corre a sa­botear todo movimiento que te aleja de la separación y te acerca a la unión. Muchos ya han reconocido que minimi­zan sus chances de felicidad y maximizan sus chances de infelicidad mediante las elecciones que hacen. Recuerdan con nostalgia tiempos de felicidad y se preguntan qué sa­lió mal, por qué no pudieron mantener ese estado. Pueden haber existido muchas razones prácticas para desechar la felicidad, pero en la soledad que sigue a su pérdida te pre­guntarás, al menos por un instante, por qué fue necesario elegir la practicidad. Sin embargo, cuando el yo separado mira hacia atrás y ve que eligió lo correcto en lugar de la felicidad, se congratula diciendo: "Hice lo que debía ha­cer". Lo verá como un triunfo sobre los necios sueños de felicidad y se sentirá satisfecho de haber entrado en razón antes de que fuese demasiado tarde.

10.21 Cada uno es consciente de un umbral que, una vez cruzado, no permite el regreso. Ese umbral suele ser una felici­dad tan plena que cuando la experimentamos nos decimos: "Nunca volveré a lo de antes". En otras ocasiones suele ser una experiencia de sufrimiento tan grande que prefe­rirían morir antes de continuar así. Los adictos también eligen un umbral, pero con una actitud diferente. Luego de experimentar el olvido del yo separado por medio de las drogas, el alcohol, el trabajo constante o las compras compulsivas, se rehúsan a regresar a la realidad del yo separado. Si no pueden abandonarla, la bloquean. Ante este umbral, muchos eligen retroceder. Se niegan a sí mis­mos el gozo, el sufrimiento o el olvido que tornaría imposible el regreso y se consideran afortunados por no haber llegado al lugar desde donde el cambio se volvería inevitable.

10.22 El yo separado se encuentra tan vinculado al miedo, que prefiere los temores conocidos de su existencia antes que los temores desconocidos de otra clase de existencia. No se le ocurre que pueda existir una opción donde no haya lugar para el miedo, pues la ausencia de miedo es algo que nunca ha conocido.

10.23 Si el cuerpo es el aspecto superficial de tu existencia y ba­jo esa superficie yace el temor, observa las ventajas de este ejercicio: ubica tu cuerpo delante de ti, donde puedas actuar como su observador silencioso. A medida que ob­servas cómo trabajan tus manos o la sombra que se forma sobre el suelo mientras caminas, aprenderás la única se­paración que te resultará útil.

10.24 De lo primero que te darás cuenta es que no todo lo que oyes llega por tus oídos. Descubrirás que estás lleno de pensamientos: pensamientos acerca de tu cuerpo, de la misma clase de pensamientos que tienes sobre el cuerpo de otra persona. La diferencia reside en que estos pensamien­tos no parecen originados en tu cabeza. Te darás cuenta, por primera vez o de un modo diferente, que siempre has oído tus pensamientos sin el beneficio de los oídos. "Por supuesto", dirás, "así es como oímos los pensamientos, es su naturaleza". Pero ¿has considerado alguna vez la natu­raleza de tus pensamientos o meramente los has dado por sentados?

10.25 Los pensamientos no se ven ni oyen pero están contigo todo el tiempo, y nunca más que cuando realizas tu experi­mento de desapego del cuerpo. Por eso lo llevamos a ca­bo, y ya sea que te definas como un éxito o un fracaso en la realización del experimento, comprenderás de manera nueva que, más que tu cuerpo, son tus pensamientos los que definen quién eres. Ya sea que deriven sin rumbo o se mantengan enfocados, tus pensamientos son la fuente de todo lo que eres y haces, mucho más que tu cuerpo.

10.26 Puedes reírte de ti mismo por tomar parte de este experi­mento sencillo, pero al mismo tiempo te darás cuenta de que el deseo de reírte es genuino y no proviene de la mez­quindad. Notarás que un yo feliz toma el experimento co­mo un juego divertido y no se preocupa por el éxito. Tam­bién esta risa, así como la sensación de que se trata de algo divertido, llegan sin la participación del cuerpo.

10.27 Pronto desarrollarás la capacidad de ver prescindiendo de los ojos del cuerpo. Esto también parecerá un juego ino­cente al principio, un truco de la imaginación. Al princi­pio observarás sólo aquello que puedes "ver": tus brazos y piernas, tu sombra mientras caminas. Sin embargo, po­co a poco verás el cuerpo como un todo. Lo verás desde atrás mientras lo sigues a lo largo del día, al principio sin siquiera date cuenta de lo que está pasando. Y descubri­rás que a medida que observas, te vuelves más consciente de lo que te rodea y más consciente de que tu cuerpo es parte de todo lo que sucede. Allí está tu cuerpo junto a otros seis cruzando la calle. Allí está tu cuerpo sentado frente a un escritorio dentro de un edificio junto con mu­chos otros. Descubrirás cuán pocas veces fuiste conscien­te de la calle por la que caminabas, de los edificios que la flanqueaban, del cielo allá arriba, de los "otros" que viajaban contigo. Te sentirás más parte de todo —en vez de menos— y esto te sorprenderá.

10.28 Sigue adelante, pues esto es sólo el comienzo. Experimen­ta sólo por el gusto de hacerlo, sin dejar lugar al desalien­to. No se trata de una prueba, por lo tanto no puedes fra­casar. Sólo estás jugando: jugando a observarte desde arriba. ¿Puedes verte allá "abajo"? ¿Y puedes adelantarte para ver cómo tu cuerpo viene hacia ti?

10.29 Este cuerpo que dices que es tu "yo" no es más que una forma, ¿cómo puede ser que no lo veas?

10.30 A medida que procedas sentirás que la visión acotada del yo separado va dando lugar a la visión expandida del Yo unificado. Y al "sentir" esto, tomarás también conciencia de sensaciones que no están atadas al cuerpo. Así como no ves ni oyes los pensamientos con los ojos y oídos del cuer­po, estas sensaciones tampoco dependerán de los sentidos del cuerpo.

10.31 Te toparás con bastantes resistencias al experimento. Di­rás que eres demasiado serio para jugar este juego y que tienes mejores cosas que hacer. Sin embargo, por más que te resistas, la idea ya ha sido plantada y notarás mo­mentos en que, aun en lo que parecería ser "en contra de tu voluntad", participas en él a pesar de tu decisión de no hacerlo. Cuando comiences a sentir los efectos del expe­rimento también te enfrentarás con el temor, sobre todo si te tomas el juego demasiado en serio. Habrá momentos en que no querrás reírte aunque tengas ganas, y otros mo­mentos en que luego de un instante de visión expandida, recibirás con gratitud tu regreso a la visión reducida. Te provocará alivio tener los pies todavía en el piso y que tu cuerpo tenga los límites acostumbrados. Pero recordarás las ganas de reírte de ti mismo y también la visión expan­dida. Recordarás que por un instante tu cuerpo no parecía un límite que te sujetaba. Y luego recordarás que éste es un curso para recordar y que la memoria es el lenguaje del corazón.

10.32 Muchos de ustedes se rebelarán diciendo que esto no es aquello para lo cual se inscribieron. Tal vez sólo quieres leer sobre este curso y no tomar parte en él. Tal vez quie­ras mantenerlo sólo en el plano teórico y no aplicarlo. Tal vez sólo busques la información y obvies la experiencia. Querías una guía de viaje, y no el viaje en sí. Esto es lo que muchos buscan, y muchos aún se resisten a darse cuenta de que obtuvieron más de lo que pensaban. Has llegado a una puerta, has cruzado un umbral. Lo que tu mente to­davía niega, no lo niega tu corazón. Un pequeño destello de memoria se ha filtrado hasta ti y no te abandonará al caos que prefieres. Seguirá llamándote a que lo reconoz­cas y lo dejes crecer. Golpeará tu corazón de la manera más amable. Escucharás su susurro en tus pensamientos. Su melodía sonará en tu mente. "Vuelve, regresa", te dirá. "Ven a casa", te cantará. Sabrás que hay un lugar dentro de ti donde se te echa de menos y eres esperado, donde eres amado y cuidado. En el hogar de tu demencia se ha abierto un lugar para un poco de paz.







11. LIBRE ALBEDRÍO Y DISPOSICIÓN

¿Qué es este consentimiento que se te pide dar? Puede presentarse de muchas maneras. Puede llamarse una disposición a cambiar tu mente o a abrirte a nuevas posibilidades. Puede llamarse un cambio de corazón o dejar de lado, por un momento, tus temores. Pero lo que realmente hace es probar tu llamado a amar y ser amado. Es estar dispuesto a recibir amor de tu Fuen­te y ser amado por lo que eres. ¿Es demasiado pedir?
-11.15

11.1 Los ejercicios de este Curso de Amor son pocos y no están separados del curso sino contenidos dentro de él. Este mé­todo tiene sus razones. La primera es tu actitud hacia la instrucción y el hecho de que en realidad no la deseas. Lo que deseas es algo que nadie puede darte excepto tu propia fuente. Ves este aspecto de la creación, pero te ayuda a afirmar tu postura en contra de la unión y tu falta de deseo de instrucción. Esto se debe a la confusión respecto de tu fuente. Toda tu firme decisión de mantener la individuali­dad emana de esta confusión. Si tu fuente fuese el cuerpo, junto con el cerebro que lo hace funcionar, entonces se te pediría que aprendas "por ti mismo", ya que toda enseñan­za verdadera debe provenir de tu fuente.

11.2 Tú piensas que tu fuente y tu creador son dos cosas separadas, y rara vez recuerdas que ni siquiera eres tu propio creador. Has fundamentado esta separación en la idea de que aquello que te ha creado no puede ser uno contigo. Una vez más, esto sólo señala tu desconocimiento acerca de qué es en realidad la creación. Sin embargo, cada vez que practicas la creatividad celebras al creador, y cuando elogias a los artistas de cualquier clase, es esto lo que elo­gias. Cada poema lleva la marca de su creador, igual que toda obra de arte que contemplas y llamas obra maestra, o aquellas obras de manos infantiles que cuelgas en la puerta de la heladera o en la pared de la oficina. Tú no te has creado a ti mismo, pero haces de la vida una recrea­ción de ti mismo y, al hacerlo, tratas de probar que eres tu propia fuente.

11.3 Ésta es una de las razones por las que no te gusta la idea de que quienes habrían de instruirte saben más que tú, y por eso empiezas cada nuevo curso de aprendizaje con la sen­sación de que tienes menos. Tratas, entonces, de obtener aquello que te falta, a fin de no tener menos que nadie. Al­gunos confían en su capacidad de aprendizaje y apuran el paso para conquistar este nuevo territorio. Leen cada libro lo más rápido que pueden y cuando dan vuelta la última pá­gina sienten que ya han aprendido todo lo que ese libro te­nía para ofrecer y saltan al siguiente. Quienes se tienen menos confianza pueden abandonar antes de comenzar a fin de evitar un nuevo fracaso. Incluso aquellas personas que sienten la fuerza de estas palabras en su corazón y se proponen ir despacio y con dedicación para digerir cada página y sección de este texto, corren el riesgo de esmerarse de­masiado en vez de simplemente desear aprender.

11.4 He buscado acotar estos riesgos limitando los ejercicios a unos pocos que permanecerán contigo cuando toda la prisa, el temor al fracaso y los intentos esforzados hayan quedado atrás. Cada ejercicio es una idea, y las ideas no abandonan su fuente. Todas las ideas aquí expresadas son ideas de unión que vienen a reemplazar a las de separa­ción. Esto sucederá sin que te des cuenta, en tanto y en cuanto estés dispuesto a que las ideas permanezcan en ti y no las eches fuera. El éxito o el fracaso son superficia­les, pues sentir que has tenido éxito en aprender qué es el amor es tan ridículo como sentir que has fracasado en el intento. Ninguna de las dos cosas puede suceder, y tu per­cepción de que son posibles cierra las puertas a toda idea de unión.

11.5 No se puede enseñar qué es el amor. Recuerda que tu tarea es hacer a un lado las barreras que impiden que te des cuenta de él. Ése es el objetivo de este curso —la conciencia del amor— y no hay curso terreno que pue­da llevarte más allá de esa meta. Sólo requiere tu buena disposición.

11.6 Necesitamos, entonces, hablar de tu disposición y sepa­rarla de lo que piensas que es. La fe y una buena predis­posición van de la mano. Aquello en lo que depositas tu fe, eso ves. Este curso te pide que estés dispuesto a tener fe en algo nuevo. Has depositado tu fe en lo que tú mismo has hecho, y mientras permanezca allí, no estarás dispues­to a desprenderte de la ilusión. Puedes tener fe en un solo sistema de pensamiento. Uno de ellos es el sistema de pensamiento del yo separado, basado en la separación. El otro es el sistema de la creación, basado en la unión. Tu fe en lo que has hecho se ha sacudido y ahora sientes que te gustaría depositar tu fe en otra cosa. Te gustaría, pero tie­nes dudas, y aquí es donde entra la confusión respecto de la disposición.

11.7 Esta buena disposición no surge de la convicción sino que la produce. No es necesariamente una declaración de fe inamovible, sino de apertura. Ves el libre albedrío y la bue­na disposición como un conjunto, y si bien ambas cosas son la misma, su aplicación es diferente.

11.8 Estás más atento y eres más celoso de tu libre albedrío, pues sabes que ha hecho posible la separación. Lo ves co­mo tu protección contra Dios, aquello que te permite ser algo distinto de lo que Dios quiere que seas. Es tu dere­cho "divino" a la independencia, el que te permite apartarte de Dios así como un niño que llega a la edad adulta tie­ne derecho a dejar la casa paterna.

11.9 Pensar que debes proteger algo de Dios es una locura, y tú lo sabes. Pero como consideras que el libre albedrío es lo único que tienes que Dios no puede quitarte, no te im­porta que sea una locura pensar que Aquel que te ha dado todo pretenda despojarte de algo. Mientras sigas vién­dote como un cuerpo, no podrás evitar creer en un Dios vengativo cuya venganza final es tu propia muerte. Mientras te sigas viendo como un cuerpo es más fácil creer que tu exclusión del paraíso es una decisión de Dios y no tuya. Crees que puedes estarle agradecido por algunas co­sas y echarle la culpa por otras. Sí, tal vez este Dios que crees conocer te ha dado todo, pero también puede lle­varse todo, y al final seguramente lo hará. Entonces te juzgará y decidirá si debes ser recompensado por una vida de bondad o castigado por una vida de maldad. Qui­zá te acepte, quizá no. Semejante Dios parecería tener po­ca fe en ti y, por lo tanto, merecer muy poco de tu fe a cambio.

11.10 Así es como le das a Dios un poco de fe y cuidas tu libre albedrío, el verdadero dios del yo separado. Por momentos crees que éste fue el error de Dios, la única debilidad de Su plan, la que tú puedes aprovechar. Otras veces crees que ésta fue la maldición de Dios, la que te conduce a esta vida de aflicción. Pero tu percepción más fuerte del li­bre albedrío es el poder. No importa qué quiere Dios de ti, tú puedes usar tu libre albedrío para rebelarte y hacer tus propias elecciones, diferentes de las que haría el Crea­dor. Este derecho a tomar tus propias decisiones y desple­garlas delante de Dios es lo que hace que tu pequeño yo separado se sienta todopoderoso.

11.11 No ves que a Dios no le importa aquello que eliges hacer con tu libre albedrío, pues el uso que has elegido darle es precisamente aquello que no es capaz de proveer: tu separación del Creador. Él permanece tal como es, así como tú permaneces tal como eres.

11.12 Es verdad que el libre albedrío es poderoso, pues es parte —sólo parte— de lo que te ha permitido creer en un es­tado de separación. Aunque podrías haber usado el libre albedrío para crear como tu Padre, mediante la elección de separarte de él —algo que jamás podría ocurrir— optaste por no hacer nada con el libre albedrío, salvo aque­lla elección demente. Tu disposición a realizar una nueva elección volverá a alinear tu libre albedrío con la voluntad de tu Padre, que es una con la verdad.

11.13 Tu afán de proteger el libre albedrío es lo que nos lleva a diferenciarlo de la disposición. El libre albedrío es el últi­mo bastión de tu ejército separatista, la última línea de de­fensa, el sitio donde se librará la última batalla. Pero antes de llegar a ella, lo que este Curso y tu Padre desean es que estés dispuesto a cambiar tu idea acerca de la necesi­dad de pelearla.

11.14 Dios nunca te arrebatará el libre albedrío ni librará bata­llas para conquistarlo. Esta batalla final sólo existe en tu mente como parte de las ilusiones que has construido. Deja a un lado esta profecía que inventaste y verás que dar tu consentimiento no niega el libre albedrío. Y aunque no puedas bajar la guardia por completo, una elección tem­poraria es suficiente. De todos modos, necesitarás una elección más duradera para dejar de preocuparte por los efectos. Por ahora, lo que deseas son efectos, pero no te das cuenta de que para obtener los efectos que deseas deben cambiar las causas. Por ahora no importa. Se te ofre­ce la oportunidad de tomar una decisión temporaria que puede ser revocada en cualquier momento. Este consen­timiento temporario será suficiente para comenzar a mo­dificar las causas y, por consiguiente, para traer algo de cordura a tu mente y corazón.

11.15 ¿Qué es este consentimiento que se te pide dar? Puede presentarse de muchas maneras. Puede llamarse una dis­posición a cambiar tu mente o a abrirte a nuevas posibili­dades. Puede llamarse un cambio de corazón o dejar de lado, por un momento, tus temores. Pero lo que realmente hace es probar tu llamado a amar y ser amado. Es estar dispuesto a recibir amor de tu Fuente y ser amado por lo que eres. ¿Es demasiado pedir?

11.16 Es un llamado que no proviene de la debilidad sino de la for­taleza y que no responde a la ilusión sino a la verdad. Es un llamado cuya respuesta vendrá a ti pronto sobre alas de ángeles, pues éstos también son uno contigo. Puede sentirse co­mo soledad pero sólo durante el breve instante en que espe­ras su llegada y sientes el vacío que has abierto para venga.

11.17 Este llamado no requiere que hagas nada excepto perma­necer fiel a él. No necesitas pensar en él, sino simplemente dejarlo ser. No necesitas darle palabras, pues éstas no pueden expresarlo, así como no pueden enseñarte qué es el amor... o que el amor es. No necesitas concentrarte en encontrar amor, pues el amor te encontrará a ti. No nece­sitas concentrarte en dar amor, pues no puedes dar lo que aún no conoces; y cuando lo conozcas no lo darás, sino que se extenderá naturalmente desde ti a través de mila­gros de amor. El amor es lo único que llenará tu vacío, y lo único que no volverá a dejarte vacío a medida que se extiende desde ti a tus hermanos y hermanas. El amor es lo único que satisfará tus deseos. El amor es lo único que reemplazará el uso por la unidad.

11.18 Existes, simplemente, por tu relación con el amor. El amor es la unidad que buscas. Al elegir la separación por sobre la unidad, elegiste el temor por sobre el amor. Cuando abandonas el temor e invitas a la unidad, envías una invitación al amor diciéndole eres bienvenido. ¿Qué es una cena sin amor? Nada más que una obligación social. Pero una cena donde el amor es bienvenido se convierte en una ce­lebración. Tu mesa se transforma en un altar al Señor, se llena de gracia y el Señor está contigo.

12. EL ORIGEN DE LA SEPARACIÓN
Lo que llamamos Padre no es más que el rostro celes­tial de la creación, una personificación de lo que no puede ser personificado. Te resulta difícil creer que la creación en sí misma pueda ser bondadosa u otro nombre del amor, pero así es. Dios es el punto de inicio de la creación, el creador de la creación y también la crea­ción misma.
-12.24

12.1 Parte de tu problema con este Curso es la palabra amor. Si yo tomase la palabra amor y la cambiara por algún sofisti­cado término técnico y te dijera que ésa es la cosa que mantiene al mundo en unidad, lo aceptarías con mayor facili­dad. Si yo te dijera que no sabes nada de esa sofisticada palabra y por eso has creído en la separación, tú estarías mucho más dispuesto a asentir y decir "fui un ignorante, co­mo lo fueron todos". Si un científico te dijera que se acaba de descubrir una energía benigna que prueba tu conexión con todo el universo, y le diera a esta energía un nombre novedoso, tú dirías: "Se ha realizado un nuevo descubri­miento y yo estoy dispuesto a creer que es verdad, en espe­cial si los demás también lo creen".

12.2 Te sientes tomado por ingenuo cuando se te dice que el amor es la respuesta. Te sientes abochornado cuando se te dice que no conoces el amor. Te sientes desengañado cuando piensas que quizás el amor no se limite a lo que creíste que era. Piensas que es normal que un texto espiritual te diga que el amor es la respuesta, como si nadie lo hubiese dicho antes. Ese mensaje fue predicado hace mucho tiem­po y el mundo sigue igual. ¿Cómo, entonces, puede ser la respuesta correcta? La vida es demasiado complicada pa­ra ser resuelta por el amor.

12.3 Muy pronto recurres al cinismo creyendo que ya lo has intentado y fallaste. Todos creen que ya han probado esta idea llamada amor y todos creen tener pruebas de que no es la respuesta para todo. ¿Cuáles son tus pruebas? Tu propia dificultad para ser feliz y la infelicidad del mundo que ves.

12.4 Ya hemos dicho que la única posibilidad significativa pa­ra tu libre albedrío consiste en elegir a qué unirte y qué dejar fuera de ti. Pero debes comprender que ninguna co­sa que no sea parte de Dios merece que te unas a ella, pues tampoco puede unirse a ti. Aquello con lo que has buscado unirte es el motivo de tu infelicidad, pues buscas unirte a lo que no puedes unirte y buscas separarte de todo aque­llo con lo que podrías unirte para llenar tus rincones som­bríos y solitarios con la felicidad que añoras.

12.5 Este Curso parece haberse desviado de aquello que pen­sabas que iba a ser, pues estás buscando algo específico, aunque no sabes qué es. Estás buscando la paz y el gozo calmo que sólo provienen del amor. Buscas la seguridad y calidez de un hogar con amor, aunque se trate sólo de fi­losofía. Buscas la certeza, no la de la mente sino la del corazón. Una parte de ti piensa: "Si sólo pudiera seguro..." y allí se detiene, pues ni siquiera estás seguro acerca de qué quieres estar seguro. Y sin embargo sabes que lo que más te fatiga es tu incapacidad para estar seguro de algo. Y en verdad estás cansado.

12.6 La voluntad de Dios para ti es la felicidad, y de esto pue­des estar seguro. Alinear tu voluntad con la de Dios es ha­cer de este estado de seguridad tu hogar permanente. Es como un deseo que se torna realidad, y cuando sea lo úni­co que desees se convertirá en realidad. Y cuando se te conceda este deseo tendrás descanso y te librarás de todas las cargas que soportas.

12.7 Admite tu deseo de paz, un deseo que puede hacerte ge­mir y anhelar un sueño eterno. Si tan sólo comprendieras cuánta energía necesitas para mantener tu mundo de ilu­siones en su lugar, comprenderías el descanso que tendrías con el solo hecho de abandonar tu necesidad de hacerlo. Tu deseo de certeza es parte de la resistencia a cualquier idea de cambio. Luchas por mantener lo poco que crees saber, y sin embargo en lo profundo te das cuenta de que no sabes nada con la certeza que deseas.

12.8 La falta de certidumbre, de cualquier clase, equivale a dudar acerca de ti. Por eso este Curso busca establecer tu identidad, pues de ella provendrá el solaz. En este senti­do el Curso busca provocar cambios en todos los niveles, aunque un solo cambio traerá todos los demás, y sin esfuerzo de tu parte. Y aun así este cambio no es ningún cambio, pues solamente busca quitar de en medio todos los cambios que tú crees haberle hecho a la creación de Dios. Este cambio sólo busca restaurarte a tu Ser.

12.9 Tu Ser yace inalterado dentro del Cristo en ti. Reestable­cer tu relación con tu hermano es lo que te mostrará tu Ser. Tienes un solo hermano que lleva muchos rostros en tu percepción, y mientras no lo conozcas no puedes cono­cer a tu Ser. Este solo hermano puede unirte con todos aquellos que percibes como otros, pues todos esos otros son uno con él y también contigo. Esta es la única unión necesaria para producir todas las demás.
12.10 Ésta es la desunión que produjo tu opción por la separación, que no es más que una separación de tu Ser. He aquí el punto más difícil de asimilar, pues en él reside una contradicción, la que ha creado el mundo que ves y la vida que vives. Aunque resulta imposible que algo haya ido mal en la creación de Dios, de hecho sucedió. Sólo necesitas mirar a tu alrededor para darte cuenta. Pero lejos de sentirte desalentado, te sientes aliviado porque sabías que esto era cierto, y sin embargo sientes como si éste fuera el secreto que te estaba vedado. Es como si todo el tiempo te dijeran "está todo bien" cuando sabes que no es así. Y si "todo" está bien, debes ser tú el que está mal.

12.11 Toda la creación parece fluir en perfecta armonía. Las es­trellas aparecen en el cielo, el sol y la luna cumplen con su derrotero, los animales de tierra, agua y aire son como su creador quiso que fueran, las montañas se elevan en toda su majestuosidad, los ríos corren y las arenas del desierto viajan con el viento. Todo parece ser lo que es y lo que siempre ha sido, excepto por las marcas que deja el ser hu­mano. Sin embargo, la luna sigue siendo luna más allá de que el ser humano haya descendido sobre ella. La tierra sigue siendo tierra a pesar de autopistas, caminos y puen­tes. Y en algún lugar que no conoces, la paz sigue siendo paz a pesar de tus guerras y la felicidad sigue siendo feli­cidad más allá de tu desazón.

12.12 ¿Y qué hay de ti? Tú también pareces haber permaneci­do el mismo a lo largo del tiempo. Tal vez crees que hace mucho evolucionaste de una forma distinta de la que aho­ra habitas, pero dentro de las leyes de la evolución has cambiado tan poco como las aves del cielo o los peces del mar. De alguna manera sabes que de toda la creación, sólo la humanidad no es aquello para lo cual fue creada. En un día hermoso y un lugar bello puedes ver que el paraí­so de la creación todavía existe, pero en ningún lugar pue­des encontrar el ser que Dios creó a Su imagen.

12.13 ¿Tiene sentido que esto haya sido así? ¿O que alguna vez hayan caminado sobre la tierra aquellos que revelaban la imagen de Dios y cuando dejaron de ser vistos esa imagen quedó para siempre perdida? ¿Puede ser que haya veni­do uno y que al marcharse haya dejado un vacío, un hueco en el mismo universo?

12.14 Uno solo fue necesario para poner fin a la separación, y en éste se unen todos los demás. Pues, ¿qué puede ser afectado por tu libre albedrío excepto tu propio ser? Fue necesario uno que, haciendo uso de su libre albedrío, unie­ra su voluntad a la del Padre, para que esto fuera válido para todos. Esto es lo que significa la corrección o expia­ción, y lo único que hace falta es que lo aceptes. Únete al hermano que hizo esta elección por todos y te reunirás con el Cristo en ti.

12.15 Las mentes que están unidas no pueden pensar por sepa­rado ni tienen pensamientos ocultos. De hecho no son mentes en plural, sino una sola mente. Lo que este Curso dice es que en una instancia que no existe en el tiempo, el hijo de Dios optó por la separación. Si el hijo de Dios te­nía una forma o muchas no importa, pues sea una o muchas, la mente era una sola, la mente del hijo de Dios unida con la del Padre. A muchos de ustedes les han enseñado este misterio de la fe. Padre, Hijo y Espíritu Santo son Uno. Pero si realmente hubiesen aprendido lo que les en­señaron, ya no habría separación.

12.16 Estas palabras, Padre, Hijo y Espíritu Santo, al igual que la palabra amor, no son más que símbolos que representan ideas que, a su vez, representan lo que son. Que hayas hecho del Padre una figura singular, de algún modo mayor que la del Hijo, y hayas aceptado al Espíritu Santo como algo que escapa a tu comprensión sólo ejemplifica la na­turaleza del error que es necesario corregir. Las palabras, en tanto símbolos, no pueden explicar lo que no puede ser simbolizado, pero dan comienzo a un proceso que debe ser completado mediante los recuerdos de tu corazón. Continuamos, entonces, conscientes de que las palabras sólo expresan la verdad dentro de sus limitaciones como símbolos, y que más allá de los símbolos, la verdad resi­de dentro de ti.

12.17 Todos conocen de qué manera un pensamiento que parece surgir de la nada los afecta. Un día nace una idea que no parecía existir el día anterior. Quizás es la idea de ha­cer un viaje, o concebir un bebé, o emprender un estudio o abandonar un trabajo. Esta idea recién nacida puede lle­gar para irse, o puede convertirse en una obsesión; pero cualquiera que sea el caso, no abandona su fuente. Y sin el nacimiento de la idea, sus resultados nunca llegarían. Puedes tener mil ideas un día y diez mil al día siguiente, tantas que no podrías seguirlas. Sin embargo, siguen exis­tiendo dentro de ti y jamás se desprenderían para formar algo distinto aparte de ti. Imagina que algo así ocurre y te darás cuenta de lo absurdo de la situación. ¿Acaso puede un viaje suceder por sí solo? ¿Quién lo haría?

12.18 Puedes decir, sin embargo, que alguna idea adquirió vida propia y te llevó a hacer cosas que jamás soñaste. Muchas veces las personas hacen un recuento de su vida y se pre­guntan cómo llegaron de una cosa a la otra. En algunos casos pueden decir que una idea cobró fuerza y cambió lo que parecía ser un destino ya escrito.

12.19 Aun con los límites que presentan las palabras para des­cribir la separación, esto es lo que ocurrió: una idea de se­paración se hizo presente en la mente del hijo de Dios. Co­mo cualquier otra idea, no abandonó su fuente ni cambió su esencia en modo alguno. Aunque 1 a idea de tomarse una vacaciones inusuales, cuando es realizada, puede mo­dificar la vida de una persona, no cambia aquello que la persona era, ni quién era su padre, ni las características de la familia en que nació. Todo lo que puede cambiar es la forma de su vida, ciertos hechos de ella, tal vez el lugar donde ocurren esos hechos o las personas que serían parte de la experiencia. En breve, los aspectos exteriores de la vida.

12.20 De la idea de separación surgió la idea de un aspecto ex­terior de la vida. Antes de la idea de separación no existía tal cosa, y sigue sin existir salvo como extensión de la idea original. Así como hemos dicho que tu deseó de proteger o controlar surge del concepto de temor y que sin este mie­do ese deseo no existiría, lo mismo ocurre con el aspecto exterior de la vida. Sin la idea original de separación, el aspecto externo de la vida no existiría. Así como el temor no es real aunque lo parece, la separación no es real aunque parezca serlo.

12.21 El Padre no evitó que apareciera la idea de separación, co­mo tampoco tú evitas que se te ocurran ideas. Así como una idea tuya, una vez nacida, sigue existiendo, así ocurrió con la idea de separación. Y así como una idea tuya no toma vida propia aunque a veces pareciera tenerla, la idea de separación no tenía capacidad para ser más de lo que era, excepto que el hijo eligió participar en ella.

12.22 En consecuencia, la participación del hijo en la idea de se­paración pareció producir una vida con otra forma, un destino diferente del que estaba escrito. Esta participación no pudo proceder sino de la idea original y no pudo tener lugar en la realidad sino en el aspecto externo de la vida. En la realidad, la idea de separación no cambió nada, sino que se convirtió en un drama actuado sobre un escena­rio tan realista que parecía ser la realidad.

12.23 La separación es dolorosa sólo para aquellos que creen que en verdad puede ocurrir. ¿Qué significaría el rechazo de un niño o la muerte de un progenitor para quienes nunca creyeron en la separación? ¿Piensas que Dios cree en la separación? No la conoce, y porque no la conoce, no existe. Porque no la conoce, no ha sido tocado por ella. No conoce ni el rechazo ni la muerte. No conoce dolor ni su­frimiento. Su hijo permanece con El en su hogar eterno, unido a Él en eterna plenitud.
12.24 Aunque la extensión del hijo hacia un mundo exterior es bastante real, sólo lo es dentro de él. El hijo no podía sino crear a semejanza del Padre que creó todo por extensión de sí mismo. Pero ni la extensión del Padre ni la del Hijo menoscabaron al Padre o al Hijo en modo alguno. Reem­plaza la palabra Padre por la palabra Creación y observa si el concepto te resulta más claro. ¿Acaso la extensión continua de la creación la vuelve menos de lo que origi­nalmente era? Lo que llamamos Padre no es más que el rostro celestial de la creación, una personificación de lo que no puede ser personificado. Te resulta difícil creer que la creación en sí misma pueda ser bondadosa u otro nom­bre del amor, pero así es. Dios es el punto de inicio de la creación, el creador de la creación y también la creación misma. El Hijo y el Espíritu Santo proceden de ese punto de inicio divino. Dios es el punto de inicio del Hijo y del Espíritu Santo también, el creador del Hijo y del Espíritu Santo y, al mismo tiempo, Él es el Hijo y el Espíritu.
12.25 Sigue adelante con este modelo, pues el modelo de la extensión de Dios es el modelo de la creación y, por lo tanto, el modelo del universo. El Hijo se extendió a sí mismo en la creación, y tú eres esa extensión, tan sagrada como Él lo es. La idea de separación sólo parece haber hecho al hijo de Dios susceptible de división, y estos símbolos ba­jo la forma de palabras son lo único que parecen separar al Padre, Hijo y Espíritu Santo entre sí y de la creación.