Saturday, January 10, 2009

13. OBSERVACIÓN Y EXPERIENCIA

13. OBSERVACIÓN Y EXPERIENCIA

Aunque no te des cuenta al principio porque no tienes experiencia sino sólo un recuerdo de sentirte de esa ma­nera, pronto descubrirás que los recuerdos que evocas del espíritu de los demás incluyen recuerdos que son tu­yos, recuerdos de tu propio Ser. Pues no existe espíritu que no sea parte de ti o tú de él.
-13.8

13.1 Nunca "entenderás" plenamente qué significa la unidad, pero llegarás a sentir aquello que significa. Es una prome­sa. Hacia allí vamos en este Curso, puesto que una vez que hayas sentido la unidad, no necesitarás entenderla. Para esto son los ejercicios que te invitan a observar tu cuerpo. Son la preparación para lo que vendrá: sentir aquello que no es de tu cuerpo. Nuestro próximo ejercicio lleva esto un paso más allá y es simplemente una extensión del pri­mero. En él comenzarás a tomar conciencia de que tus hermanos y hermanas no son sus cuerpos, así como tú no eres el tuyo. Es una consecuencia natural de la observa­ción de tu cuerpo en acción, pues mientras tu cuerpo parece interactuar con otros y tú observas esa interacción, te "verás" a ti mismo y a los demás bajo una nueva luz. Tu cuerpo parecerá más conectado con el de aquellos con que interactúas. No observarás sólo a los demás, sino a ti y a "ellos" ubicados allí donde pertenecen. Este aparente estar juntos de los cuerpos no es más que un primer paso que te conducirá más allá de la ilusión de los cuerpos al estar juntos con el espíritu.

13.2 A medida que observas, no con tu mente sino siempre con tu corazón, y comienzas a incluir a los demás en tu observación, te pido que te concentres en una única co­sa. El ejercicio es simple y a la vez placentero. Sólo requiere que te preguntes una sola cosa: qué conoces ya del espíritu de la persona que observas. Te sorprende­rás del conocimiento que ya tienes y el gozo que te trae recordarlo.

13.3 Éstos son ejercicios de recuperación de la memoria y cuanto más los practiques, más recuperarás los verdade­ros recuerdos. No apliques esfuerzo para hacerlos, en es­pecial cuando se trata de recordar el espíritu. Sólo deja que las impresiones vengan a ti, y cuando te provoquen una sensación como de sonrisa, sabrás que los recuerdos están llegando. En cambio, si al tratar de recordar te descubres con el ceño fruncido, sabrás que te estás esfor­zando y, por lo tanto, necesitas dejar el ejercicio por un rato. De todos modos, si le dedicas a este ejercicio un po­co de práctica, pronto se convertirá en una rutina, pues desearás experimentar continuamente el placer que te otorga.

13.4 Aunque desees expresar lo que sientes con palabras, este ejercicio no contempla ponerles palabras a los sentimien­tos o usarlas para describir el espíritu. Es mejor dejar las palabras a un lado, de lo contrario pronto estarás adjudi­cándole ciertos atributos a un espíritu y no a otro con el único fin de diferenciarlos. El propósito de la experiencia es demostrarte que los espíritus no pueden ser diferenciados ni comparados ni definidos de la misma manera en que en el pasado definiste sus cuerpos.

13.5 Pronto descubrirás que lo que recuerdas del espíritu es amor. Al principio querrás darle muchos nombres y hasta es posi­ble que no lo reconozcas como amor, pues llegará sin toda la tristeza que sueles asociar con él. Y aunque la sensación de amor que te embarga puede sentirse como coraje en uno o como amabilidad en otro, lo único que se te pide es que de­jes que los sentimientos vengan a ti y junto con ellos la conciencia de que aunque no hay dos espíritus iguales, tampoco son "diferentes". El amor de cada uno te llenará de felicidad pues ya está completo y no tiene necesidades ni anhelos ni tristezas de ningún tipo. Porque está completo, no te pide na­da, sino que parecerá ofrecerte una cálida bienvenida, como si tú fueses un amigo perdido que regresa al hogar.

13.6 Y eso eres. Ésta es la nueva "prueba" que, aunque no sea científica ni verificable, te proporcionará la evidencia que buscas para confirmar la verdad de lo que aquí se te dice. Lo único que necesitas para recoger esta evidencia es confiar en tu corazón. ¿Estás dispuesto a creer en lo que te dice tu corazón?

13.7 Este ejercicio no debería tomarte tiempo ni interrumpir tu camino ni el fluir de la conversación. Sólo requiere que tomes conciencia del espíritu y permitas que esta conciencia more en ti. Si sientes resistencias para realizar el ejercicio, recuerda que ya sabes que eres más que tu cuerpo y pre­gúntate si acaso no vale la pena hacer todo lo que puedes para ser consciente de ese "más" que sabes que eres.

13.8 Aunque no te des cuenta al principio porque no tienes ex­periencia sino sólo un recuerdo de sentirte de esa manera, pronto descubrirás que los recuerdos que evocas del espí­ritu de los demás incluyen recuerdos que son tuyos, recuerdos de tu propio Ser. Pues no existe espíritu que no sea parte de ti o tú de él. Si estos recuerdos te distraen, no los dejes a un lado como interrupciones. Recuerda que todo aquello que te distraiga del pequeño yo que crees ser vale los minutos que dediques a contemplarlo.

13.9 ¿Qué otras objeciones puedes tener? No te pedimos que sigas ninguna instrucción salvo la que proviene de tu pro­pio Ser. Invitamos al regreso de lo que ya sabes y a dejar que tu verdadero Ser te guíe de regreso a donde quieres estar y ya estás en realidad.

13.10 Tu ego resistirá con fuerza tus intentos de escuchar a tu corazón y los llamará tonterías y pérdida de un tiempo que podría emplearse en cosas mejores. Pero no se necesita tiempo ni dinero ni ninguna de las otras cosas que valo­ras. Y no existe la menor posibilidad de que lo que buscas te haga parecer ridículo.

13.11 ¿Pueden sacudirse algunas de tus nociones preconcebidas sobre ti y los demás? Sin duda alguna. Con alegría las deja­rás ir y, si confías en ti, todas las pruebas en contra de tu hermano que acumulaste a lo largo de los años también se irán.

13.12 Al principio resultará difícil aceptar la inocencia e impeca­bilidad de ti y de los demás, pues tu memoria no contendrá rastros de errores o malas acciones pasadas. Nadie te habrá herido ni habrá lastimado a los demás. No habrá motivos pa­ra la culpa en estos recuerdos. Ni vergüenza ni temor ni aflicción. Pues el perdón ya ha tenido lugar, y cuando el recuerdo del perdón regrese a ti, ¿puede acaso el recuerdo de tu Padre o de tu propio Ser estar muy lejos?

14. RELACIONES ESPECIALES TERRENAS Y HUMANAS
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Es tu respuesta al amor la que ahora nos concierne, pues el amor regresa y tú no quieres responder de la misma manera.
-14.14

14.1 El propósito de la vida que compartes aquí con tus hermanos y hermanas ha sido desafiar la creación de Dios. Ahora ese propósito debe transformarse en el de recordar quién eres dentro de la creación de Dios y no en el mundo que tú has inventado. Dedícate a pensar en esto unos mi­nutos y comprenderás la enorme diferencia que existe en­tre ambos propósitos.

14.2 ¿Acaso no es verdad que has convertido a la creación en tu enemiga? ¿Te sientes parte de ella y en unidad con todo lo que contiene? Si no es así, te has convertido en enemigo de la creación. Buscas ser diferente del resto, y al ha­cerlo proclamas que una parte de la creación es mejor que la otra. Buscas, entonces, fragmentar a la creación así co­mo te has fragmentado a ti mismo. Y desde ese lugar de privilegio que tú has establecido, en el que te ves como el epítome de la creación divina, consideras que el resto de la creación está para servir a tus fines. Puesto que tu fin o meta es la separación y ser diferente del resto, quieres que la creación se someta a este fin, una meta imposible de al­canzar, del mismo modo que tu separación de lo que crees distinto.

14.3 No puedes tener sentimientos de superioridad sin crearte enemigos. Lo mismo ocurre cuando te sientes inferior. Siempre te ubicas en uno de los dos extremos, y todos los conflictos surgen a partir de tu insistencia y esfuerzo por separarte. Si tienes enemigos, no puedes evitar la guerra, y donde hay guerra no hay paz. La guerra no es solamen­te actividad exterior. Ésta es solamente el efecto de una causa interior. Toda guerra no es más que una guerra con­tigo mismo.

14.4 ¿Acaso no ves de qué manera tu noción del cielo como un logro que se alcanza después de la muerte se adecua a los fines de la separación? Si lo que crees del cielo fuese verdad, tu desafío a la creación sería real y sólo la muerte probaría quien se alza con la victoria. Pues si después de la muerte tu creador te proporcionara un paraíso ultraterreno, un lugar especial para honrarte como alguien especial y separado de todo lo demás que El creó, el propósito de tu guerra sería sagrado. Tú tendrías la razón y la creación estaría equivocada.

14.5 ¿Tendría esto sentido? ¿Qué creador haría un mundo en el cual el logro más elevado sería abandonarlo para tener vida? ¿Qué creador haría un mundo donde no existiese la armonía? La armonía es vida. ¿Qué creador crearía una vida temporaria y se guardaría la vida eterna como recom­pensa de la muerte?

14.6 Si puedes ver el carácter absurdo de un creador y una creación como ésta y, aun así, sigues creyendo en ella, crees en un dios insano. Tú, que te enorgulleces en la ra­zón y el sentido práctico, piensa si tal creación podría contener razón alguna. ¿Por qué crees en ella?

14.7 Tú, que has hecho un dios de la razón y el intelecto, pien­sa en qué hicieron por ti la razón y el intelecto. ¿Acaso no es terrible darse cuenta de que a pesar de tus denoda­dos esfuerzos una creación como ésta no tiene sentido? Aquellos que le han vuelto la espalda a Dios y se niegan a creer en semejante absurdo, simplemente se niegan a ubicar la razón allí donde no encaja sin ver que existe una alternativa.

14.8 No se te pide que creas en lo increíble ni que dejes de lado todo lo que la razón te dice. Por el contrario, se te pide que abandones las leyes del caos y adoptes las de la ra­zón, que abandones las leyes de la ilusión y asumas las de la verdad.

14.9 No pienses que la razón se opone al amor; el amor da fun­damento a la razón. El fundamento de tu mundo de locura es el temor. El fundamento del Cielo, tu verdadero hogar, es el amor. El mismo mundo, con fundamentos distintos, se ve muy diferente.

14.10 Tus ideas sobre el amor, sin embargo, se adaptan a tus fi­nes de separación con tanta nitidez como tu idea del cie­lo, pues lo que requieres del amor es que te distinga y vuel­va especial. Mucho más les demandas a quienes amas que a tus otros hermanos y hermanas. Les demandas que ali­menten tu idea de ser especial. Buscas pruebas de que la persona que amas te ama a su vez, y si no las encuentras tal como pretendes, sientes que tienes razones para quejarte por heridas que no pueden sanar y reparaciones que no pueden llevarse a cabo. Así es como encadenas a la per­sona que más amas, y a eso lo llamas relación.

14.11 Esto puede verse con claridad en las relaciones que algu­na vez lo fueron "todo" para ti y luego te fallaron. Todo el mundo tiene un recuerdo por el estilo. Puede ser una re­lación de padre o madre e hijo, o de amistad, o de pareja, incluso una relación de maestro y alumno. Cualquiera que haya sido la relación, alguna vez te produjo gozo. Dentro de ella eras feliz y sentías que no necesitabas nada más. Era tan intensa que en su momento cumbre veías su con­tinuidad sin cambios como la meta más importante de tu vida. Sin ella, la vida no valdría la pena, por lo tanto era necesario retenerla a toda costa.

14.12 Este ejemplo clásico puede revelarte mucho acerca de ti y del mundo que has construido si estás dispuesto a verlo con ojos que ven. Es la lente que te permitirá ver tu mun­do y toda su confusión. Pues aquello que te trajo tanto go­zo lo hizo a precio de dolor y te dejó más solo e insatisfe­cho que antes. ¿Cómo podría decirse esto del amor? ¿Cómo podría haberte fallado? ¿Y cómo, si fue real, po­dría probar otra cosa salvo que el amor no es la respues­ta, por lo menos no para ti?

14.13 Debemos comenzar por lo obvio, un elemento simple que algunos han negado y otros no han podido. Lo que hace que esta relación se destaque y provoque dolor es que fue real en una forma diferente de tus relaciones anteriores y posteriores. Ninguna otra relación te afectó tanto. Nunca estuviste más seguro del valor de una relación. Algo que te hacía sentir tanto gozo, seguridad y calidez tenía un va­lor más allá de toda comparación. En esto estabas en lo cierto. No fue ilusión. No era el amor que se hace pasar como el amor de este mundo, sino algo completamente di­ferente. Por un momento, aunque breve, fue auténtico amor, pues ninguna otra cosa puede ser motivo de tal go­zo ni ofrecerte un abrigo seguro en un mundo tan insano.
14.14 Es tu respuesta al amor la que ahora nos concierne, pues el amor regresa y tú no quieres responder de la misma manera.
14.15 Quieres conservar todo aquello que consideras valioso. Esto tiene sentido para ti porque el fundamento de tu mundo es el miedo. Si el fundamento de tu mundo fuese el amor, querrías compartir de inmediato todo lo valioso. Quizá crees que el deseo de conservar las cosas para ti mismo proviene de algo que no es el temor. Puedes llamarlo orgullo o segu­ridad, incluso eres capaz de decir que es vanidad antes que llamarlo temor. Pero no es otra cosa que miedo.
14.16 Sólo el miedo produce los sentimientos de carencia que lo acompañan, la piedra fundamental de tu mundo de separación. No te das cuenta de que has creado tu propio uni­verso, el cual necesitas mantener y que sin tu esfuerzo se disolvería. Este universo eres tú, y tú eres todo en él. ¿Acaso no crees que si pereces el mundo perdería algo muy valioso? Estás solo y eres irreemplazable. En ti mo­ra todo lo que esperas contribuir y crear. En las acciones e interacciones de tu vida residen todos los efectos que esperas tener en lo que queda aquí. Sin ti, las personas y acontecimientos sobre los que influyes serían diferentes y producirían resultados diferentes de los que supones. Aunque no conoces tu propósito, parte de ti cree que esto es verdad, pues tu existencia debe tener una razón, aunque no imaginas cuál. Pero eres, y no puedes imaginar que no haya una razón para que existas.

14.17 ¿No es ésta una descripción de un universo? ¿Qué es un universo sino él mismo y todo lo que contiene? Nada parece existir fuera de él, por lo que debe ser único. Todo lo que ocurre dentro del universo depende de él.

14.18 Crees que tienes conciencia de tu pequeño lugar en el uni­verso y que resulta insensato afirmar que piensas de otra manera. Sin embargo, si sólo lo que conoces es parte de tu universo, ¿acaso no ves que depende de ti, y que si depen­de de ti ese universo eres tú? Sólo aquello de lo que eres consciente existe en ese universo que eres tú. Sólo lo que te ocurre a ti afecta tu universo. Tu universo es totalmen­te distinto del de los demás y es autosuficiente. Las leyes de tu universo están hechas para el mantenimiento de tu cuerpo, pues sin él no existirías. Y cuando dejas de exis­tir, también lo hace tu universo; sus luces se apagarán y ya no será.

14.19 ¡Qué trabajo te has asignado! No es sorpresa que vivas con miedo cuando de ti depende tanto. Y tampoco es sorpresa que cuando encuentras un alivio, un lugar de solaz, belleza y amor, quieres apropiarte de él antes de que se vaya. Esto también debe mantenerse dentro de tu universo o te perderías sus beneficios. Deseas unirte a él y hacerlo uno contigo, pero como no sabes cómo hacerlo, tratas de hacer "lo mejor que puedes", es decir mantenerlo cerca, como un universo gemelo que existe por separado pero lo bastante cerca como para que puedas verlo y sentir los beneficios de su calidez. Más que esto no puedes hacer, pero lo intentas. Encadenas este universo al tuyo, pues mientras mantenga su autonomía, su proximidad no es su­ficiente. Lo que intentas después es un intercambio. Co­mo dos países, uno rico en petróleo y otro en cereales, es­tableces dependencias mutuas que los mantendrán vinculados. Hay quienes lo hacen de manera obvia y durante años crean una intrincada red, una trampa que parece imposible de desmantelar debido a sus interconexio­nes. Otros experimentan esta trampa sólo en sus mentes en la medida en que traman y planean lo que nunca ten­drán oportunidad de llevar a cabo. Y otros, más timora­tos, la disfrazan para que parezca sacrificio o generosidad. Sin embargo, todos tienen el mismo propósito. Ninguno se da cuenta de que el temor ha reemplazado al amor.

14.20 Hay quienes tienen conciencia del miedo a perder el amor, y hablan de ello y tratan de aliviar el temor con compro­misos y promesas oficiales. Otros niegan el temor y dicen que confían en lo que tienen y en la fidelidad de la perso­na que aman. Aun menos son los que no necesitan procla­mar su fe y confianza, pues sus sentimientos permanecen fuertes a pesar del temor. Pero aun quienes no temen al desengaño, temen al gran desengaño final, a la posibilidad que no puede ser prevista pero siempre está: la muerte puede llevarse prematuramente a quien aman, y si no es prematuramente, lo será tarde o temprano.

14.21 Pero tanto quienes admiten el temor como quienes no, creen que el amor existe a pesar del miedo, y se creen afortunados por haber encontrado un amor que por un tiempo los proteja de todo lo que temen. Sin embargo, a lo que más temen es a la pérdida del amor. Tú, que has dado todo por estar solo y separado, a lo que más le temes es a aquello por lo que más has dado para lograrlo. ¿Y qué es la pérdida del amor sino una confirmación del estado de separación? ¿Qué es la pérdida del amor sino quedar solo?

14.22 La pérdida del amor procede de una única fuente. Puedes llamarla temor o separación, pero es la misma, pues en tu estado de separación pides que el amor te haga especial para alguien y que ese alguien sea especial para ti. Crees que ésta es la finalidad del amor, por lo tanto lo convier­tes en algo que no es y sólo lo llamas amor.

14.23 El cielo parece estar hecho para adecuarse a tu meta de separación, igual que el amor. No puedes cambiar el amor ni el cielo. Lo único que parece cambiar es el propósito que le asignas. Eres tú quien le ha dado al cielo el propó­sito de que te dé algo que esperar, la recompensa por una vida vivida según tus propias reglas, un premio para unos y no para otros, un logro que probará tu éxito cuando te hayas ido. Al amor le das el mismo propósito, pero le asig­nas la tarea de recompensarte aquí y ahora. Como el cie­lo, es tu prueba de que eres bueno y valioso, tan especial que eres recompensado.

14.24 Así es como has creado una parodia de lo que realmente significan el amor y el cielo. Van juntos, lo sabes, pero su propósito no es el que les has dado. El propósito que le das a cada cosa dentro de tu mundo la convierte en aquello que es para ti. Pero como todo propósito que le asignas a algo procede de ese fundamento de temor sobre el que has construido tu mundo, cada propósito es tan absurdo y ale­jado de la verdad como el siguiente.

14.25 Por este motivo este Curso no puede simplemente hablar de amor y acercarte a él más de lo que ya estás. Mientras no tomes conciencia del verdadero propósito de cada co­sa, no podrás conocer el amor ni tu Ser.

14.26 Mientras tu propósito sea hacer de ti mismo y de los demás algo especial, no pondrás fin a la separación. Y no puede abandonar tu carácter especial, pues mientras te aferres al carácter especial de otros, continúas aferrándo­te al tuyo. No hay razón para aferrarse al carácter especial de los demás salvo aferrarte al tuyo. Lo que das a otros, a ti te lo das; por lo tanto, cuando les asignas a otros un carácter especial, también te lo asignas a ti y no los ves en toda su gloria. El ser especial los mantiene separados y, por ende, susceptibles de pérdida. ¿Cómo puedes perder lo que es uno contigo? No puedes. Sólo puedes perder lo que está separado, y la especialidad construye se­paración.

14.27 Ése es el problema comprendido por tus relaciones de amor "especiales". No hay nada especial sino gloria. Tu unidad la provocó, pues toda unión te pone en contacto con tu hermano. Cada unión te regresa a tu relación sa­grada con tu hermano, que es el único que en verdad exis­te. Sólo esta relación es real y en ella están incluidas todas las demás. Una no descarta ni reemplaza a la otra. Lo real incluye todo. Lo irreal es nada.

14.28 Tú que no sabes cómo cambiar tu estado de separación por la unión, ya lo has hecho cuando has amado libremen­te y sin temores. En este estado recuerdas quién eres, tie­nes gozo y eres inocente y uno con el amor. El hecho de que este recuerdo no perdure y que los sentimientos pa­rezcan insostenibles es resultado de aquello que reempla­zan. Como hemos dicho antes, hay sólo dos emociones: el amor y el temor. Por tu elección, el temor reemplaza al amor. El temor siempre es más fuerte cuando valoras algo que sientes amenazado. El amor amenaza tu carácter especial. Antes de que tu mente consciente se dé cuenta de lo que ocurre, tu recuerdo del amor, la inocencia y el gozo amenazan tu ego, tu yo separado, que corre presu­roso a reemplazar ese amor. Sólo el miedo puede quitarte la memoria del amor o reemplazar tan rápidamente la glo­ria que es tu naturaleza con la especialidad que no lo es.

14.29 Crees que el amor es lo que más valoras y, en consecuen­cia, resistes toda noción acerca de que aquello que perci­bes como amor no es amor. Pero en tanto identifiques al amor con las personas de carácter especial a quienes se lo adjudicas, no lo conocerás. Lo que conocerás, en cambio, es la especialidad elevada al nivel del Todopoderoso, sen­tada en Su trono y coronada con joyas.

14.30 En tu mundo el amor no tiene sentido salvo que esté vin­culado a alguna cosa en particular. Y tan pronto como el amor queda vinculado con algo particular, aparece su opuesto. Mientras te rehúses a aceptar este hecho tan sim­ple, no hay esperanzas de que cambies ni de que cambie tu mundo. Tú que piensas: “¿Qué mal puede haber en amar a éste por encima de los demás?", piénsalo de nuevo. No eliges amar sino convertir a alguien en especial. Y al hacerlo eli­ges que lo opuesto del amor se vuelva real para ti y para quienes dices amar, así como para quienes dices no amar.

14.31 Preguntémonos en cambio: ¿Qué mal puede haber en amar a todos como uno? Si amas a todos por igual, ¿qué pérdida puede haber, incluso para aquella persona que eli­ges como especial? Lo único que se pierde es el carácter especial de alguien. Es una visión de la vida que no pue­des imaginar, así como no imaginas el gozo que trae. Pero eso es lo que necesitas imaginar si deseas aceptar al amor en vez de rechazarlo de nuevo. Pues rehusarte a abando­nar la creencia en tu carácter especial equivale a rehusarte al Cristo en ti y a rehusarte al mismo amor.

15. EL YO ESPECIAL
¿Qué tiene de malo querer ser especial? Todos los daños que ves en el mundo.
-15.2

15.1 Ya hemos hablado bastante de tu amor especial por otras personas, pero ¿qué hay de ese carácter especial que deseas para ti? ¿No ves cómo estos dos deseos están vincu­lados? El deseo de otorgar y recibir un trato especial es la fuerza motriz de tu vida, y el mundo que ves no hace más que reflejarla. El opuesto del amor no existiría si no fuese por tu invitación. Todo odio, culpa, vergüenza y envidia resultan de tu creación de un opuesto al amor mediante la especialidad. Todos los males de este tiempo y de la histo­ria dejarían lugar al amor si no fuera por la interferencia de lo que crees que te hace especial. Piensas que el mun­do está regido por la supervivencia. En cierto modo es así, pero no lo sería si no fuese por tu necesidad de sentirte es­pecial. Un vehículo sería nada más que un vehículo en lu­gar de un símbolo de posición social. Sin el deseo de ser especial, una persona no tendría necesidad de status so­cial. La belleza sería simplemente belleza y no una pro­ducción. Sin el deseo de ser especial, una persona no ten­dría necesidad de productos para la belleza. El bienestar sería la condición de todos, pues sin algo especial que ali­mentar, no habría codicia ni hambre. Sin ese deseo de ser especial tampoco habría guerra, pues no existirían razo­nes para perturbar la paz. No habría tierra más sagrada para unos que para otros, no se acapararían recursos, no se someterían pueblos.

15.2 ¿Qué tiene de malo querer ser especial? Todos los daños que ves en el mundo.

15.3 Mientras sigas deseando ser alguien especial, tu verdade­ro Ser permanecerá oculto y desconocido. Y puesto que éste es un Curso que busca revelar tu verdadera identi­dad, ese deseo de ser especial debe ser considerado tal co­mo es, para que no lo tengas más. O eres especial o eres tu verdadero Ser, nunca ambas cosas juntas. Este deseo de ser especial es el que da existencia a tu pequeño yo, ese que se lastima con facilidad, ese que guarda rencores y se resiste a abandonarlos, el que tiende a la mezquindad, el resentimiento y la decepción. Si eres sincero cuando te examinas a ti mismo verás que es así.

15.4 Resulta más difícil ver que este deseo de ser especial no se detiene ante aquello que trae sufrimiento a tu mente y corazón. Tal vez te parezca que los dirigentes de algún país empobrecido producen miseria para su pueblo debido a su deseo de ser especiales, pero eso no te ocurre a ti. En una escala amplia puedes ver, positivamente, cómo este deseo produce daños, pero no crees que tu propio deseo de ser especial o de que otros lo sean para ti tenga alguna conse­cuencia. Sólo quieres amar a tu pareja e hijos, a tus padres y amigos, y te conformas con que ellos piensen que eres es­pecial y que sean especiales para ti. En el mundo más am­plio, crees que tanto tú como ellos son anónimos. Si den­tro del pequeño ámbito de los seres queridos no es posible hacer que se sientan especiales, ¿cuál es el sentido de estar aquí? Pues éste es el sentido que le has dado a tu vida.

15.5 En consecuencia, dentro de este ámbito menor haces todo lo necesario para mantener tu sentimiento de ser especial y el de los demás también. Según tu cultura, lo necesario puede significar unas pocas cosas o muchas y diferentes para cada uno. De aquí provienen tus nociones de éxito, tus ideas de qué es necesario para ser bueno, tus nociones de qué significa ser bueno con los demás. No serías espe­cial para éste si no tuvieras tal aspecto, y no serías especial para aquél si no ganaras cierta cantidad de dinero. No serías especial si no le dieras a este otro ciertos regalos y oportunidades, ni cumplirías con tu responsabilidad de ha­cer que aquél se sienta especial. Producir un pequeño cam­bio en esta cultura es difícil y hasta imposible, porque si fueses a seguir tu propio camino y a elegir tu propio aspec­to, estilo de vida o actitud, corres el riesgo de ser visto co­mo especial dentro de este grupo, lo cual puede afectar tu capacidad para hacer sentir especiales a otros de la mane­ra en que los tenías acostumbrados.

15.6 ¿Cuántas personas integran esta esfera de influencia? ¿Veinte, cincuenta, cien? ¿Y por cuánto multiplica esto cada una de ellas? Aun así, es sólo una fracción de tu influencia, pues tu deseo de ser especial afecta a todos.

15.7 Tu deseo de ser especial te hace esclavo de los demás y a los demás esclavos de ti. Disminuye tu libertad, y sin propósito alguno. Pues lo que otros piensan de ti no te convierte en especial, así como lo que tú piensas de los demás tampoco los vuelve a ellos especiales. Todas las nociones de popularidad, éxito y competencia comienzan en este punto. Todas las nociones de lealtad también.

15.8 Llegamos ahora a un obstáculo que es necesario superar si queremos alcanzar las metas de este Curso. La lealtad surge de la fe, y en qué depositas tu fe determina tu per­cepción tanto como tu concepto de separación. Todo cam­bio parece cuestionar tu lealtad a los demás y toda elec­ción se lleva a cabo teniendo en mente esta lealtad. En este sentido, la lealtad surge de tu fe en el miedo y en todo aquello de lo cual necesitas protegerte. Consideras que pertenecer a un grupo, familia o comunidad leal que te brinde apoyo es necesario para tu seguridad. Quien no po­see esto, lucha por conseguirlo, lo cual es causa de mucho sufrimiento en el mundo. Este agruparse en busca de apo­yo contra el miedo simplemente convierte al miedo en algo real y al mismo tiempo torna esencial el motivo aparente de la lealtad.

15.9 Tu concepto de lealtad dificulta que dejes a un lado tu esfuerzo por sentirte especial y hacer sentir especiales a los demás. "Convertir en especial" parece ser una responsabilidad que has tomado sobre tus hombros, y si no la cumples pareces desleal. Más aún, sobre todas las cosas, no sólo eres leal a tu grupo sino a la humanidad. A pesar de tus sufrimientos y del de los que amas, poner en cuestión el derecho de la hu­manidad a ser especial parece un acto de deslealtad supre­ma. Pensar que puedes cambiar y ser diferente de los de tu especie parecería un acto de traición. Ser fiel a tu Padre y al aprendizaje que este Curso propone es, efectivamente, una traición al mundo tal como lo conoces.

15.10 Así lo es. Por lo que tu fe y lealtad deben recaer sobre algo nuevo, algo digno de tu esfuerzo y que no abandonará a tus hermanos y hermanas a una vida de sufrimiento.

15.11 Todo sufrimiento proviene del deseo de ser especial, por lo que es éste a quien debes abandonar. Hay una manera de hacerlo, una manera que no lastimará a tus seres que­ridos aun cuando parezca traicionar todo aquello que aprecias. Pero, ¿a quién habrías de traicionar? ¿A la verdad o la ilusión? No puedes ser leal a ambas, y aquí resi­de el problema. Cuando te detienes en la encrucijada ves una que no puedes traicionar y una sin cuyo tratamiento especial no podrías vivir ni podrías abandonar la esperan­za de recibirlo. Entonces eliges la ilusión en desmedro de la verdad y traicionas todo lo que eres y la esperanza que tu hermano ha depositado en ti como salvador del mundo.

15.12 Tú, que aún albergas la fantasía de poder hacer ambas co­sas, abandónala y toma conciencia de que tienes delante de ti una opción verdadera. No es una opción sencilla, o ha­bría sido hecha hace mucho con gran ahorro de sufrimien­to. Pero tampoco es una opción difícil ni una que debas ha­cer por ti solo. Esta opción no puede hacerse sin tu hermano y es, en verdad, la opción sagrada de tu hermano así como su derecho y el tuyo. Sólo necesitas abrirte al lu­gar donde no hay sitio para ser especial y pedirle a tu hermano que elija por ti. En esa elección te unes a él y a tu Pa­dre. En esa elección existen la gloria y la unidad que no conocen separación. En esa elección está la vida eterna.

16. QUÉ ELIGES A CAMBIO

El poder pertenece a aquellos que lo recuperan. Aquellos que proclaman yo soy. El poder nace del rechazo de la impotencia. Y el rechazo de la impotencia es nada más y nada menos que un paso en el logro de tu identidad mediante el despertar del amor de tu Ser.
-16.21

16.1 La gloria que sentiste del amor pareció provenir sólo de una persona y no de otra. El amor, según como lo piensas, no proviene de nadie. ¡El amor tiene una sola Fuente! El hecho de que esta Fuente resida en el interior de cada uno no la convierte en muchas fuentes, pues los muchos tienen también una sola Fuente. Esta Fuente común no convier­te a nadie en especial, sino a todos iguales.

16.2 Puedes preguntarte por qué no parece ser así, y la única respuesta es porque tú no lo quieres. Percibes aquello que deseas, y tu deseo de ser especial te lleva a no ver la igualdad, pues lo que es igual no puede ser especial.

16.3 A todos les resulta familiar la imagen del "niño problema" que busca amor y atención en formas consideradas ina­propiadas. Sabes que este niño no es menos que cualquier otro niño y que busca lo mismo que los demás. Sin embargo, cuando este niño crece y su conducta permanece inal­terada, lo llamas inadaptado o criminal, dices que no es amor lo que busca y que ahora es menos que aquellos que alguna vez fueron iguales a él. Lo que es igual no cambia para convertirse en diferente. La inocencia no es reempla­zada por el pecado.

16.4 Aquello que haces con los criminales te lo haces a ti mis­mo y a aquellos que dices amar con un amor especial. Pues no los ves en la inocencia inalterable en la que fueron creados y en la que permanecen, sino con los ojos del juicio. Que tú hayas juzgado y hallado que aquellos que amas son buenos y dignos de tu amor no justifica tu juicio, así como tampoco justifica el juicio que condena un cuerpo a la muerte o a una "vida" en prisión.

16.5 Una vida en prisión y un cuerpo condenado a muerte es lo que el juicio les hace a todos ustedes que creen que aquello que es igual puede convertirse en diferente. Esto es tan cierto acerca del amor que reservas para tus seres especiales como de la condenación que reservas para aquellos que has señalado. Pues se requiere juicio para convertir a uno en especial y a otro no.

16.6 Sin juicio no existiría separación, pues no verías diferencia entre tú y tus hermanos y hermanas. Tu juicio comenzó por ti mismo, y desde allí emanó el conflicto. Sin diferencias no habría causa de conflicto. El juicio crea diferencias. Mira por encima de lo igual y no lo ve, en cambio ve lo que quiere ver. Y aquello que quieres ver es lo que encontrarás, pero encon­trarlo no lo convierte en verdad, salvo en cuanto a que es la verdad acerca de lo que quieres ver. Tu opción es por Dios o por el yo que crees haber separado con éxito de El, y es esta opción la que determina cómo ves.

16.7 El juicio es la función que la mente separada se ha adjudi­cado a sí misma. En ella gasta toda su energía, pues para mantener el mundo que ves se requiere juzgar. El Espíri­tu Santo puede reemplazar tu ser especial por una función especial; pero esta función no puede ser tuya mientras sigas sosteniendo que tu función es juzgar.

16.8 Sólo tu corazón puede conducirte al perdón que supera el juicio. Un mundo perdonado es un mundo cuyo fundamento ha cambiado del miedo al amor. Sólo en este mun­do puedes cumplir tu función especial y llevar la luz a quienes aún viven en la oscuridad.

16.9 Hijo de Dios, ¡observa cuán importante es que escuches a tu corazón! Tu corazón no quiere ver con los ojos del jui­cio ni con los del temor. Te llama a aceptar el perdón pa­ra que puedas darlo y, por lo tanto, mirar el mundo perdonado con amor.

16.10 Una vez más, repito que la razón no se opone al amor, como tu mente dividida quiere que creas. Pues tu mente dividida juzga incluso al amor y se opone a él sobre la base de que no juzga. En esto puedes ver cuánto valor depositas en el jui­cio, hasta en la noción ridícula de que puedes juzgar al mis­mo juicio. Te consideras capaz de hacer buenos juicios y malos juicios, y consideras que el amor es incapaz de ambos. El amor parece operar por sí mismo, aparte de lo que la mente le pide que haga, y es por esto que le temes aun cuando lo anhelas. He aquí lo que la mente dividida llama razón: un mundo en el cual todas las cosas tienen dos caras, y dos caras que se oponen. ¿Cómo podría esto ser razón? La verdad no se opone a nada, tampoco el amor.

16.11 Una vez más tu recuerdo de la creación se pone a tu servicio, aun si no te ha servido bien. La memoria te dice que el amor no juzga, sino sólo tu mente dividida que ha dis­torsionado este recuerdo para servir a sus propósitos. Aquello que esta mente llama deficiencia es tu gracia sal­vadora. Desprenderte de lo que tu mente te dice para dar lugar a lo que tu corazón ya sabe es el propósito de este Curso.

16.12 Sólo el perdón reemplaza al juicio, pero el verdadero per­dón te resulta tan extraño como el verdadero amor. Crees que el perdón juzga a otro y disculpa los males que tú enu­meras. Pero el verdadero perdón simplemente ve más allá de la ilusión, hacia la verdad donde no hay pecados que perdonar ni males que disculpar. El perdón mira la ino­cencia y la ve allí donde el juicio no la ve.

16.13 Esta forma de perdón te parece imposible porque miras un mundo no perdonado donde campea la maldad, el pe­ligro acecha y no hay seguridad. Cada ser separado se ocupa de su propio yo, y si tú no velas por tu propia segu­ridad, seguramente perecerás. Sin embargo, al mismo tiempo que vigilas sabes que no puedes protegerte y que no estás seguro. Tú eres uno solo y "ellos" son tantos, que nunca puedes sostener la guardia el tiempo suficiente o asegurarte una garantía definitiva contra el desastre. Pero te aferras a cualquier posibilidad de lograrlo aun sa­biendo que no será efectiva.

16.14 Piensas que no puedes dejar de lado tu vigilancia porque sabes que no hay otra forma de garantizar tu seguridad, y aun si no puedes garantizar tu seguridad contra todas las cosas todo el tiempo, crees que puedes garantizar tu segu­ridad contra algunas cosas parte del tiempo. ¡Y por esta protección ocasional que no tiene validez ni pruebas re­nuncias al amor!

16.15 Mientras dices que necesitas pruebas antes de creer o aceptar algo como un hecho o como verdad, y por cierto antes de que puedas actuar acorde con ello, vives como si creyeras que lo que nunca dio resultado algún día, mila­grosamente, lo hará en el futuro. No tienes más evidencias que una vida de infelicidad y desaliento, donde algunos ocasionales momentos de alegría o las pocas personas que amas entre las muchas que no amas hacen que valga la pe­na vivirla. Crees que cuando se te pide que abandones el cuidado, el resguardo y la vigilancia que protegen esos momentos de alegría y a las personas que amas y a ti, se te pide que vivas una vida aun más riesgosa que la que vives ahora.

16.16 Tus juicios no han hecho del mundo un lugar mejor. Si la historia prueba algo, es precisamente lo opuesto de lo que te preocupas por creer. Cuanto más se entregan el indivi­duo, la sociedad y la cultura al deseo de juzgar, más se creen como dioses. Pues todos saben que el juicio no es tu lugar, sino que corresponde a Dios y sólo a Dios. Este dato está firmemente vinculado a tu memoria de la creación. Luchar por el derecho a juzgar apartado de Dios es una acción en contra de Dios, y como un niño que se atreve a desafiar a sus padres, el desafío cubre de audacia al desa­fiante. Se ha intentado algo peligroso y aparentemente se ha tenido éxito. El orden del universo se ha invertido. El niño cree que les ha "robado" a los padres su función sin convertirse en padre. Para aquellos que juzgan, Dios se ha convertido en el enemigo así como en la percepción de un niño desafiante sus padres se convierten en enemigos.

16.17 Pero el niño se equivoca. El niño ha cometido un error. Y con este error cree que la relación con sus padres se ha cercenado. Esta creencia en una relación cercenada con Dios parece reemplazar a la sagrada relación que no puede ser reemplazada. El juicio, entonces, refuerza la idea de separación, tornándola aun más terrible de lo que era al principio. Deja de parecer la opción hecha por un niño y se asemeja a una fisura irreparable que ninguna nueva elección podría reparar.

16.18 Hijo de Dios, esto no es así y jamás podría serlo, pues el derecho de juzgar no es sino el derecho del creador que juzga a toda la creación tal como fue creada y permanece. Tú sólo crees que has cambiado lo que no puede cambiar.

16.19 Juzgar no te brinda seguridad ni definir la maldad lo­gra abolirla, por el contrario, sólo la vuelve real para ti. Sin embargo, tú crees que el juicio se basa en la justicia y que ésta incluye el castigo de todos aquellos que has definido como malvados. Has hecho que la justicia y la venganza sean una, y al hacerlo le has robado a la justi­cia su sentido.

16.20 Quienes se respaldan en el juicio le piden a su poder que haga lo que no puede hacer. Todo poder proviene del amor, al igual que toda justicia. Cualquier otro fundamento del poder o la justicia que no sea el amor es una burla de ambas cosas. Todos ustedes conocen la expre­sión "el derecho de la fuerza", y aun quienes no conocen la expresión creen en el principio que representa. Tú afirmas poseer evidencias de su valor. Están a tu alrededor. Los fuertes sobreviven y los débiles perecen. Los pode­rosos se imponen y, por lo tanto, definen lo que está bien para todos aquellos sobre quienes se imponen. Quienes tienen el poder hacen las leyes, y quienes no tienen po­der las obedecen.

16.21 Sin embargo, a ti te asustan tanto quienes tienen poder como quienes no lo tienen. Los criminales son temidos, empero no tienen poder salvo el que construyen a partir de sí mismos. Quieres que el poder proceda sólo por ca­nales legítimos y no quieres que aquellos que no lo tie­nen lo posean a través de las mismas armas o medios que, según tú, confieren poder a la autoridad. Mientras quie­res que aquellos a quienes has conferido poder te prote­jan, al mismo tiempo les temes, y ellos, a su vez, temen a los débiles que puedan quitarles su poder o alzarse en su contra. ¿Qué clase de poder es éste que necesita ser constantemente defendido? ¿Qué tienen los débiles que les temes, salvo el hecho de que podrían no aceptar su estado de debilidad? Y qué dice esto sino lo que la his­toria te enseña: quien tiene poder y quien no lo tiene no es algo que esté determinado por la fuerza ni por autori­dad que pueda ser dada o quitada. El poder pertenece a aquellos que lo recuperan. Aquellos que proclaman yo soy. El poder nace del rechazo a la debilidad. Y el recha­zo de la debilidad es nada más y nada menos que un paso en el logro de tu identidad mediante el despertar del amor de tu Ser.

16.22 Cuánta miseria ha sufrido el mundo en el nombre del jui­cio, el poder y la justicia. Cuánta miseria puede evitarse encontrando el verdadero poder, el que es inherente a tu identidad. Pues tú no eres débil. Aquellos de ustedes que tienen medios de poder tradicionales de su lado no recu­rren a su propio poder, y luego se preguntan por qué quie­nes son más espirituales, en la actualidad y a lo largo de la historia, parecen sufrir dificultades. Sin embargo, son aquellos que sufren dificultades los que se levantan para recuperar el poder que les es propio en vez de buscarlo en otra cosa. Tu percepción mira al poder al revés y se pre­gunta por qué Dios ha desamparado a personas que pare­cen tan endiosadas.

16.23 Dios no desampara a las personas, son las personas las que abandonan a Dios cuando ceden su poder y no reclaman su derecho de nacimiento. Tu derecho es ser simplemente quien eres, y nada en el mundo tiene poder para quitarte este derecho. La única forma de perderlo es cediéndolo. Y esto es lo que tú haces.

16.24 Dios no quiere sacrificios de ti, pero cuando tú renun­cias a tu poder te conviertes en cordero para el sacrifi­cio, una ofrenda a Dios que Dios no quiere. Repasas historias de sacrificios contenidas en la Biblia y piensas que aquellos eran tiempos de barbarie, y sin embargo tú repites la misma historia aunque en forma diferente. Si un médico talentoso renunciara a su poder de curar, dirías que es un desperdicio. Sin embargo, tú renuncias a tu poder de ser quien eres y crees que así es la vida. Cedes tu poder y luego te inclinas ante aquellos a quienes se lo has cedido, pues no tienes miedo de nada excepto de tu propio poder.

16.25 Este miedo surge de aquello para lo cual has usado tu po­der. Sabes que tu poder ha creado el mundo de ilusiones en el que vives, por lo tanto piensas que algún otro sabrá hacerlo mejor. Ya no confías en tu propio poder, entonces lo has olvidado y no te das cuenta lo importante que es re­cuperarlo. Aunque quieras ser bueno, seguirías movién­dote mansamente por la vida tratando de cumplir con re­glas divinas y humanas, teniendo en mente un bien aun mejor. Si todo el mundo hiciese lo que quiere hacer, tu ra­zón, tu sociedad sufriría un colapso y reinaría la anarquía. Crees que eres justo cuando decides que si nadie puede hacer lo que quiere, tú también debes renunciar a tus de­seos a favor del bien común. Así es como te comportas en formas "nobles" que no sirven a ningún propósito.

16.26 Si no puedes recuperar al menos una pequeña cantidad de amor por tu propio Ser, tampoco puedes recuperar tu po­der, pues ambos —amor y poder— van de la mano. No hay "bien común" como tú lo percibes, y tú no estás aquí para asegurar la continuidad de la sociedad. Puedes abandonar las preocupaciones que te aquejan si en cambio trabajas por el regreso al cielo y el regreso de tu propio Ser.

17. NO-PLANIFICACIÓN CONSCIENTE

Ser quien eres no es un lujo reservado para los ricos ociosos, o para los muy jóvenes o ancianos. Ser quien eres es necesario para que el universo sea completo. Sin el verdadero tú en él, en el universo habría un vacío.
-17.1
17.1 Ser quien eres no es un lujo reservado para los ricos ocio­sos, o para los muy jóvenes o ancianos. Ser quien eres es necesario para que el universo sea completo. Sin el verda­dero tú en él, en el universo habría un vacío... y esto es imposible. Sin embargo, de alguna manera estás ausente.

17.2 Esto se relaciona con la conciencia y con aquellas cosas de las que eres consciente. Digamos que el espacio que llenarías siendo tú mismo es guardado por otra parte de tu conciencia que nunca lo ha abandonado. La reunión de estas dos porciones hará que el universo sea completo y produ­cirá el regreso al cielo. La expresión "cuando dos están reunidos" puede usarse con tanto acierto aquí como con refe­rencia a la relación. Tu elección de separarte de Dios es en realidad una separación de tu propio Ser, y es ésta la se­paración que necesita sanar para regresarte a Dios.

17.3 Rehúyes de todo pensamiento de que exista conciencia más allá de aquello de lo que eres consciente porque tie­nes miedo. Sin embargo, sabes que no puedes decir que conoces todo lo que existe en el universo, ni siquiera te co­noces por entero a ti mismo. Lo que temes de lo descono­cido es, simplemente, que te resulta desconocido. Cuando llegas a conocer lo que antes te resultaba desconocido, el miedo desaparece, si es que lo dejas.

17.4 Aquella parte de la conciencia de la que no te percatas no tiene que ver con la magia ni con la superstición ni con la demencia. No obstante, te escudas de ella como si conocerla fuese a cambiar la naturaleza del universo. Lo que en realidad cambiará es tu percepción. Esto es algo que al mismo tiempo deseas y temes, del mismo mo­do en que deseas conocerte a ti mismo y al mismo tiem­po temes hacerlo.

17.5 Te manejas con el supuesto de que conoces todo lo que te es bueno conocer, y que conocer más significa que ciertas cosas que es mejor no saber —y por lo tanto deben ser malas— pueden serte reveladas. Sin embargo, todas las evidencias de tus pensamientos revelan tu dis­posición a aceptar las cosas malas de ti y de tu mundo. En consecuencia, el supuesto de que lo desconocido debe ser malo no es válido, ni siquiera dentro de tus pro­pias pautas de evidencia. A pesar de ello, estimas que lo desconocido no puede ser totalmente bueno o digno de ser conocido porque tu razón es leal al mundo que ves. Por este motivo el Cielo, al que calificarías de bueno, no es totalmente bueno según tu estimación. ¿Por qué no es totalmente bueno? Porque lo has definido como carente de muchas cosas que has juzgado buenas en el mundo que ahora percibes.

17.6 Sin embargo, has ingresado por voluntad propia en mu­chos estados desconocidos. Algunos de ustedes se han ca­sado, han tenido familia, han ingerido drogas que alteran la conciencia o realizado hazañas físicas extremas, inclu­so aterradoras. Todos ustedes sin excepción han ingresado por voluntad propia en el estado desconocido del sue­ño y han experimentado la pérdida de conciencia que conlleva. Y todos han tenido la experiencia de soñar mientras dormían. Hay quienes dicen saber todo lo que hay que saber acerca del sueño, de estar casado, ingerir dro­gas o tener hijos; pero ni siquiera aquellos de ustedes que están dispuestos a escuchar a los expertos creen que aque­llo sea posible.

17.7 Cada día es una zona desconocida en la que ingresas, a pesar de todos tus intentos por anticipar lo que traerá. Y aunque parezca que ya estás acostumbrado a este fe­nómeno, no lo estás. Todavía construyes planes y protestas contra todo lo que se interpone en su camino, aun sabiendo por anticipado que tus mayores esfuerzos de organización muchas veces no tienen resultado. Un Curso de Milagros te pide que en vez de planificar, recibas. No obstante, son pocos los que comprenden el sentido de esta simple instrucción, es decir, lo que te enseña acer­ca de lo desconocido.

17.8 Y eso que enseña es que lo desconocido es benevolente. Lo que dice es que lo que no puedes anticipar, puede ser anticipado para ti. Lo que afirma es que podrías recibir ayuda constante si tan sólo la dejaras llegar. Lo que señala es que tú no estás solo.

17.9 Recibir implica que algo te es dado. Recibir implica bue­na disposición para aceptar lo que te es dado. Buena dis­posición es justamente lo que no ofreces. El motivo es que aún no comprendes la naturaleza de la creación, pero esto puede ser corregido.

17.10 Pecado es simplemente la creencia en que no puede haber corrección. Éste es el error acaecido en la creación. Así es como lo imposible devino posible. Si no estuvieses tan dis­puesto a creer que la corrección es imposible, ésta ya ha­bría tenido lugar. El error original que necesita corrección es éste: tu creencia en el pecado, en otras palabras, tu creencia en que la elección que has hecho es irreversible.

17.11 ¿Acaso no se torna evidente en los juicios en que te apo­yas y en tu tratamiento de los criminales, así como de ti mismo y quienes amas? Tú crees que se debe pagar por los errores, no una sino muchas veces, y aunque la paga sea onerosa, sólo "paga por" lo que fue hecho y jamás po­drá deshacerse. ¿Qué hace la paga sino comprar algo que entonces pasa a ser tuyo? ¿Qué has comprado con todos tus esfuerzos por enmendar tus equivocaciones? Sólo has conseguido comprar culpa, que ahora es tuya: una com­pañía constante y un permanente juicio de ti mismo.

17.12 ¿Ves ahora por qué los que juzgan no pueden entrar en el cielo? El juicio proviene de la creencia en el pecado y la irreversibilidad de todos los errores. Si no crees que pue­des revertir o "volver" al estado en que existías antes del error original, nunca lo harás.

17.13 Y sin embargo, lo único que necesitas es volver. La obser­vación de tu cuerpo te ha preparado para hacerlo. Da un paso hacia el lugar que te ha sido guardado. No has per­dido "tu lugar en la fila" porque te hayas ido. Ha sido guardado para ti por el más amoroso de todos los herma­nos, un hermano unido con tu propio Ser.

17.14 Este lugar al que puedes regresar no contiene juicio ni temor, y por lo tanto es la reserva de todo lo que ha proce­dido del amor. En él se guardan todos los regalos que el amor te ha hecho, regalos que son de la creación o de la extensión, regalos que has dado y recibido. Cada acto de amor se agrega a ese espacio en el universo que es tuyo y se ha convertido en parte del todo junto a ti. Todo lo que ha procedido del temor es nada, por lo tanto no existe fue­ra de tus pensamientos.

17.15 De todos modos, tus pensamientos se han endurecido y atrincherado en la creencia en su derecho a juzgar. Mu­chos de ustedes han abandonado su creencia en el pecado pero aún se aferran a su creencia en el juicio, convencidos de que uno es diferente del otro. Y mientras no veas esto tus pensamientos seguirán basándose en el temor y el temor será tu fundamento. Pues juzgar no es sino creer que lo que Dios creó puede ser cambiado y ha sido cambiado.

17.16 El perdón, que reemplaza al juicio, debe venir de tu cora­zón. Perdonar desde la lógica de la mente en vez de hacerlo desde la compasión del corazón es sólo pensar en el per­dón. Muchos de ustedes están dispuestos a conceder este perdón, incluso decididos a concederlo a pesar de sus me­jores juicios. ¿Acaso no ven qué poco sentido tiene esto, qué insincero suena?

17.17 La sinceridad es sinónimo de plenitud de corazón, un concepto que no comprendes porque está más allá de los conceptos. Pero ahora comenzamos a integrar tu apren­dizaje y a movernos hacia la plenitud. El primer paso ha­cia la plenitud es comprender esto: el corazón y la mente no están separados. Mente y corazón unidos forman un corazón pleno, o plenitud de corazón. Te preguntarás, en­tonces, por qué este Curso los ha tratado como partes separadas de ti. Se debe, simplemente, a que es la forma en que tú los ves y porque me permite referirme a las distin­tas funciones que tú les has adjudicado.

17.18 Pero lo que es semejante no puede tener funciones diferentes. Por lo que ahora tu mente y tu corazón deben trabajar en unidad en la función que hemos establecido: regresarte a tu identidad dentro de la creación de Dios.

18. LA MENTE COMPROMETIDA

La plenitud del corazón es la expresión íntegra de tu poder. Y expresión íntegra de tu poder es la creación. Lo que ha sido creado no puede ser des-creado. Sin embargo, lo que ha sido creado puede transformarse. La transformación ocurre en el tiempo. Por lo que la transformación y los milagros necesitan ir de la mano.
-18.18

18.1 Muchos de ustedes creen que la creación de Dios incluyó la caída del paraíso tal como la describe la narración bíbli­ca de Adán y Eva y los relatos de la creación de muchas culturas y religiones. Cuando la aceptas, incluso de mane­ra no literal, como la historia de la separación, aceptas la separación. Más que la historia de un hecho que realmen­te sucedió, se trata de un relato que describe el problema. Es la historia del nacimiento de la percepción. Y es tu per­cepción de la caída la que convierte a ésta en una maldi­ción. Tal interpretación no es compatible con un Dios bon­dadoso y un universo benévolo, pues acepta que la separación puede ocurrir. Pero no puede. Creer en la caída es creer en lo imposible.

18.2 Imagina que eres parte de una cadena de cuerpos tomados de la mano formando un círculo alrededor del mun­do. Yo estoy entre aquellos cuya mano tomas. Todos están vinculados, aun cuando uno no toma la mano de todos los demás. Si quitamos un eslabón de la cadena, ésta ya no formaría un círculo sino que se "caería", cada extremo quedaría suspendido en el espacio. La cadena sería enton­ces una línea que iría desde aquí hasta allá, y ya no abar­caría ni englobaría todo. La separación da por sentado que tú puedes romper la cadena. Esto sería tan imposible co­mo lo sería que yo soltara tu mano.

18.3 Ve un poco más allá e imagina que esta cadena mantie­ne a la Tierra en su órbita. Es obvio que si la Tierra sa­le de su órbita las consecuencias serían catastróficas y de naturaleza universal. Lo que resulta menos obvio es que tú eres parte de lo que ha establecido y mantiene un orden del universo, parte de un todo que sería muy dis­tinto sin tu presencia, del mismo modo en que el univer­so sería completamente diferente sin la presencia de la Tierra.

18.4 Sin embargo, esto es lo que tú crees haber hecho. Crees que has alterado la natural e z a del universo, haciendo po­sible que la vida exista separada y sola, sin relación, cone­xión ni unidad con el todo _ No lo has hecho. No te has "caído" de la unidad. No has "caído" de Dios.

18.5 Esta cadena que describo te ayudará a imaginar el lugar que tengo reservado para ti, .así como tú reservaste el mío cuando entré en el mundo bajo forma física. Aunque se trata sólo de una ilustración, enseña que ninguno de no­sotros abandona la totalidad ni nos abandonamos el uno al otro.

18.6 Aunque se te haya enseñado que tú no eres tu cuerpo, mientras estás aquí es imposible negar el cuerpo. Pero puedes cambiar la función que le has adjudicado y, por lo tanto, su funcionamiento. Si no lo ves como resultado de la caída, como una maldición o un castigo de Dios, no lo ves como tu hogar, una morada que te mantiene separado, puedes entonces comenzar a verlo como aquello que es, un instrumento de aprendizaje que te ha dado tu amoro­so creador. Antes de la idea de separación no había nece­sidad de aprendizaje. Pero un creador amoroso no deja una necesidad insatisfecha. Tan pronto como surgió la ne­cesidad de aprendizaje, quedó establecido el medio per­fecto para satisfacerla. Sólo que tú no has logrado verlo como tal.

18.7 Este error nació con la percepción. Antes de ella no exis­tía la posibilidad de una mala interpretación porque no ha­bía mundo exterior que percibir. Un instrumento de aprendizaje, cuando no es apreciado como tal, no tiene muchas esperanzas de cumplir la función para la cual fue creado. Pero cuando la percepción se modifica y algo es visto tal cual es, entonces no puede dejar de cumplir aque­llo para lo cual fue creado.

18.8 Un mundo exterior no es más que una proyección, y co­mo tal no puede apartarte del mundo interior donde exis­tes en la totalidad, como un eslabón en la cadena de la creación. Imagina una vez más esta cadena y a ti entre quienes la integran, e imagina la vida que vives ahora a se­mejanza de una película proyectada sobre una pantalla. Mientras ves la película y experimentas sus imágenes y sonidos, sus alegrías y tristezas, no abandonas tu lugar. Sin embargo, eres también parte de la proyección, y es en és­ta donde tu conciencia se ha detenido ahora, aparentemen­te atrapada en la pantalla, viendo todo con los ojos del personaje proyectado. Eso es lo que este Curso intenta mos­trarte: un mundo que puedes observar y del que puedes aprender estando dentro de él, por tanto tiempo como eli­jas aprender aquello que puede enseñarte la idea de separación. Realizar una nueva opción, la de aprender desde la unidad, es aquello para lo que este Curso te prepara.

18.9 Aprender desde la unidad requiere una mente y un corazón integrados, o plenitud del corazón. Un abordaje a medias no alcanza, como tampoco es suficiente una mente dividi­da. No nos cansaremos de enfatizar que aprendes aquello que eliges aprender. Si quieres pruebas de esto sólo tienes que mirar el mundo que fue creado a partir de tu deseo de aprender lo que podía enseñarte la idea de separación. Cuando morabas en la unidad no podías imaginar cómo sería este mundo, así como ahora no puedes imaginar cómo sería un mundo en unidad. Desde el punto de vista de la unidad, no podías comprender lo que estabas pidiendo ni el grado de compromiso que este aprendizaje te exigiría. Pa­ra aprender lo que podía enseñarte la idea de separación, necesitaste creer que existías en un estado de separación. Por lo tanto, el "olvido" de que en realidad moras en la uni­dad fue un requisito de la condición que deseabas experi­mentar. Así fue como la condición fue posible.

18.10 Aunque esta explicación te resulte razonable, la encuen­tras difícil de creer sobre la base de tu percepción de ti mismo y las limitaciones que crees que tiene tu poder de decisión. La única manera de hacer que lo increíble se vuelva creíble consiste en alterar lo que experimentas. El estado en que ahora existes no sólo resultaba increíble, sino también inconcebible para ti en tu estado natural. Pa­ra alterar tu sistema de creencias fue necesaria la experien­cia, así como es necesaria ahora.

18.11 La experiencia de unidad alterará tu sistema de creencias y el de otras personas, pues lo que aprendes en unidad se comparte. Pero debido a que en la actualidad aprendes desde la separación, cada uno debe pasar por la experien­cia en forma individual antes de que el sistema de creen­cias pueda ser modificado, aun cuando aquello que se aprende sea compartido en otro nivel.

18.12 La percepción de los niveles es una función del tiempo, por lo que parece necesaria una gran cantidad de tiempo antes de que pueda ocurrir un cambio de características duraderas. Es por este motivo que los milagros ahorran tiempo, pues integran todos los niveles y, por un cierto lapso, producen un colapso del tiempo. El tiempo es en rea­lidad una medida de aprendizaje, o el "tiempo" que toma el aprendizaje en pasar de un nivel a otro mediante la ex­periencia, pues aquí el aprendizaje es vivido en el tiempo.

18.13 A fin de que tu base de experiencia cambie de aprender en la separación a aprender en la unidad, debe nacer en ti la idea de que es posible aprender de aquello que la uni­dad puede enseñarte. Este nacimiento no surge de escu­char o aprender de las ideas de otro. Necesitas dar lugar a que el aprendizaje dejado por cada experiencia proven­ga de tu interior y no abandone su Fuente. Una idea mía sólo puede convertirse en idea tuya a través de tu relación con ella. Para darle vida, necesitas vivirla desde tu propia experiencia, desde ese deseo de conocer del que nacen todas las ideas.

18.14 Una vez que la idea ha nacido, existe en relación con su creador. Lo que ahora queda es la opción de participar. En unidad, tu mente y tu corazón, combinados en plenitud, participaban de todo lo que deseabas. Sabías que tu Ser era el creador y amabas todo lo que creabas. No deseabas algo y le temías al mismo tiempo, y tus deseos no cam­biaban de un momento a otro. Lo que deseabas, lo expe­rimentabas plenamente con todo tu ser, y lo hacías uno contigo. El hecho de que te abstengas de desear algo plenamente aquí es lo que ha tornado errática y caótica esta existencia. El conflicto entre la mente y el corazón impide que desees algo plenamente, por lo tanto, impi­de la creación.

18.15 En consecuencia, nuestra meta debe ser la integración de mente y corazón para que puedas crear un estado en el que la experiencia de unidad sea posible. Obviamente, esto depende de ti. Así como elegiste crear un estado de se­paración, ahora debes elegir crear un estado de unidad.

18.16 No es ninguna sorpresa que tu mente ha regido tu cora­zón. Lo que este curso ha intentado hasta ahora es, en bre­ve, cambiar tu orientación de la mente al corazón. Es el primer paso de lo que por ahora parecerá un intento de balancear dos cosas separadas, aunque en realidad la in­tención es unir lo que has percibido como separado. Si el corazón es el centro de tu Ser, ¿dónde queda la mente? El centro es ni más ni menos que la fuente donde todas las cosas existen como una sola mente. Decirte esto antes de relajar algunas de tus percepciones acerca de la supremacía de la mente hubiese sido en vano. La mente unida no es como tú has percibido tu mente. La mente unida es una mente en la que rige el amor y donde la mente y el cora­zón son uno. Proseguiremos llamándola plenitud de cora­zón en lugar de mente o corazón.

18.17 La norma es ver una mente errabunda, y los pensamien­tos que van y vienen en forma caótica te resultan tan acep­tables y aparentemente inevitables como respirar. Una mente dividida no te resulta mucho menos normal, aunque reconoces que una mente dividida torna más difícil la toma de decisiones. Ya se te ha dicho que el único ejerci­cio mental que incluye este Curso de Amor consiste en de­dicar todo pensamiento a la unión. Debemos considerar esto en dos dimensiones en vez de una. Además de dedi­car el pensamiento a la unidad con el todo, debes dedicarte a unificar los propios pensamientos.

18.18 No llegas a darte cuenta del efecto de haber elegido, con plenitud de corazón, la experiencia de separación. La ple­nitud del corazón es la expresión íntegra de tu poder. Y expresión íntegra de tu poder es la creación. Lo que ha sido creado no puede ser des-creado. Sin embargo, lo que ha sido creado puede transformarse. La transformación ocurre en el tiempo. Por lo que la transformación y los mi­lagros necesitan ir de la mano.
18.19 La transformación de un estado de separación en un estado de unidad es en verdad un milagro, pues requiere el reconocimiento de un estado que no puedes reconocer en la separación. Aunque suene como una paradoja, no es im­posible, debido a que nunca abandonaste el estado de uni­dad que no reconoces. Tu falta de reconocimiento puede ser superada recordando la verdad acerca de quién eres.
18.20 El pensamiento que unifica es más que un asunto de foco o concentración, aunque ambas cosas constituyan pasos en la dirección correcta. El pensamiento que unifica es también integración del pensamiento o lenguaje de tu corazón con aquel que percibes más naturalmente como pen­samiento, es decir, las palabras e imágenes que "pasan" por tu mente.
18.21 Con anterioridad nos hemos referido brevemente a las emociones, y lo hemos hecho sólo para diferenciar tus sentimientos de amor de tus sensaciones de carencia de amor o temor. De lo que no hemos hablado es de aquello que la emoción encubre y de la calma que yace por debajo. Me he referido al verdadero lenguaje del corazón como comu­nión, o unión en el más alto nivel, y al recuerdo como el medio por el cual la comunión puede regresar a ti. Por lo tanto, de lo que ahora hablamos es de integrar recuerdo y pensamiento.

18.22 Mientras que hablamos de lo que tú piensas de la emo­ción como reacción del cuerpo a un estímulo, no habla­mos del estímulo en sí. Antes de hacerlo, debemos acla­rar aún más la función del cuerpo como instrumento de aprendizaje. Tu cuerpo parece experimentar tanto el placer como el dolor, sin embargo como instrumento de aprendizaje es neutral. No experimenta, sino que transmite aquello que puede ser experimentado por ti. Tú, entonces, le retransmites una reacción. Esta relación cir­cular entre tú y tu cuerpo es la relación perfecta para los propósitos del aprendizaje. En ella es posible aprender tanto de la experiencia como de la reacción ante la ex­periencia, ya que ambas pueden ser elegidas por el que aprende. No es, en cambio, la relación perfecta cuando percibes erróneamente al cuerpo como tu casa en vez de un instrumento de aprendizaje. Porque has percibido erróneamente al cuerpo como tu casa, en cierto sentido no hay un "tú" al cual el cuerpo pueda enviar sus señales. En consecuencia, el cuerpo parece estar al comando y ser al mismo tiempo el que vive y el que interpreta la experiencia. Más aún, esta percepción errónea ha de­jado sin reconocimiento a la función del cuerpo. Por este motivo, no reconoces la verdad acerca de qué cosa causa dolor ni puedes rechazar su experiencia. Lo mis­mo es válido para el placer.

18.23 Las decisiones acerca del placer y el dolor son tomadas mediante el juicio del yo separado, que no sólo cree ser el cuerpo, sino que también cree estar a merced del cuerpo. Pero el cuerpo no tiene merced alguna para ofrecerle al yo separado, pues sólo es un instrumento de aprendizaje. Co­mo no has reconocido esto, no has podido aprender que todo lo que experimentas como doloroso es resultado de sentimientos de falta de amor, y todo lo que experimentas como placentero son sentimientos de amor. Esto parecería contradecir lo que antes afirmamos acerca del sufri­miento provocado por el amor y tu deseo de aferrarte a él a pesar del dolor que te produce. Has de saber que el do­lor no proviene de tus sentimientos de amor sino de tus sentimientos de amor perdido.

18.24 La causa de tu malestar es que no hay nadie que reciba y rechace los sentimientos de dolor para reemplazarlos con sentimientos de amor. No pienses que reaccionas al dolor o sufrimiento de cualquier clase con el amor que proviene de tu verdadero Ser, un amor que disiparía el sufrimien­to. Pues ese Ser que has dejado fuera del circuito del aprendizaje es precisamente el Ser de amor.









19. UNIDAD Y DUALIDAD
Cada uno de tus hermanos y hermanas es tan santo y amado por Dios como yo. ¿Puedes ser testigo de que son los amados de Dios así como, hace mucho, otros fueron testigos de que yo lo era? Hasta ahora no lo has podido hacer porque deseabas ser especial y que otros pocos fuesen especiales, en vez de que todos fuesen amados. Tal vez ahora estés preparado.
-19.9

19.1 No hubo mala intención en la creación del cuerpo como instrumento de aprendizaje, y como instrumento de apren­dizaje fue creado a la perfección. El problema radica en lo que tú, al olvidarte, has hecho de tu cuerpo. Al pensar que el cuerpo eres tú, surgieron las ideas de glorificarlo. Y glo­rificar un instrumento de aprendizaje no tiene sentido. Pero al crear el instrumento perfecto mediante el cual pudie­ras experimentar la separación, esta clase de problemas fueron anticipados y junto a ellos fueron creados los me­canismos de corrección. No podrías haber experimentado la separación sin un sentido del yo como algo separado, y no podrías experimentar plenamente nada sin libre albe­drío. Un yo separado provisto de libre albedrío y operando en el mundo exterior, así como un espíritu que deseaba la experiencia de separación, conducirían naturalmen­te a una situación en la que puede tener lugar todo el rango de experiencias disponibles para un ser separado.

19.2 El complejo conjunto de criterios necesarios para crear un mundo de separación fue, en el instante de la creación, an­ticipado y provisto en coherencia con las leyes de la crea­ción. Así como este mundo fue creado con amor, como lo fue toda la creación, también fue creado para proporcio­nar la experiencia deseada. Así nació el temor, pues un yo separado es un yo temeroso por naturaleza. ¿Cómo podría no serlo?

19.3 Tú que te sientes desgastado por esta experiencia, regocí­jate, pues puedes elegir una nueva experiencia. El libre al­bedrío no te ha sido quitado, ni te ha abandonado el po­der de la creación. La solución descansa en las mismas leyes de la creación.

19.4 La solución reside en la transformación, y por eso es que aún eres necesario aquí. Por debajo del mundo de ilusión que tú creaste para glorificar tu yo separado subyace el mundo que fue creado para tu aprendizaje, y que por lo tanto existe en la verdad. No es, de ningún modo, el único mundo, pero aun así es el cielo, porque el cielo debe ser donde estás. Una elec­ción —hecha con plenitud de corazón— de abandonar toda idea de glorificar el yo separado y dejar que el mundo sea lo que es dará comienzo a la transformación. Ésta requiere la primera unificación, la de mente y corazón, luego de la cual la unificación con Dios regresa naturalmente a tu concien­cia, pues esta unificación te regresa al Cristo en ti y a la mente única, unida con Dios, que nunca abandonaste. El poder de la creación, entonces, regresa a ti para ayudar a que todos los seres separados recuerden la unión.

19.5 Aunque todo esto puede sonarte a ciencia-ficción, date cuenta de que en todas las áreas de tu vida, desde la reli­gión hasta la ciencia, aceptas muchas cosas que suenan a ficción. De todas maneras, no espero que creas todo lo que te digo sólo por fe. Experiencia es lo que necesitas para cambiar tus creencias y depositar tu fe en ellas con segu­ridad. El primer paso hacia una experiencia de otra clase es tu disposición a aceptar que estás aquí para aprender y que el cuerpo puede proveerte los medios para hacerlo.

19.6 La gracia que te salva es que aún tu yo separado anhela la unión y el conocimiento de tu creador. Pues junto con este anhelo te fue provisto un medio para su satisfacción, y esta satisfacción viene acompañada del fin de la separación.

19.7 Yo fui parte de este medio, pero sólo parte. La satisfacción puede provenir de todos y cada uno de tus hermanos y hermanas, pues en todos ellos se encuentra el Cristo, que puede ser visto y experimentado como lo fue en mí. Es en tus relaciones sagradas donde puedes hallar y vivir esa unión, y desde ellas puedes alimentar tu deseo de unión con todos y de conocimiento de tu creador. Este anhelo debe ser un anhelo puro —limpio de temor y juicio y en­carado con plenitud de corazón— para que encuentre sa­tisfacción. No son los medios los que faltan, sino la pleni­tud del corazón.

19.8 Déjame referirme brevemente al papel que cumplí para que puedas comprender mejor el papel que te aguarda a ti. Vine para dar cumplimiento a las escrituras. Lo que esto significa es que determinada comunidad esperaba mi llegada. Aguardaban con expectativa, por lo que hallaron en mí lo que esperaban hallar. Aquello que mis hermanos y hermanas vieron en mí me permitió ser quien fui, aun estando en forma humana. En verdad te digo que si tú vieras a cualquiera de tus hermanas y hermanos hoy de la misma manera en que me vieron aquellos que aguardaban mi nacimiento, ellos también recordarían quiénes son. És­te es el papel que te pido que aceptes, para que puedas dar a otros lo que me fue dado a mí.

19.9 Cada uno de tus hermanos y hermanas es tan santo y amado por Dios como yo. ¿Puedes ser testigo de que son los amados de Dios así como, hace mucho, otros fueron tes­tigos de que yo lo era? Hasta ahora no lo has podido ha­cer porque deseabas ser especial y que otros pocos fuesen especiales, en vez de que todos fuesen amados. Tal vez ahora estés preparado.

19.10 El yo separado no puede volver a aprender unidad excep­to a través de la unión. Aquí, la unión se alcanza en la re­lación. Ver a tus hermanos y hermanas como me vieron a mí aquellos otros hace mucho tiempo es la forma de lograr una relación de orden superior y reaprender la comunión, el lenguaje del corazón. Por ello se te pide que experimen­tes el espíritu de tus hermanos y hermanas en lugar de re­lacionarte, como los has hecho siempre, simplemente con sus cuerpos. Yo no fui visto como un cuerpo por aquellos que creyeron en mí, aunque tuve un cuerpo que me ayu­dó a aprender, del mismo modo que tú.

19.11 Mi testimonio anunció tu llegada, así como las escrituras anunciaron la mía. Aunque algunas de mis palabras hayan resultado mal interpretadas o distorsionadas, tú aún pue­des repasarlas y ver que es así. No me proclamé por enci­ma de los demás ni diferente del resto, sino que a cada uno de ustedes los llamé hermanos y hermanas y les recordé el amor de nuestro Padre y nuestra unión con él.

19.12 De todas maneras, tu fe en tus hermanos y hermanas no será plena sin la reunión de mente y corazón que produ­ce la integridad. Este estado no fue alcanzado siempre por aquellos que creyeron en mí, y la perfección tampoco se te pide a ti. Como puedes comprobar en los registros que quedaron, los apóstoles no alcanzaron este estado durante mi vida aquí, pues me veían como alguien diferente y buscaban en mí el poder. Sólo después de mi resurrección el Espíritu Santo cayó sobre ellos y les reveló su propio poder al unir la mente y el corazón con la fe. Entonces se reunieron conmigo en la medida en que se reunieron con el Cristo. Por lo tanto, debes aprender a verte como ves a tus hermanos y hermanas, y depositar tu fe no en las dife­rencias sino en la igualdad.

19.13 A fin de lograr esto último, aún resta un nivel de unifica­ción del pensamiento, lo cual constituye otra razón para apoyarnos en el corazón. El pensamiento, como sabes, es un aspecto de la dualidad. No puede ser de otra manera en tu estado de separación. Necesitas pensar en términos de "yo" y "ellos", "vida y muerte", "bien y mal". De esto se trata pensar. El pensamiento tiene lugar mediante palabras, y las palabras separan. Sólo mediante la combina­ción de mente y corazón y concentrándose en que sea el corazón quien gobierne, el amor puede combinarse con el pensamiento a fin de trascender el pensamiento tal como lo conoces. Esta trascendencia es función de la integridad.

19.14 Éste es, en esencia, el motivo por el cual los grandes pensadores no han sido capaces de descifrar el misterio de lo divino y, por ende, concluyen que no se puede conocer a Dios. Sin embargo, a Dios se lo conoce desde dentro del misterio de la no dualidad. Sería imposible que fueses un ser que anhela conocimiento de su Creador si ese conoci­miento no estuviese a tu alcance. En la creación, todas las necesidades son satisfechas en el mismo momento en que se convierten en necesidades, por lo que no hay necesida­des. Si todo lo que necesitas ya te ha sido provisto, tener necesidades no tiene sentido.

19.15 La filosofía aborda el misterio mediante el pensamiento, y por ello se convierte en un enredo de palabras. Te resulta difícil aceptar que aquello que más necesitas conocer no puede ser alcanzado mediante los mismos métodos que utilizas para conocer otras cosas. Entonces estás dispues­to a cambiar experiencia por conocimiento de segunda mano y a creer que puedes conocer a través de las expe­riencias de los demás. Sin embargo, cuando se trata de co­nocer lo que está ahora delante de ti, es decir conocer tu propio ser, es obvio que las experiencias de los demás no te aportarán ese conocimiento; tampoco lo hará mi expe­riencia. Muchos de ustedes han aprendido de manera sig­nificativa de otras personas, pero este tipo de aprendizaje es sólo un punto de partida, un portal a la experiencia.

19.16 Pensar sin pensamientos o conocer sin palabras son ideas que te resultan bastante extrañas, y de hecho, mientras permaneces aquí, inclusive a las experiencias que están más allá de las palabras y los pensamientos les intentas aplicar palabras y pensamientos. Pero el amor muchas veces te ha acercado a un estado del ser "sin pensamientos" y "sin palabras", y puede volver a hacerlo. Cuando te unes a tu propio Ser, todo lo que has creado y recibido en amor regresa a su hogar en ti, y te deja en un estado de amor donde lo que no tiene forma ni palabras está muy cerca.

19.17 Tu único concepto de unidad es el de una sola forma, una sola entidad. O hay una silla o hay dos. Una mesa o cuatro. Tu énfasis siempre ha sido puesto en la cantidad, entonces consideras que uno es menos que cualquier otro número. Pero, por otra parte, cuando existe un solo ejemplar de una co­sa cualquiera, su precio es alto. Dios es entonces "Dios" de­bido, en parte, a lo que consideras su singularidad. Conside­ras primitivos a aquellos que adoran muchos dioses, aunque quienes creen en un dios sinónimo de creación están mucho más cerca del verdadero Dios que quienes ven a Dios como una figura solitaria. No obstante, la unicidad y la unidad vie­nen juntas, y la unidad de la creación es parte de la unicidad de Dios, y la unicidad de Dios es parte de la unidad de la creación. Una mente entrenada en la separación no puede concebir esto, pues todo concepto nace de los pensamientos separados. A pesar de ello, la mente puede concebir un crea­dor. Y una mente que puede concebir un creador, combinada con un corazón que anhela conocimiento y unión con ese creador, puede superar la necesidad de pensamientos sepa­rados provenientes del sistema de pensamiento del yo sepa­rado. Pero para esto debes entrenarte. Así comienza tu en­trenamiento. Y comienza con una oración.

19.18 Como dijimos al principio, orar es pedir. Pediste un estado de separación y te fue concedido. Ahora necesitas pe­dir el regreso de la unidad para que esto se cumpla. La condición o estado del ser desde donde pides necesita ajus­te y por lo tanto entrenamiento antes de que puedas ser consciente de la respuesta que recibes. Está claro que pue­des pedir aquello que no conoces. Éste no es el problema. El problema radica en quién es el que pide. El yo separado, aunque pueda pedir, difícilmente pueda creer o acep­tar la respuesta. Es la falta de fe en la respuesta la que lo hace capaz de pedir. Ahora que estás empezando a dejar de lado el concepto de un yo separado y comienzas a creer en la posibilidad de una respuesta, tendrás más temor de pedir. Lo único que la oración aguarda es tu fe en el amor sin temor que siempre ha respondido.

19.19 En el más profundo y oscuro caos de tu mente surge la po­sibilidad de la luz. Se parece a viajar en retroceso, o a la revisión de su vida que algunos experimentan luego de la muerte. Para recordar la unidad debes, en cierto sentido, retroceder hasta ella, deshaciendo en el camino todo lo que has aprendido desde que la conociste. Este deshacer, o expiación, ha comenzado, y una vez que ha comenzado no se detiene y, por consiguiente, inevitablemente ya se ha cumplido.

19.20 Hermanos y hermanas en Cristo, no se impacienten aho­ra. Estamos camino a casa y lo único que anhelan es estar más cerca que antes. Hablar de "retroceder" los hará sen­tir impacientes, pero este "retroceso" no se asemeja en na­da al que intentaron antes. Aunque en cierto sentido se les pide que revisen sus vidas, es la última revisión que se les requiere antes de abandonar el pasado por completo. Todos sus intentos previos de retroceder han sido como in­tentos de pagar una deuda que nunca se acaba. Este re­troceso los dejará libres de deudas y, por lo tanto, libres de verdad.

19.21 Este retroceso es un viaje sin distancia. No necesitas buscar, y de hecho no podrías, porque el pasado no mora en ti. Lo que necesitas hacer, en cambio, es procurarte un lu­gar de quietud desde donde aquello que necesita revisión pueda surgir como un reflejo surge de un lago. En este lu­gar, lo que necesita sanar emergerá brevemente a la super­ficie y abandonará las profundidades ocultas donde la luz no podía alumbrar y la sanación no podía llegar. Todo aquello que emerja para ser curado no necesita más que un gesto de amor de tu corazón, una mirada fugaz de com­pasión, un simple momento de reflexión antes de que se disipe y muestre un nuevo reflejo.

19.22 En realidad, el retroceso se parece más a una reflexión que a una revisión, aunque si la piensas como una revisión de tu vida, no estarías errado. Se asemeja al juicio final, en cuanto discierne lo real de lo irreal, la verdad de la ilusión. A pesar de la similitud entre lo que esto produce y la des­cripción del juicio final, juzgar no es el fin ni el medio de reconocimiento.

19.23 El propósito más sublime del que eres capaz en este mo­mento es el cambio de percepción. Aunque nuestra meta última es pasar de la percepción al conocimiento, el pri­mer paso para lograrla consiste en cambiar tus medios de percepción por los correctos. Tu disposición a aceptarme como maestro te ayudará a aceptar mi visión como la tuya y, por lo tanto, a ver correctamente. La forma en que te has percibido a ti mismo y al mundo hasta ahora no ha sido la correcta, y has comenzado a darte cuenta de ello. Es entonces un buen momento para tomar conciencia de que tu mente y su percepción pueden cambiar. Esto es ne­cesario antes de que puedas mirar hacia atrás de una ma­nera nueva y no cubrir el mismo terreno que ya has cu­bierto un millón de veces, hallando causas para la recriminación y la culpa. No se te pide que mires hacia atrás con actitud de juicio. Es precisamente lo opuesto lo que anticipará nuestro propósito de unir el corazón y la mente.

19.24 El Espíritu Santo existe en la mente correcta y es, preci­samente, el puente que te permite cambiar la percepción por el conocimiento. El conocimiento es la luz, y la única luz en la que puedes ver de verdad. No desearás unir ple­namente tu mente y tu corazón en integridad hasta que veas con claridad. Uno de los propósitos de la distinción que has hecho entre mente y corazón es su capacidad pa­ra mantener una parte de ti sin culpa. Pase lo que pase, tu noción dividida de ti mismo te permite proteger y ocultar. La culpa siempre está en otro lado. La parte sin culpa de ti siempre está lista para redimir al yo lleno de culpa. Esta idea de autorredención es la responsable de mantener a la unión lejos de tus deseos. El concepto de que en la uni­dad no hay necesidad de culpa y, por lo tanto, tampoco de redención resulta inconcebible para la mente separada. Pero no para el corazón.


20. INTEGRIDAD - EL ABRAZO
El amor es la Fuente de tu ser. Fluyes del amor en un fluir infinito. Eres, por tanto, eterno. Eres inocente y puro porque fluyen del amor. Y lo que fluye del amor no cambia ni tiene fronteras. Eres ilimitado.
-20.27

20.1 Tu anhelo ha arribado a un punto febril, a un ardor en tu corazón muy distinto de todo lo que has sentido antes. Hasta es posible que tu corazón sienta que se sale del pecho, que se extiende rumbo al cielo, que está a punto de estallar de deseo de unión, un deseo que no entiendes pero seguramente sientes.

20.2 Éste es un llamado a entregarte a mi abrazo y recibir consuelo. Deja que tus lágrimas rueden y el peso que has car­gado sobre tus hombros recaiga en los míos. Deja que arrulle tu cabeza junto a mi pecho mientras te acaricio los cabellos y te aseguro que todo va a estar bien. Toma conciencia de que éste es todo el mundo, el universo, la tota­lidad en cuyo abrazo literalmente existes. Siente la ama­bilidad y el amor. Embébete en la seguridad y el solaz. Cierra los ojos y comienza a ver con una imaginación que va más allá de pensamientos y palabras.

20.3 Ya no eres un extraño que mira a los súbditos del reino. Tú eres el corazón del reino. La belleza del reino reve­lada. El hijo amado que se amamanta del seno de la ma­dre tierra, un hijo de una madre, innominada y más allá de todo nombre. Ningún "yo" reside aquí. Has abando­nado la visión de tus ojos y el "yo" de tu ego. Eres libre de fronteras, no eres más una cosa bella, eres la belleza misma.

20.4 La "cosificación" ha pasado y tu identidad ya no reside en la forma sino que fluye de la vida misma. Tu belleza es la reunión de átomos, el orden en el caos, el silencio en soledad, la gracia del cosmos. Nuestro corazón es la luz del mundo.

20.5 Somos un solo corazón.

20.6 Somos una sola mente. Una fuerza creativa que reúne los átomos, establece el orden, bendice el silencio, con­fiere gracia al cosmos, manifiesta la luz del corazón. Aquí vivimos como un solo cuerpo, experimentamos la comunión, el deleite del alma, en vez de la diferencia. Es un mundo sin fisuras, un tapiz donde cada hebra es vi­brante y fuerte. Un cántico donde cada tono es puro e indivisible.

20.7 Hemos regresado al abrazo, y ahora tus brazos me estre­chan a mí, pues un abrazo, aunque puede comenzar con uno que estrecha a otro, concluye en la mutualidad, en el contacto compartido, la fusión de uno en otro. El abrazo hace uno de dos.

20.8 Ahora comenzamos a ver con los ojos del corazón. Ya no miramos "fuera" sino miramos "dentro". Todos los paisa­jes y horizontes se forman dentro del abrazo. Toda belleza reside en él. Toda luz se infunde y difunde en el abra­zo. Dentro de él nuestra vista se aclara y lo que vemos es conocido en vez de entendido.

20.9 En él, llega el descanso para la fatiga y la hace amablemente a un lado. El tiempo ha terminado y no hay nada que debas hacer. El ser reemplaza a la identidad y tú dices yo soy, yo, soy, y no hay nada fuera de mí. Nada fuera del abrazo.

20.10 Desde aquí tu vida se convierte en un sueño que no requiere que dejes tu hogar, tu lugar de seguridad y solaz. Eres acunado amablemente mientras tu espíritu remonta vuelo en sus sueños felices al fin. Mientras el amor te ro­dea con brazos que te sostienen, sientes el latido del mun­do justo debajo de tu cabeza en reposo. Resuena en tus oídos y se mueve en ti hasta que no hay distinción. Somos el latido del mundo.

20.11 Esta es la creación. Éste es Dios. Éste es nuestro hogar.

20.12 Existimos en el abrazo del amor como las bandas de luz que forman el arco iris, indivisibles y curvadas hacia aden­tro la una sobre la otra. El amor crece desde dentro como un niño crece dentro de la matriz materna. Hacia adentro, hacia adentro, en el abrazo, la fuente de todo comienzo, el núcleo y la totalidad de toda vida. El todo existe sin perturbarse por lo que será. Es.

20.13 El tiempo de las parábolas ha llegado a su fin. Te aguarda un nuevo tiempo sin tiempo. Nada es semejante a nada. La semejanza, como la cosificación, ha sido superada por la unidad. La unidad prevalece. El reino de Cristo está al alcance.

20.14 Yo estoy vivo. Tú lo crees, de lo contrario no estarías aquí. Sin embargo no piensas en mí ni me imaginas viviendo. Cristo señorea en el reino donde vivo así como señoreó conmigo en la tierra. En el sepulcro de este mundo donde fue depositado mi cuerpo exánime, el Cristo en mí me re­gresó al abrazo. El latido singular del hombre Jesús ya no resonó. Mi latido fue el latido del mundo.

20.15 Imagina un cuerpo en la caverna que fue sepulcro, la ca­verna en la tierra, la tierra en el planeta, el planeta en el universo. Cada uno acuna al otro. Ninguno es pasivo. Ninguno está muerto. Todos comparten el latido del mun­do y reposan el uno en el otro, en el abrazo mutuo y den­tro del abrazo del amor de Dios, de la creación de Dios, del latido de Dios. Este latido de Dios es la Fuente del mundo, el Alma del mundo, el Sonido del mundo en ar­monía, la existencia sin principio ni fin. Un abrazo. Nada menos y nada más, pues todo es todo. El uno es el uno.

20.16 Ya no hay causa para la alienación ni para el sentimiento de abandono que muchos de ustedes han sentido. Estás ahora dentro del abrazo donde todas las heridas son curadas.

20.17 El mundo no existe separado de ti, por lo que debes tener conciencia de tu conexión compasiva. El mundo no es una colección de edificios de cemento y calles pavimentadas, ni de personas de corazón frío tan dispuestas a hacerte bien como a hacerte mal. El mundo es tu lugar de interac­ción con todo lo que vive dentro de ti, compartiendo el latido único. El latido del mundo no existe aparte de Dios. Por lo tanto el latido del mundo está vivo y es parte de ti. Es a esta conexión del corazón que buscamos regresarte. A la conciencia de que el mundo no es una "cosa", así co­mo tampoco tú eres una "cosa". Tu identidad es una y compartida con Cristo. Una identidad compartida es atributo de unidad. Una identidad compartida es una sola identidad. Cuando te identificas con Cristo te identificas con la identidad única. Cuando tomes conciencia de la uni­cidad de tu identidad serás uno con Cristo. Y Cristo es si­nónimo de unidad.

20.18 ¿Quién podría ser dejado fuera del abrazo? ¿Y quién, dentro del abrazo, podría estar separado y solo?

20.19 ¿Has sentido alguna vez ganas de abrazar el mundo y reconfortarlo si pudieras? Puedes hacerlo. No con los bra­zos físicos, sino con los brazos del amor. ¿Acaso no has llo­rado alguna vez por la situación del mundo como llorarías por un niño que necesita amor? En ese momento, ¿no per­dió el mundo su condición de "cosa"? ¿No perdió su ca­rácter de "personal"? ¿Acaso no fueron derramadas tus lágrimas por aquello que vive y respira y existe junto con­tigo? Y tú, que derramaste las lágrimas, ¿eres un ser per­sonal? ¿Una cosa? ¿Una masa de carne y hueso? ¿O, co­mo el mundo por el que lloras, no eres una cosa ni un yo personal? Y cuando has exultado de gozo ante la belleza del mundo, ¿acaso no ha exultado éste junto contigo, devolviéndote gracia por gracia?

20.20 ¿Es posible albergar un concepto de totalidad, del "todo", y que éste no exista? ¿Y cómo podría existir sin incluirte? Ser uno con Cristo, hermanos y hermanas, no es más que la realización de este concepto. Tampoco es menos.

20.21 Esta lección es tan complicada como ustedes quieran que sea. Pero para algunos puede ser simple, tan simple co­mo darse cuenta de la unidad del abrazo. En el abrazo puedes dejar que todo pensamiento se vaya. Dentro del abrazo puedes dejar de pensar incluso en las cosas sagra­das, los santos hombres y mujeres, los seres divinos y hasta Dios. El abrazo es sagrado en sí mismo. Como el amanecer y el crepúsculo. Como la menor de las aves es tan sagrada como el águila majestuosa. La brizna de hier­ba, el grano de arena, el viento y el aire, el océano y sus olas, todos viven por el latido universal y existen dentro del abrazo. Todo lo que imaginas es sagrado cuando lo imaginas con amor. Y lo que no puedes imaginar también es sagrado.

20.22 La santidad es todo lo que existe dentro del abrazo. ¿Có­mo podrías ser tú menos que sagrado? Tú existes en la santidad.

20.23 El primer paso para recordar esta santidad es olvidar. Olvídate de que no te sientes santo y que el mundo no parece ser sagrado. Deja que tu corazón recuerde que tú eres santo y el mundo es sagrado. Mil cosas pueden apar­tarte del recuerdo. Pero olvidar las "cosas" te libera pa­ra recordar.

20.24 Olvídate de tu yo y la memoria regresará a ti. Más allá de tu yo personal y de la identidad que le has dado está tu ser. Este es el rostro de Cristo donde mora todo ser. Esta es tu verdadera identidad.

20.25 La gratitud es la naturaleza de tu ser. No podría ser de otra manera cuando el asombro y fa magnificencia te rodean en el abrazo. Tu corazón canta en gratitud por todo lo que eres. Tú eres la belleza del mundo y la paz mo­ra en ti.

20.26 La paz es el fundamento de tu ser. No una paz que impli­ca ausencia sino una paz que significa plenitud. La inte­gridad es pacífica. Sólo la separación crea conflicto.

20.27 El amor es la Fuente de tu ser. Fluyes del amor en un fluir infinito. Eres, por tanto, eterno. Eres inocente y puro porque Huyes del amor. Y lo que fluye del amor no cambia ni tiene fronteras. Eres ilimitado.

20.28 El poder es la expresión de quien eres. Porque eres inal­terable e ilimitado, eres todopoderoso. Sólo la falta de expresión conduce a la impotencia. Ninguna expresión au­téntica es posible hasta que no sepas quién eres. Saber quién eres y no expresarlo con todo poder es resultado del temor. Conocer la seguridad y el amor del abrazo es no co­nocer causa de temor alguno, y por lo tanto desarrollar tu verdadero poder. Y el verdadero poder es el poder de los milagros.

29.29 Los milagros son expresiones de amor. Puedes pensar en ellos como actos de cooperación. La santidad no puede ser contenida y está fuera de tus facultades ponerle límites. Sentir la santidad del abrazo es liberar su poder. Y aunque expresión y acción no son lo mismo, resulta esencial comprender la relación entre ambas.

20.30 Las expresiones de amor son innumerables como las es­trellas del universo, abundantes como la belleza, y con muchas facetas como las piedras preciosas de la tierra. Digo una vez más que igualdad no significa mediocridad ni uniformidad. Tú eres una expresión única del mismo amor que existe en toda la creación. Por lo tanto, tu expresión del amor es tan única como tu Ser. Es mediante la cooperación entre expresiones únicas de amor que la creación continúa y los milagros se convierten en sucesos naturales.

20.31 La cooperación resulta natural cuando el temor ha sido re­chazado. Durante mucho tiempo albergaste temor y rechazaste el amor. Ahora las cosas se han invertido. Esta inversión ha cambiado la naturaleza de tu universo y las leyes por las que opera. Las leyes del temor eran leyes de lucha, límites, peligros y competencia. Las leyes del temor son leyes de paz, abundancia, seguridad y cooperación. Tus acciones y sus resultados en un universo de amor se­rán naturalmente muy distintas de tus acciones y sus re­sultados en un universo de temor. Cuando elegiste el mie­do, tú estableciste las leyes del universo. Las leyes del universo de amor fueron dadas por Dios.

20.32 La aceptación de tu verdadero poder es aceptación de la autoridad que te da Dios a través de tu libre albedrío. Cuando rogué a mi Padre diciendo "pues no saben lo que ha­cen ", expresaba la naturaleza de mis hermanos y herma­nas cuando su causa es el miedo. Cuando aceptas tu po­der y la autoridad que te da Dios, sabes lo que haces. Permite que el temor sea quitado de esta área de tu pen­samiento, para que puedas ver cómo se aplica la acción cooperativa. Mientras sigas teniendo miedo de tu propia capacidad para saber lo que haces, no puedes cooperar de manera plena.

20.33 El resto del universo, que existe en un estado de libre al­bedrío compasivo, sabe lo que hace. No hay fuerzas opuestas que no estén de acuerdo respecto de su oposi­ción. Los átomos no batallan. Las moléculas no compiten por el dominio. El universo es una danza de cooperación. Sólo se te pide que vuelvas a unirte a la danza.

20.34 El abrazo te ha vuelto a poner a tono con el latido del corazón, con la música de la danza. No sabías lo que hacías ni sabías qué hacer sólo porque, debido al miedo, estabas fuera de armonía con el latido único. El mundo, el universo, es tu compañero, y ahora puedes escuchar la música que otorga gracia a todos tus movimientos, a todas tus acciones, a todas tus expresiones de amor. Aunque esto pueda parecer lenguaje metafórico, no lo es. Escucha y oirás. Oye y no podrás evitar regocijarte en la danza.

20.35 Antes de este momento no eras capaz siquiera de imagi­nar que podías saber lo que hacías. Esperas tener momen­tos de claridad respecto de los que haces en un determi­nado momento, respecto de lo que has hecho y de lo que esperas hacer en el futuro. Pero inclusive estos momentos de claridad son fragmentos. Rara vez tienen relación con el todo. El saber lo que haces proviene de existir dentro del abrazo. Sabes que cumples la voluntad de Dios porque eres uno con esa voluntad.

20.36 La incertidumbre y la aflicción son reemplazadas por la esperanza. La esperanza es la condición del que comien­za, de quien recién conoce que tiene un hogar dentro del abrazo. Es la respuesta que ante todo lo que acabas de leer dice: "Ah, si tan sólo fuese verdad. Si tan sólo pudiera ser verdad". Observa la completa diferencia entre este "si tan sólo" y los "si tan sólo" de los que hablamos antes, los que provenían del temor. Si en estos "si tan sólo" depositaras la mitad de la fe que depositas en los "si tan sólo" del temor, toda la certeza de la que hablé sería tuya. .

20.37 Saber lo que haces es saber en el momento presente. No se trata de hacer planes, sino de saber momento a momen­to quién eres y actuar a partir de esa identidad amorosa, y es saber que al hacerlo estás en armonía y disfrutas de la cooperación plena del universo entero.

20.38 La esperanza es una manera de actuar como si el mejor re­sultado que puedas imaginar realmente ocurriese. La esperanza es estar dispuesto a aceptar el amor y la gracia y cooperación que fluyen del amor. La esperanza es estar dispuesto a pedir ayuda y creer que llegará. La esperanza es la razón por la que oramos y su resultado. La esperan­za reconoce la bondad del universo y no tiene uso para las cosas. El servicio se invoca y se apoya tanto en lo animado como en lo inanimado. El servicio reemplaza al uso y el aprecio reemplaza a la insensibilidad con que se ejercía el uso.

20.39 Todo servicio es cooperativo y se apoya en la creencia en el beneficio mutuo. Todo temor de que lo que es bueno pa­ra uno no lo sea para otro es reemplazado por una com­prensión de que cada uno merece sus deseos. La noción de "cada uno" reemplaza a la condición de "cosa" pero no reemplaza la unidad. Todo temor de que lo que uno obtie­ne deja de estar disponible para los demás es reemplazado por la comprensión de la abundancia. Toda noción de tomar o conseguir es reemplazada por la de recibir. Y todo lo que se recibe es para beneficio mutuo de todos y no toma nada de nadie. No hay límites para el amor, por lo tanto no hay límites para lo que fluye desde el amor. Lo que beneficia a uno beneficia a todos.

20.40 Recibir es un acto de mutualidad. Surge de una ley bá­sica del universo expresada al decir que el sol brilla y la lluvia cae sobre el bueno y el malvado por igual. Todos los dones de Dios son otorgados por igual y se distribu­yen en igualdad. Tu creencia en que no es así produce juicio. Todos los que creen tener "más" caen presa de la vanidad. Todos los que creen tener "menos" caen presa de la envidia. Ambos "caen" de la gracia y limitan su ca­pacidad para recibir. No se recibe don alguno cuando todo don es juzgado. Aunque el don sigue siendo dado, el juicio cambia su naturaleza limitando su capacidad de servicio. Cuando uno siente que no puede "usar" un don, lo descarta. De esta manera, muchos de tus tesoros que­daron estériles.

20.41 Lo que le ha sido dado a cada uno de ustedes es aquello que servirá a su propósito. Sus dones no pueden ser más perfectos, pues son expresiones del amor perfecto de su Padre por ustedes. Observen en lo profundo de su inte­rior y sientan la alegría del corazón. No hubo errores cuando ustedes fueron hechos. Ustedes no tienen defec­tos. No están insatisfechos. No serían distintos de lo que son, excepto cuando se entregan a los juicios. Observen en lo profundo y verán que aquellas cosas que ustedes lla­man imperfecciones son tan selectas y entrañables como todo lo demás.

20.42 No serías distinto de lo que eres. Puedes saber que esto es verdad o puedes entregarte a fantasías, deseando lo que otro tiene o cierta clase de éxito, fama o riquezas que parecen imposibles de alcanzar. De todos modos, ya sea que sepas que es verdad o ya sea que no lo sepas, es verdad: No serías distinto de lo que eres. En esto residen tu paz y tu perfección. Puesto que no serías distinto de lo que eres, entonces eres perfecto. Esta conclusión es lógica para la mente y creíble para el corazón, y su aceptación es un paso hacia la integridad.

20.43 Creer en tu perfección y en la ecuanimidad de tus dones trae paz, porque te libera de tratar de adquirir aquellas co­sas de las que antes pensabas que carecías. Te libera del juicio porque sabes que tus hermanos y hermanas también son seres perfectos. Cuando comiences a verlos como tales, lo que recibirás de ellos es mucho mejor que cualquier cosa que antes desearas tomar de ellos.
20.44 Tu pensamiento comenzará a cambiar para reflejar tu reconocimiento de la recepción. Recepción y bienvenida es­tán estrechamente vinculadas. Hallarás que eres bienve­nido a todos los dones que reconoces en tus hermanos y hermanas así como ofrecerás libremente los tuyos para servirles. Servir en vez de usar significa un enorme cam­bio en el pensamiento, el sentimiento y la acción. Conver­tirá inmediatamente al mundo en un lugar más amable y benigno. Y esto es sólo el comienzo.

20.45 De todos modos, el servir es distinto de tus ideas de servi­cio. Estas últimas están vinculadas a tus ideas de caridad. La idea de caridad se basa en que unos tienen más y otros tie­nen menos. Debes, entonces, ser consciente de esta diferen­cia entre servir y servicio. Te ayudará si tienes presente que utilizamos la idea de servir para reemplazar la idea de usar, que es lo opuesto. Reemplaza la noción de tomar con la no­ción de recibir. Implica que eres bienvenido a todos los do­nes del universo y que éstos pueden derramarse, a través de ti, hacia los demás. Implica aceptación en lugar de resisten­cia. Que tu pensamiento y sentimiento cambien una expec­tativa de resistencia por una expectativa de aceptación es otro paso crucial en el camino a la integridad. Cuando tus acciones cambien de la resistencia y el uso a la disposición para servir y ser servido, no sólo te ayudarán a ti y a tu paz, sino también traerán la paz al mundo.

20.46 Antes de que comiences a presentar resistencias ante la noción de que tú tienes algo que ver con la paz mundial, reconoce que has reaccionado naturalmente mediante la resistencia. Debes reemplazar tu disposición a creer en tu incapacidad y pequeñez por una disposición a creer en tu capacidad y grandeza. No recuerdes las preocupaciones de tu ego sino la calidez del abrazo del amor. No recuer­des tu identidad personal sino tu identidad compartida.

20.47 Tus preocupaciones personales son preocupaciones que se te ha enseñado a creer que tienes. Son preocupaciones pe­queñas que se encuentran entre las razones por las que crees en tu incapacidad para efectuar cambios en tu vida y, por cierto, en la vida más amplia del universo. Necesi­tas comprender que cuando piensas en tu vida personal, tus preocupaciones personales y tus relaciones personales te estás separando del todo. Son una cuestión de percep­ción, son cosas que tu mente ha sido entrenada para ver dentro de su alcance. Es como si hubieses acordonado una pequeña sección de la vida y dijeras: "éstas son las cosas que se relacionan con mi existencia y conmigo y son las únicas por las que debo preocuparme". Aun cuando pien­sas en expandir tu visión, estimas que esa expansión no es realista. No puedes hacer todo. No puedes suscitar la paz mundial. Apenas puedes mantener en orden tus cuestio­nes personales. Tu esfuerzo por hacerlo es lo único que se interpone entre tú y el caos.

20.48 Pero tu corazón tiene otro alcance y una visión diferente. Es visión desde el interior del abrazo, visión desde la pers­pectiva del amor. Es la visión de los moribundos que se dan cuenta de que nada importa excepto el amor. Esta toma de conciencia no proviene de la pena, el remordimien­to ni la fantasía. Es la visión desde el abrazo, el regreso al latido único, el regreso a lo conocido. A este conocer lo puedes llamar sabiduría y puedes creer que es un ideal del pensamiento. Sin embargo, nada tiene que ver con el pen­samiento, pues está más allá de él. No es sabiduría sino verdad. La verdad es aquello que existe. Lo falso es ilu­sión. El amor es lo único que importa porque el amor es lo único que existe.


21. EL AMOR ES

Ahora podemos considerar al abrazo como el punto de partida de un lenguaje compartido por la mente, el corazón y todas las personas. Es un lenguaje de imágenes y conceptos que tocan el corazón único y la mente única.
-21.6

21.1 El amor es.

21.2 El amor es eterno, y todavía no captas su sentido ni el sig­nificado de la eternidad. Esto se debe a que como ser par­ticular estás atado al tiempo. Pero aun en tu forma tempo­ral puedes tener conciencia de lo eterno si abandonas tu particularidad. Esta particularidad tiene que ver con la masa, la sustancia, la forma. Tu ser está mucho más allá de tu confianza imaginaria en lo particular. Lo particular se refiere a partes, y partes es todo lo que ves. Te recuerdo lo que dije antes acerca de las relaciones: éstas existen más allá de los particulares. Y repito que la relación existe en­tre una cosa y otra y que es en la intersección de las partes donde se encuentra la santidad. Ya hablaremos de esto con más detalle, pero por ahora te regreso, mediante el abrazo, a la relación sagrada pero en forma más amplia.

21.3 La relación sagrada en su forma amplia es la eternidad, la del abrazo. Si el abrazo es la fuente de todo, el latido úni­co, entonces es la eternidad misma. Es el rostro del amor, su textura, sabor y tacto. Es el amor hecho concepto. Y es un concepto abstracto en vez de particular, aun cuando posee una estructura aparente que tu corazón puede sen­tir. Los conceptos que no puedes sentir con tu corazón no tienen uso para ti por ahora, pues su intención es la utili­dad y no el servicio. Los conceptos que tocan tu corazón te sirven a través de este toque. También te ayudan a dejar atrás la necesidad de comparar, pues no hay necesidad de comparar lo que tu corazón puede sentir. Cuando tu corazón puede sentir, no necesitas que el juicio te señale la diferencia entre una cosa y otra. Por lo que puedes dejar de apoyarte en los ojos del cuerpo para distinguir lo verdadero de lo falso, lo real de lo irreal.

21.4 El amor te apela por el corazón. Dios te apela por tu corazón. Tu corazón no ha estado abierto a las apelaciones del amor debido en parte a tu uso de los conceptos. A és­tos los has utilizado para ordenar tu mundo y para ayudar a tu mente a registrar todo lo que hay en él. Tu mente no necesita esta ayuda. Comenzar a acuñar conceptos que to­quen tu corazón liberará tu mente de su dependencia de los conceptos del pensamiento. Por lo tanto, permitirá que tu corazón y tu mente hablen el mismo lenguaje o se comuni­quen de la misma manera.

21.5 Existe una división entre el lenguaje de tu corazón y el de tu mente. Tu mente insiste en pensar y aprender de una determinada manera que es contraria al lenguaje de tu corazón. En consecuencia, como con dos personas de distin­tos países que hablan lenguas diferentes, hubo poca comu­nicación y mucho malentendido. Hay ocasiones en que el problema suscitado por la falta de un lenguaje común queda relegado, cuando las acciones necesarias bajo ciertas circunstancias demandan cooperación. Puedes verlo en tiempos de emergencia o crisis de cualquier tipo. Y así co­mo dos personas de diferentes países que no se entienden entre ellas reducen las limitaciones del lenguaje cuando trabajan juntas, una temporaria solidaridad tiene lugar en la acción. En tiempos como éstos, dos extraños pueden reconocer que el corazón del otro es "el lugar correcto". Este "lugar correcto" entre dos personas —así como entre la mente y el corazón— es el lugar donde no existe la divi­sión. La unificación de mente y corazón que arroja como resultado la acción correcta ocurre principalmente en si­tuaciones de crisis debido a la falta de una lenguaje co­mún. Puede considerarse, por lo tanto, que la formación de un lenguaje compartido ayuda a la unificación.

21.6 Ahora podemos considerar al abrazo como el punto de par­tida de un lenguaje compartido por la mente, el corazón y todas las personas. Es un lenguaje de imágenes y concep­tos que tocan el corazón único y la mente única.

21.7 Aunque tenga como raíz un problema de lenguaje determinado por la percepción, el conflicto entre la mente y el corazón tiene también por una razón adicional. Es un problema de sentido. La mente y el corazón interpretan el sentido de maneras diferentes. Por ahora no puedes comprender la enormidad de este conflicto ni lo que sig­nifica para ti, pero te aseguro que mientras tu mente y tu corazón interpreten el sentido de diferentes maneras no hallarás paz. En el pasado has aceptado estas diferencias como naturales. Observas que hay dos modos de ver una situación, incluso si no clasificas a un modo de ver o per­cibir como proveniente de la mente y a otro proveniente del corazón. Y aceptas el conflicto de este dualismo. Acep­tas que tu mente ve una verdad y tu corazón ve otra, ¡y actúas de cualquiera de las dos formas! Actúas sin acuer­do ni resolución. Actúas sin unidad. Y como si fueses dos personas que actúan sobre una misma situación basán­dose en diferentes verdades, la continuación del conflic­to es inevitable. No importa qué camino elijas, si el de la mente o el del corazón, no llegarás donde quieres ir hasta que no haya unidad. Puedes imaginarte tres caminos: uno que representa a la mente, otro que representa al corazón y un tercero que representa la integración. Ni el camino de la mente ni el camino del corazón, por sí solos, te llevarán donde va el camino de la unidad, y el viaje no será el mismo.

21.8 La causa principal del conflicto entre la mente y el cora­zón es la percepción de diferencias de sentido interiores y exteriores. En circunstancias extremas se habla de conflic­to moral; por ejemplo, un individuo sabe qué es lo "correc­to" y sin embargo actúa de acuerdo con lo que es aceptado dentro de su comunidad. En instancias como ésta, se considera que el sentido interior y el sentido exterior de una misma situación son diferentes. Es fácil verlo en cir­cunstancias extremas, pero es una situación que existe de manera constante y existirá en cada instancia hasta lograr la unidad. Hasta entonces, no comprendes que tú les das el sentido a todas las cosas y que no hay nada ni nadie ex­terior a ti que pueda decidir cuál es ese sentido.

21.9 Por último, necesitas comprender que el sentido no cam­bia. Aunque sólo tú puedes decidir el sentido y aunque sólo una aproximación desde la integridad decide el verda­dero sentido, la verdad es la verdad y no cambia. Por lo tanto, sólo la unidad te permitirá ver la verdad y procla­marla como tu descubrimiento y tu verdad así como la verdad universal. Ver la verdad te devuelve a la unidad y a la verdadera comunicación y comunión con tus hermanos y hermanas en Cristo. Tus hermanos y hermanas en Cristo es una expresión que simboliza la unidad de aquellos que co­nocen la verdad única.

21.10 Conocer la verdad única no consiste en conocer determi­nado dogma o conjunto de hechos. Quienes conocen la verdad no se ven a sí mismos como acertados y a los demás como equivocados. Quienes conocen la verdad la en­cuentran por sí mismos mediante la unión de mente y corazón. Quienes conocen la verdad se convierten en seres de amor y luz que ven la misma amorosa verdad en todos.

22. LA INTERSECCIÓN

Al acceder a lo universal, ya no desearás lo personal. No obstante ello, descubrirás que aquello que consideras tu individualidad o tu singularidad queda intacta, pero es diferente de lo que imaginabas. Descubrirás que cumples un gran propósito y tienes una parte maravillosa en el gran esquema de las cosas. Al perder tu yo separado no te sentirás defraudado. Te sentirás libre.
-22.23

22.1 Hablaremos ahora mucho más de la imaginación y, al principio, es posible que te resistas a esta instrucción. Muy a menudo se asocia el imaginar con el soñar despierto, la ficción o la sugestión, y todas estas funciones están pres­critas para ciertas partes de tu vida y ciertos tiempos que consideras apropiados. Asegúrate, como yo te aseguro, que ahora es el momento apropiado, el tiempo esencial pa­ra esta actividad. Tus pensamientos acerca del imaginar y la imaginación cambiarán con tu cambio de perspectiva acerca del uso. Ya no usarás tu imaginación sino que la de­jarás estar a tu servicio.

22.2 Dejaremos que las imágenes nos sirvan como instrumen­tos de aprendizaje. Realzarán nuestro uso del lenguaje de manera tal que éste se convierta en el mismo para la mente y el corazón. Comenzaremos por referirnos al concep­to de intersección como atravesar o traspasar, un entrecruzamiento que establece un compañerismo o relación. Ya hemos dicho que la relación no es una cosa ni la otra sino una tercera, pero todavía no hemos hablado de cómo esta relación aparece en la forma. Lo haremos ahora.

22.3 Una primera imagen de esta idea es la de un eje. Una lí­nea atraviesa un círculo y el círculo gira alrededor de ella, es decir, del eje. Imagina un globo terráqueo que gira en torno de su eje. Sabes que ese globo representa el planeta Tierra. Pero pocas veces te preguntas por la relación en­tre el globo terráqueo y el eje, aun cuando sabes que el eje permite que el globo gire.

22.4 Una segunda imagen, de igual valor, es la de una aguja que atraviesa un material. La aguja es capaz de mantener uni­das dos piezas de ese material. Y si hacemos pasar un hilo por el ojo de la aguja, puede unir muchas partes en formas muy distintas.

22.5 Una aguja también puede atravesar algo como una cebo­lla, y al hacerlo traspasa varias capas. Este traspasar no tiene valor intrínseco desde el punto de vista de su propó­sito, pero nos da una imagen de línea recta que atraviesa no una sino muchas capas de otra sustancia.

22.6 Suele considerarse a la intersección como una división en vez de una relación entre cosas. Las ilustraciones que aca­bamos de utilizar, en cambio, se concentran sobre la idea de atravesar en lugar de la idea de dividir, y ayudan a mos­trar que incluso aquello que está dividido por la intersec­ción permanece uno.

22.7 La imagen de la intersección tiene simplemente la función de representar el punto en el cual el mundo se entrecru­za contigo: allí donde tu camino se cruza con el de otros, donde las situaciones convergen contigo en la vida dia­ria, donde experimentas aquellas cosas que te hacen sen­tir o creer de determinada manera. En este punto de in­tersección no sólo encuentras la relación sino también el compañerismo. El compañerismo entre el eje y el globo terráqueo o entre la aguja y el hilo con el material puede verse con facilidad. En estos dos ejemplos, el compañe­rismo crea algo que antes no existía, proveyendo una fun­ción y propósito a cada uno. En el caso de la aguja y la cebolla, el compañerismo es menos evidente porque la función y el propósito no aparecen con tanta claridad. El compañerismo es entonces interpretado con una intersec­ción productiva antes que una intersección a secas.

22.8 El sentido también recibe una interpretación similar. Las intersecciones que crean función y propósito son estimadas como significativas. Las intersecciones que no pare­cen cumplir función ni propósito alguno son desestimadas como carentes de sentido. A la acción de atravesar, traspasar o entrecruzarse, por sí misma, no se le atribuyen consecuencias.

22.9 Sin embargo, es este entrecruzamiento el que crea la in­tersección. Todas las cosas que están dentro de tu mundo y de tu día deben pasar a través de ti para adquirir reali­dad. Aunque puedas pensar que todo esto está fuera de ti, por favor, cuando lo pienses, utiliza las palabras que acabo de proveerte: todas las cosas que están dentro de tu mundo. En el momento en que se produce el entrecruzamiento, tú le asignas sentido a todo lo que existe dentro de tu mun­do. El sentido que le asignas se convierte en la realidad del objeto al que le has asignado sentido. Ves tu propósito como el de asignarle sentido a aquello que se cruza contigo de una manera que estimas provista de propósito. Sin em­bargo, en el entrecruzamiento el sentido tiene lugar por sí mismo.

22.10 Más aún, es la parte de ti a través de la que pasan todas las cosas que están dentro de tu mundo y tu conciencia de ellas la que determina el sentido que les das. Te pareces más a las capas de la cebolla que al globo, pues todo lo que está dentro de tu mundo necesita atravesar capas con la misma aparente falta de propósito.

22.11 Durante un momento puedes pensar en el eje como un ca­nal por donde se derrama la eternidad y en el corazón co­mo aquel que permite el libre paso de todo aquello de lo que se te provee.

22.12 Por contraste, la imagen de la intersección en capas te hace sentir como si hubiese fuerzas exteriores que te bombardean. Las fuerzas deben pasar por uno u otro de tus cinco sentidos, a los que puedes imaginar como capas, y no tienen otra vía de acceso. Deben, entonces, ser dirigidas. Con frecuencia gastas mucho esfuerzo en evi­tar que esas fuerzas penetren en tu corazón, el centro de tu ser. Las desvías utilizando tu mente, que puede ser considerada otra capa, para enviarlas a diversos compar­timento o, para seguir con el motivo de la cebolla, a una de las diversas capas de ti mismo. Estas capas protegen tu corazón y un alto porcentaje de ellas se dedican a la negación, a crear lugares donde las cosas entran y sim­plemente se quedan. "Cosas" que no son realmente co­sas, sino todo aquello a lo que no le encuentras sentido. Puesto que crees que tu función es asignar sentido en vez de recibirlo, todo lo que consideras carente de sentido queda postergado, y todo lo que consideras más allá de todo sentido, también queda postergado. Puedes imagi­narte como el creador de un diccionario inconcluso, y a todo aquello que dejas pendiente esperas algún día asig­narle sentido.
22.13 La categoría "sin sentido" puede incluir elementos de tu rutina diaria, encuentros casuales, enfermedades o acci­dentes; mientras que en la categoría "más allá del sentido" existe aquella relación que rompió tu corazón, el dolor, la pobreza, la guerra, los hechos que parecen alterar tu destino, la búsqueda de Dios. Cuando uso la expresión quedar postergado me refiero a que estas cosas no se han entrecruzado contigo y por lo tanto no has formado con ellas una relación ni has fundado un compañerismo.

22.14 Aunque pasar por ti parecería implicar un punto de entrada y uno de salida, la relación establecida durante ese pa­saje permanece. Así como el viento y el agua que pasan a través de un punto de entrada y salida tienen impacto y movimiento, también lo que pasa a través de ti le propor­ciona movimiento a tu viaje. Lo que pasa por ti es transformado por la relación contigo del mismo modo en que tú eres transformado por esa relación.

22.15 Cuando te remueves de la posición de "dador de senti­do", dejas que las cosas sean lo que son y, por lo tanto, que te revelen naturalmente su sentido. Esto implica también renunciar a la idea de atrapar las cosas para retenerlas allí donde puedan ser examinadas bajo un mi­croscopio, separadas de tu relación contigo o con cual­quier otra cosa.

22.16 Imagina que tú eres inmovilizado de esta manera para ser examinado aparte de todas las cosas que forman tu mun­do. Quien desee saber algo de ti actuaría con más sabiduría si te observara tal como eres dentro de tu mundo. ¿Serías la misma persona en un laboratorio? ¿Sigues siendo quien eres cuando otra persona te toma en su mente y te asigna sentido?

22.17 Has hecho de ti un laboratorio donde traes todas las co­sas para examinarlas, someterlas a prueba, asignarles categorías y archivarlas. Este escenario te separa de todo lo que existe dentro de tu mundo. Todo tiene sentida de acuerdo con lo que significa para ti, no con aquella que es.

22.18 Obviamente estamos hablando de dos clases de sentido. Primero hablamos de un sentido que implica encontrar la verdad. El segundo sentido al que nos referimos implica encontrar una definición, un significado personal. ¿Alcan­zas a ver la diferencia?

22.19 Aquello personal o individual es el "yo" que estamos dis­persando. Piensa un momento en cómo cuentas una his­toria o informas los hechos que han tenido lugar dentro de tu vida. Personalizas. Es muy probable que informes acer­ca de lo que un determinado conjunto de circunstancias han significado "para ti". Esta clase de pensamiento es el que se hace con el pequeño "yo". "Yo vi". "Yo sentí". "Yo pensé". "Yo hice". El yo separado, personal, individual está en el centro de todas las historias. Más aún, uno no po­dría concebir la historia sin el "yo". Sin embargo, es esto último lo que debes aprender y por eso lo proponemos co­mo ejercicio.

22.20 Comienza a imaginar que tu vida pasa a través de ti en vez de quedarse detenida en la intersección para que la exa­mines. Comienza a imaginar que ves el mundo sin el énfa­sis en tu yo personal. Comienza a formar oraciones y a contar historias sin usar el pronombre "yo". Al principio, esto puede parecer una despersonalización del mundo que lo vuelve menos íntimo. Te parecerá que reduces tu res­ponsabilidad primaria de asignarle sentido a todo. En vez de resistirte a esto, trata de dejar de asignar sentidos. Co­mienza en forma simple. Ve de lo general a lo específico. Por ejemplo, cuando sales de tu casa por la mañana sueles pensar: "¡Qué lindo día!". Esta oración significa que has tomado lo que te rodea y lo has juzgado. Es un lindo día "para ti". El día tiene todos o casi todos los requisitos que encuentras placenteros en un día. Reemplaza dicho pen­samiento por otros como: "El pasto es verde. Las aves cantan. El sol entibia". Como un simple informe.

22.21 Cuando se te pregunte: "¿Cómo estuvo tu día?", respon­de hasta donde sea posible sin usar la palabra "yo" o "mi". Deja de referirte a las cosas o las personas desde el punto de vista de la posesión, como "mi jefe", "mi esposo", "mi auto".

22.22 Esta remoción del "yo" personal es apenas un paso para regresar a tu conciencia de la unidad, un primer paso pa­ra pasar del sentido como definición al sentido como verdad. Aunque al principio te parezca extraño e impersonal, te aseguro que la sensación de impersonalidad será muy pronto reemplazada por una intimidad con el entorno co­mo nunca has sentido antes.

22.23 Esta intimidad te permitirá ver tu "ser" como una parte in­tegral de todo lo que existe dentro de tu mundo en vez del pequeño e insignificante "yo" personal que sueles aceptar como tu "ser". Al eliminar lo personal, accederás a lo uni­versal. Y al acceder a lo universal, ya no desearás lo per­sonal. No obstante ello, descubrirás que aquello que con­sideras tu individualidad o tu singularidad queda intacta, pero es diferente de lo que imaginabas. Descubrirás que cumples un gran propósito y tienes una parte maravillosa en el gran esquema de las cosas. Al perder tu yo separado no te sentirás defraudado. Te sentirás libre.