Saturday, January 10, 2009

2. QUÉ ES EL AMOR

2. QUÉ ES EL AMOR

Has marchado al campo de batalla con valor. La guerra arrecia día y noche y tú te vas desgastando. Tu corazón clama solaz, y su clamor no pasa inadvertido. Aquí está la ayuda.
-2.20

2.1 Qué es el amor no puede enseñarse. Qué es el amor no puede aprenderse. Pero puede ser reconocido. ¿Puedes acaso pasar junto al amor y no darte cuenta? Por supues­to, lo haces todo el tiempo al elegir ver la ilusión en lugar de la verdad. No se te puede enseñar el amor, pero se te puede enseñar a ver el amor donde éste ya existe. No es mediante los ojos del cuerpo que reconoces al amor. Es mediante la visión de Cristo. Pues sólo la visión de Cristo contempla el rostro de Dios.

2.2 Mientras busques un Dios con forma física no podrás reconocer a Dios. Todo lo real proviene de Dios. Nada irre­al existe. Cada persona que pasa de esta vida a la siguien­te no aprende un gran secreto, sino simplemente toma conciencia de que el amor es todo lo que existe. Nada irre­al existe. Piénsalo tú mismo: si fueses a morir mañana, ¿qué sería significativo para ti hoy? Sólo el amor. Esta es la clave de la salvación.

2.3 Porque el amor no tiene forma física no puedes creer que aquello que tú eres, aquello por lo que te empeñas, aque­llo a lo que buscas regresar es el amor. Crees que eres algo distinto y separado del amor. Consideras que el amor es un sentimiento, uno entre muchos. Sin embargo, se te ha dicho que solamente hay dos cosas para elegir: el amor y el temor. Tantas veces has escogido el temor y lo has lla­mado de distintas maneras, que ya no lo reconoces como temor. Lo mismo vale para el amor.

2.4 A muchas cosas que temes les das el nombre de amor. Crees que es posible elegirlo como un medio para comprar tu seguridad. En consecuencia, defines al amor como reac­ción ante el miedo, y es por este motivo que puedes enten­der que el amor sea lo opuesto al temor. Es verdad. Pero como aún no has reconocido al temor como nada, aún no has reconocido al amor como todo. Es por los atributos dados al temor que le has dado atributos al amor. Sólo las cosas separadas poseen atributos y cualidades que pare­cen complementarse u oponerse. El amor no tiene atribu­tos, por eso no se puede enseñar.

2.5 Si el amor no puede ser enseñado sino sólo reconocido, ¿cómo es posible reconocerlo? A través de los efectos del amor. Pues causa y efecto son uno. La creación es efecto del amor, igual que tú.

2.6 Creer que eres capaz de actuar con amor en una circuns­tancia y con enojo en otra, y que ambas acciones se origi­nan en el mismo lugar, es un error de proporciones enor­mes. Nuevamente calificas al amor como un componente "circunstancial" y crees que actuar con amor más a menudo es un progreso. Actuar con amor recibe la calificación de "bueno" y actuar con enojo recibe la calificación de "malo". Te sientes capaz de actos de amor de proporciones heroicas y de actos temibles de consecuencias horrorosas, actos de valentía y actos de cobardía, acciones apasionadas que llamas amor y acciones apasionadas que llamas violen­cia. Te sientes incapaz de controlar los actos más extremos surgidos de estos sentimientos extremos. Consideras peli­grosos ambos "extremos" y buscas un término medio. Se dice que uno puede amar demasiado o demasiado poco pero nunca lo suficiente. El amor no es algo que haces. Es lo que tú eres. Mientras sigas identificando al amor de manera incorrecta, continuarás siendo incapaz de identificar tu Ser.

2.7 Seguir identificando incorrectamente al amor es seguir viviendo en el infierno. Aunque muchos buscan evitar los altibajos de las emociones intensas, es en ese punto medio de una vida sin pasión donde el infierno se solidifica y adquiere realidad. Calificas al gozo de cielo y al sufrimiento de infierno y, creyendo que hay más opciones que estas dos, buscas un término medio para tu realidad. Una vida con pocos goces y pocos sufrimientos es considerada exi­tosa, mientras que una vida de gozo es considerada sueño y una vida de sufrimiento, pesadilla.

2.8 A esta confusión sobre la realidad del amor agregas los contenidos de tu historia personal, los hechos aprendidos y las teorías construidas durante tu existencia. Aunque tu propósito permanece oscuro, identificas algunas cosas a las que llamas progreso y otras a las que llamas evolución y esperas poder cumplir aunque sea un papel minúsculo en el avance de la humanidad. Ésta es tu mayor esperan­za, y son pocos los que creen que tendrán algún éxito. Otros rehúsan pensar que la vida tenga un propósito y, por lo tanto, se condenan a sí mismos a vivir una vida sin propósito, convencidos de que una persona entre miles de millones no hace diferencia y no tiene incidencia alguna. Hay otros que cierran sus ventanas al mundo y sólo buscan que su rincón sea más seguro. Algunos cambian de una opción a otra con la esperanza de que la siguiente les traerá un poco de paz. Creer que éstas son las únicas op­ciones que tienen las criaturas de un Dios de amor es insano. Pero tú crees que pensar lo contrario es locura. Dada tu limitada comprensión de quién eres, ¿puede todo esto ser verdad?

2.9 La locura de tus procesos de pensamiento y del mundo que percibes deben serte dadas a conocer antes de que estés dispuesto a desprenderte de ellas. Tú lo sabes, pero constantemente lo olvidas. Este olvido es obra del ego. Tu verdadero Ser no quiere olvidar, y no puede hacerlo ni por una fracción de segundo. Es precisamente la incapacidad de tu verdadero Ser de olvidar la que te da la esperanza de aprender a reconocer el amor y, junto con ese recono­cimiento, poner fin a la locura que ahora percibes.

2.10 Tu verdadero Ser es el Cristo en ti. ¿Cómo podría ser cual­quier otra cosa salvo amor, o ver con ojos que no sean los del amor? ¿Esperarías que un ser humano decente que ve un mundo sin amor, de miseria y desesperación, no se sienta conmovido? No creas que aquellos que añaden a la miseria del mundo son la excepción. No hay un alma que camine este mundo que no se lamente por lo que ve. Sin embargo el Cristo en ti no se lamenta, pues el Cristo en ti ve con los ojos del amor. La diferencia reside en que los ojos del amor no ven la miseria y la desesperanza. ¡No las hay! Éste es el milagro. El milagro es la visión auténtica. No pienses que el amor puede mirar la miseria y ver en ella amor. El amor simplemente no ve miseria.

2.11 La compasión no es lo que tú has hecho de ella. La Biblia te instruye para ser compasivo como Dios lo es. Pero tú has definido a la compasión como distinta de la de Dios. Creer que Dios contempla la miseria y responde con com­pasión y preocupación pero no le pone fin, es creer en un Dios que es compasivo de la manera en que tú lo eres. Piensas que tú acabarías con la miseria si pudieses, comen­zando por la tuya. Pero no puedes acabar con la miseria volviéndola real. No existe la magia de transformar la miseria en satisfacción o el sufrimiento en gozo. Estos actos serían ciertamente mágicos, una ilusión encima de otra ilu­sión. Pero como has aceptado la ilusión como verdad, bus­cas otras ilusiones para cambiar lo que nunca fue en algo que nunca será.
2-12 Ser compasivo como Dios es compasivo consiste en ver como Dios ve. Insisto una vez más, no se trata de ver la miseria y decirte a ti mismo que no la ves. No abogo por la dureza de corazón sino por la plenitud de corazón. Si creyeras en la más mínima fracción de la verdad, si sólo creyeras que eres una pequeña parte de Dios, no mayor que un pequeño destello de luz en medio de un sol en todo su esplendor, no podrías creer en la realidad de la miseria y la aflicción. Si lo hicieras, también creerías que és­te es el estado de Dios. Y si esto fuese verdad, ¿qué esperanza habría de acabar con la miseria? ¿Qué luz ha­bría en el universo para poner fin a las tinieblas?

2.13 Invierte este pensamiento y observa si ahora tiene más sentido. En este escenario, un Dios benevolente y amoro­so que ha extendido Su ser a la creación del universo, de alguna manera se las ha arreglado para extender también lo que no es Él, es decir, para crear lo que en nada es se­mejante a Su ser. ¿Acaso tú intentarías tamaña insensa­tez? ¿Acaso concebirías lo inconcebible?

2.14 ¿Qué otra respuesta nos queda salvo que no ves la reali­dad tal como es? ¿Qué beneficio te produce ver incorrectamente? ¿Cuál es el riesgo de ver lo nuevo? ¿Qué sería un mundo sin miseria sino el cielo?

2.15 No busques que figuras del pasado te muestren el camino al presente más allá de las ilusiones. Busca en tu interior a aquel que conoce el camino. Cristo está en ti y tú estás en Dios. Prometí nunca abandonarte ni dejarte sin consuelo. El Espíritu Santo trajo el sosiego que tu mente atri­bulada aceptaría. Ahora vuélvete a mí en busca de sosie­go para las tribulaciones de tu corazón.

2.16 Todavía no has revertido tu pensamiento de manera sufi­ciente, o tu corazón no estaría atribulado. La reversión no tuvo lugar porque separas la mente y el corazón y crees que puedes involucrar a uno de los dos sin involucrar al otro. Crees que conocer con la mente es un proceso de aprendi­zaje que se erige aparte de todo lo que eres. En consecuen­cia, crees que puedes conocer sin ese ser sabio que ya eres. Crees que puedes amar sin ese ser amoroso que eres. Nada se construye apartado de tu ser. Nada se construye solo. Todos tus intentos por mantener las cosas separadas no son más que una reproducción de la separación original cuyo fin es convencerte de que la separación en verdad ocurrió.

2.17 No estás separado ni solo. Al oír estas palabras tu corazón se regocija pero tu mente se rebela. Y se rebela porque es el bastión del ego. Tu sistema de pensamientos es lo que ha hecho el mundo que ves, y el ego es su compañía cons­tante en esa construcción.

2.18 Sin embargo, tu mente también se ha regocijado con el aprendizaje de todas las enseñanzas que te trajeron hasta aquí, y se ha felicitado por esta hazaña que le dio solaz. En este solaz, entonces, el corazón empieza a ser oído.

2.19 Así como el Espíritu Santo puede usar lo que el ego ha construido, el ego puede usar lo que la mente ha aprendi­do pero todavía no ha integrado. Mientras no seas lo que has aprendido, dejas lugar para las maquinaciones del ego. Cuando eres lo que has aprendido, no queda lugar para que el ego exista y, desalojado del hogar que le habías construido, muere lentamente. Pero hasta que esto ocu­rra, el ego se enorgullece de lo que la mente ha obtenido, aun de la mayor paz y satisfacción brindadas por el apren­dizaje. Se ve a sí mismo como mejor, más fuerte y más ap­to para el éxito mundano. Es capaz de utilizar todo lo que has aprendido para seguir sus propias motivaciones y palmearte la espalda por tus nuevas capacidades. Sin tu vigi­lancia, puede efectivamente parecer más fuerte que antes y más duro en sus críticas. Simula llevarte a adoptar nue­vas normas, sólo para usar lo que has aprendido para in­crementar tu sensación de culpa. De esta manera va ga­nando pequeñas batallas cotidianas que conducen a tu capitulación final, al día en que finalmente te rindes y admites la derrota. El ego desafía tu derecho a la felicidad, el amor y los milagros, y sólo busca llevarte a proclamar que vivir con esas fantasías no sirve para nada pues jamás serán posibles.

2.20 Has marchado al campo de batalla con valor. La guerra arrecia día y noche y tú te vas desgastando. Tu corazón clama solaz, y su clamor no pasa inadvertido. Aquí está la ayuda.

2.21 No creas que todo lo que aprendiste será inútil a la ho­ra de hacer lo que te fue dado hacer. No creas en tu fra­caso ni en el éxito del ego. Todo lo que has aprendido permanece contigo, más allá de tu percepción del resul­tado de tu aprendizaje. Lo único que necesitas cambiar es tu percepción de que el resultado estará bajo tu control. Recuerda que causa y efecto son una sola cosa. No puedes fracasar en aprender lo que quieres aprender.

2.22 Comenzaremos trabajando en un estado de neutralidad en el cual ya no hay guerra que pelear y han cesado las bata­llas cotidianas. Quien gana y quien pierde no nos preocu­pa. La paz aún no ha llegado, pero la bandera blanca de la rendición se agita sobre un terreno santificado donde por un breve tiempo reinará la neutralidad hasta que la paz irrumpa con gran regocijo.

2.23 En esta guerra no hay victoriosos ni botín para repartir. Has aprendido una y otra vez que esto no es lo que quie­res. Todo lo que ahora buscas es la libertad para volver a casa, lejos de los gritos de agonía, la derrota y la vanaglo­ria. El estado de neutralidad es donde comienza el regre­so. Los ejércitos aún no se han retirado, pero ya han em­pezado los preparativos.

3. LA PRIMERA LECCIÓN

Tonterías como los deseos de tu corazón son las que ahora te salvarán. Recuerda que es tu corazón el que anhela regresar al hogar; el que anhela recordar el amor; el que guía el camino que, si lo sigues, te pondrá con seguridad en la senda que conduce a casa.
-3.18

3.1 El amor es. Enseña siendo simplemente lo que es. No hace nada. No se esfuerza. No tiene éxito ni fracasa. No está ni vivo ni muerto. Así ha sido y siempre lo será. No es exclusivo de ustedes como seres humanos. Existe en la re­lación de todas las cosas. De todo con todo.

3.2 Así como no puede aprenderse la verdadera sabiduría, el amor no puede ser aprendido y tú no puedes ser aprendi­do. Eso único que deseas y no puedes aprender ya se ha realizado. Se ha logrado en ti. Está en ti. Imagina cómo sería si el océano, el guepardo, el sol, la luna o Dios mis­mo intentasen aprender qué son. Lo mismo es contigo. Todo existe dentro de ti. Tú eres el universo.

3.3 Es un universo compartido, sin divisiones. No hay seccio­nes, ni partes, ni dentro ni fuera, ni sueños ni ilusiones que puedan escapar o esconderse, desaparecer o cesar. No hay condición humana que no exista en todos los seres huma­nos. Es completamente imposible que uno tenga lo que el otro no tiene. Todo es compartido. Esto siempre ha sido verdad y lo será por siempre. La verdad es la verdad. No hay grados de verdad.

3.4 Tú no eres forma, tampoco lo es tu mundo real. Buscas el rostro de Dios en la forma, así como buscas el amor en la forma. Tanto Dios como el amor están presentes, pero no en la forma que los ojos de tu cuerpo pueden ver. Así co­mo las palabras que ves sobre esta página son sólo símbo­los de un sentido que está más allá de lo que los símbolos pueden expresar, así también ocurre con todas las cosas y personas que te rodean, las que ves y las que sólo puedes imaginar. Buscar el "rostro" de Dios, aun en la forma de Cristo, es buscar lo que eternamente no tiene forma. Ver de verdad es comenzar a ver lo que no tiene forma. Y co­menzar a ver lo que no tiene forma es comenzar a com­prender aquello que tú eres.

3.5 Lo que ahora ves son sólo símbolos de lo que en realidad está delante de ti, en una gloria que trasciende tus imáge­nes más profundas. Sin embargo, persistes en querer sólo lo que tus ojos pueden ver y tus manos pueden aferrar. A estas cosas llamas reales y a todo lo demás irreal. Puedes cerrar los ojos y creer que estás a oscuras, pero no creerás que ya no eres real. Cierra los ojos a todo aquello que te has acostumbrado a ver. Y verás la luz.

3.6 En la luz que viene sólo a los ojos que ya no ven, encon­trarás al Cristo que mora en ti. En Jesucristo, el Hijo de Dios se hizo hijo de hombre. Caminó por el mundo con un rostro muy parecido al tuyo, un cuerpo con dos bra­zos y dos piernas, diez dedos en las manos y diez en los pies. Pero tú sabes que Jesús no era sólo eso, ni es eso imagen de Cristo. Jesús le dio un rostro al amor, del mis­mo modo que tú. Pero el amor no se apega a la forma y dice: "Esto es lo que soy". ¿Cómo puede algo tener forma salvo en símbolos? Un blasón familiar o una alianza matrimonial son semejantes: representan lo que simboli­zan mediante la forma.

3.7 No hay forma que no sea así. Una forma no es más que una representación. Ves miles de formas por día con dife­rentes nombres y diferentes funciones y no piensas que todas son lo mismo. Le otorgas valores a cada una según su utilidad, apariencia, preferencia o reputación. Ubicas a cada una en relación contigo, por lo que ni siquiera ves la forma tal como es sino como te resulta bien a ti. Aprisio­nas la forma dentro de lo que ella significa para ti, y aun así ese sentido es más auténtico que su forma. Tú les das significado a todas las cosas, y al hacerlo pueblas tu mun­do de ángeles y demonios cuya categoría está determinada por quién te ayudará y quién te perjudicará. De esta manera decides quiénes son tus amigos y quiénes tus ene­migos, y qué amigos se convierten en enemigos y qué ene­migos se convierten en amigos. Mientras que, en tu juicio, un lápiz seguirá siendo un lápiz, por lo menos mientras si­ga teniendo todas las cualidades que tú has decidido que un lápiz debe tener, pocas personas pueden exhibir en todo tiempo y lugar aquellas cualidades que tú has prede­terminado que deben poseer. Y así es como algunos te de­cepcionan y otros te entusiasman, uno es un paladín de tu causa y otro te denigra. En todos los escenarios tú eres el hacedor de tu mundo, al que le atribuyes sus causas y efec­tos. Si esto puede ser así, el mundo no puede ser sino sim­bólico, y el significado de cada símbolo es elegido por ti y para ti. Nada es lo que es sino sólo lo que es para ti.

3.8 A esta confusión traemos un solo enunciado: el amor es. Nunca cambia, se simboliza sólo a sí mismo, ¿cómo puede dejar de significar todo o de comprender todo significado? Ninguna forma puede abarcarlo, pues él abarca todas las formas. El amor es la luz en la que la forma desaparece y todo lo que existe es visto tal como es.

3.9 Tú que buscas ayuda te preguntas ahora de qué manera puede esto ayudarte. ¿Qué queda por decir que no haya sido dicho? ¿Qué son estas palabras —lo admito— sino símbolos? La ayuda llega en aquello que simbolizan. No necesitas creer en las palabras ni en el potencial de los ejercicios para cambiar tu vida, pues estas palabras llega­rán a ti como lo que son, no como los símbolos que repre­sentan. Ha sido sembrada una idea del amor en un huer­to fértil que la hará crecer.

3.10 Todas las cosas nacen de una idea, un pensamiento, una concepción. Todo lo que se manifiesta en el mundo fue concebido primero en la mente. Sin embargo, aunque sa­bes que es verdad, continúas creyendo que tú eres el efec­to y no la causa. Esto se debe en parte a tu concepto de la mente. Aquello que creas que existe, existirá para ti. Muchas enseñanzas han intentado desalojar este concepto al que te aferras con tanto apego, pero como tú usas la mente para manejar conceptos, no has podido dejar que las nuevas enseñanzas surtan su efecto. Esto sucede porque crees que tu mente controla lo que piensa. Crees en un proceso de ingreso y egreso de datos, todos completamen­te humanos y científicamente comprobables. El nacimien­to de una idea, entonces, es resultado de lo que ha llegado antes, de ver algo viejo como nuevo, de mejorar una idea anterior, de adoptar información diversa y darle una nue­va configuración.

3.11 ¿Qué significa esto para el aprendizaje que no es de este mundo? Significa que lo filtras con los mismos lentes. Piensas en él de la misma manera. Buscas acumularlo a la espera de que produzca una mejora respecto de lo que ha sido antes. Buscas pruebas de que comportarse de determinada manera producirá determinados resultados. Como un niño que aprende a no tocar una estufa porque está caliente y tocarla le traerá como resultado una quemadura, o que aprende que una manta tibia es agradable, sometes el aprendizaje a mil pruebas que dependen de tus sentidos y tu juicio. Pero mientras crees saber qué habrá de quemarte y qué te resultará placentero, sometes lo incomparable a lo comparable.

3.12 No pienses que tu mente, tal como la concibes, aprende sin comparar. Todo es verdadero o falso, correcto o inco­rrecto, blanco o negro, caliente o frío basándose solamen­te en sus contrastes. Una sustancia química reacciona de una manera y otra reacciona de otra, y crees que sólo me­diante el estudio de las dos tiene lugar el aprendizaje.

3.13 No has renunciado a la idea de que tienes el control de lo que aprendes, ni has aceptado que puedes aprender por un camino que antes no usabas. En consecuencia, nos des­plazamos de la cabeza al corazón sólo para aprovechar tus conceptos del corazón. Conceptos mucho más acordes con un aprendizaje que no es de este mundo.

3.14 Las palabras de amor no entran en tu cuerpo por los ojos pa­ra asentarse en el cerebro, para ser allí destiladas en un lenguaje que puedas entender. Mientras lees, presta atención a tu corazón, pues este aprendizaje entra por él y en él se queda. Tu corazón es ahora tus ojos y oídos. Tu mente puede permanecer dentro de tu concepto del cerebro, pues ahora la soslayaremos y no le enviaremos información para procesar ni datos para que calcule. El único cambio de pensamien­to que se te pide es darte cuenta de que no la necesitas.

3.15 Lo que puede llegar a significar esto para ti está más allá del aprendizaje de este curso. Este único concepto, si te entregas a él y no lo reemplazas, te liberará más allá de todo lo que puedas imaginar y liberará también a tus herma­nos y hermanas. Una vez que el concepto de tu mente es derribado, otros lo siguen rápidamente. Pero ninguno está más amurallado que el primero, el que hoy empezamos a dejar que caiga.

3.16 Tú que no has podido separar la mente del cuerpo, el cere­bro de la cabeza, la inteligencia del conocimiento, anímate. Renunciamos a seguir esforzándonos. Simplemente apren­demos de una manera nueva y en nuestro aprendizaje toma­mos conciencia de que nuestra luz brilla desde el interior de nuestro corazón, nuestro altar al Señor. Aquí mora el Cristo en nosotros y aquí concentramos nuestras energías y nuestro aprendizaje. Pronto comprenderemos que aquello que habríamos de saber no puede ser computado en los bancos de datos de un cerebro sobrecargado en el que hemos confiado por demás, ni en una mente que no podemos sepa­rar de donde creemos que está.

3.17 En contraste, nuestros corazones salen al mundo, al que su­fre, al débil de cuerpo y mente. Nuestros corazones no son fácilmente confinados dentro de nuestras paredes de carne y hueso. Nuestros corazones adquieren alas con la alegría y se quiebran con la tristeza. No así el cerebro, que sigue re­gistrándolo todo como un observador silencioso, para decirte finalmente que los sentimientos de tu corazón son una ton­tería. A nuestro corazón apelamos en busca de guía, pues en él reside el único que verdaderamente guía.

3.18 A ti que piensas que esta idea está viciada de sentimenta­lismo y estás seguro de que te llevará a abandonar la lógi­ca y, en consecuencia, te conducirá a la ruina, te digo una vez más: anímate. Tonterías como los deseos de tu cora­zón son las que ahora te salvarán. Recuerda que es tu corazón el que anhela regresar al hogar, el que anhela recor­dar el amor, el que guía el camino que, si lo sigues, te pondrá con seguridad en la senda que conduce a casa.

3.19 ¿Qué dolor ha soportado tu corazón que su fuente no haya sobrellevado? Su fuente es el amor, ¿qué otra prueba necesitas de su fortaleza? Un dolor como el que ha sopor­tado tu corazón es como un cuchillo que atraviesa los te­jidos, un embate que detendría las funciones cerebrales, o un ataque a las células mucho mayor que cualquier cán­cer. El dolor del amor, tan atesorado que no lo puedes dejar ir, puede atacar los tejidos, el cerebro y las células. De hecho, lo hace. Y luego lo llamas enfermedad y permites que el cuerpo se derrumbe. Pero aun así retienes el amor dentro de ti.
3.20 ¿Acaso el dolor debe acompañar al amor y la pérdida? ¿Es éste el precio que debes pagar por abrir tu corazón? Y sin embargo, si se te preguntara si prefieres otra cosa distinta del amor, tu respuesta no sería un "sí". ¿Qué otra cosa podría valer semejante costo, tanto sufrimiento, tan­tas lágrimas? ¿Qué otra cosa te negarías a abandonar cuando llega el dolor, como la mano deja caer un ascua ardiente? ¿Qué otro dolor te resultaría tan íntimo que no renunciarías a él? ¿Qué otro dolor no estarías dispuesto a sacrificar?

3.21 Piensa que éstas no son preguntas sin sentido, hechas pa­ra vincular el amor y el dolor y, en consecuencia, dejarte desamparado. Esta manera de relacionar amor y dolor no tiene sentido, y sin embargo te permite entender. Estas preguntas simplemente prueban el valor del amor. ¿Qué otra cosa valoras más?

3.22 Tus pensamientos pueden conducirte a una docena de respuestas ahora mismo, para algunos serían más, para otros menos, según la tenacidad de los pensamientos que, con­ducidos por el ego, interpondrían la lógica en el camino del amor. Algunos otros pueden usar sus pensamientos de manera distinta y proclamar que eligen el amor y no el do­lor cuando en realidad lo que eligen es la seguridad a ex­pensas del amor. Nadie cree que puede tener el uno sin el otro, y entonces vivimos temiéndole al amor al mismo tiempo que lo deseamos por sobre todas las cosas.

3.23 No pienses que existe una manera en que el amor puede ser mantenido lejos de la vida. Por el contrario, ahora co­menzamos a observar cómo él juzga la vida, los juicios con que te ha provisto la experiencia, los que se basan en cuánto amor has recibido y cuánto te ha sido negado. Comen­zamos por aceptar simplemente las pruebas que tenemos de la fortaleza del amor. A esto regresaremos una y otra vez mientras aprendemos a reconocer qué es el amor.


4. LA EQUIDAD DEL AMOR

Toda tu larga búsqueda de pruebas de la existencia de Dios termina cuando reconoces qué es el amor. Y esta prueba también establece la prueba de tu existencia. Pues en tu anhelo de amor también reconoces anhelo por tu Ser
-4.4

4.1 ¿Tienes que amar a Dios para saber qué es el amor? Cuando amas con pureza, conoces a Dios, ya seas cons­ciente de ello o no. ¿Qué significa amar con pureza? Sig­nifica amar por amar. Simplemente amar. No tener falsos ídolos.

4.2 Antes de que puedas amar por amar, los falsos ídolos deben ser expuestos a la luz y en ella ser vistos como la na­da que son. ¿Qué es un falso ídolo? Aquello que crees que el amor te traerá. Tienes derecho a todo lo que el amor da, pero no a lo que crees que la adquisición del amor te pro­veerá. Este es un ejemplo clásico de la falta de reconoci­miento de que "el amor es".

4.3 El amor y el anhelo están tan íntimamente ligados porque quedaron vinculados en el momento de la separación, cuando nacieron simultáneamente la opción de apartarse del amor y la opción de regresar. El amor nunca se perdió, sino que quedó oscurecido por un anhelo que, interpues­to entre tú y tu Fuente, al mismo tiempo ocultaba Su luz y te advertía de Su presencia eterna. El anhelo es la prue­ba de la existencia del amor, pues aun aquí no anhelarías lo que no recuerdas.

4.4 Toda tu larga búsqueda de pruebas de la existencia de Dios termina cuando reconoces qué es el amor. Y esta prueba también establece la prueba de tu existencia. Pues en tu anhelo de amor también reconoces anhelo por tu Ser. ¿Por qué habrías de preguntarte quién eres tú y cuál es tu propósito aquí si no fuese porque reconoces, con el anhe­lo como testigo, aquello que temes no ser, pero seguramen­te eres?

4.5 Todo temor termina cuando queda establecida la prueba de tu existencia. Todo temor tiene su fundamento en la incapacidad para reconocer el amor y, por lo tanto, quién eres y quién es Dios. ¿Cómo podrías evitar el temor con una duda tan potente como ésta? ¿Cómo no habrías de re­gocijarte cuando la duda se desvanece y todo el espacio que antes ocupaba es llenado por el amor? Cuando la duda se disipa no quedan sombras. Nada se interpone entre el hijo de Dios y su Fuente. No hay nubes que oculten el sol y la noche se hace día.

4.6 Hijo de Dios, aquí eres extranjero pero no necesitas ser un extraño para tu Ser. En el conocimiento de tu Ser, toda amenaza de tiempo, espacio y lugar se disuelve. Todavía puedes caminar como extranjero, pero sin estar inmer­so en una niebla de amnesia que oscurece lo que sería una breve aventura y la reemplaza con sueños de terror y confusión tan desenfrenados que sentirse seguro es imposible mientras el día se hace noche sin fin en larga marcha ha­cia la muerte. Reconoce quién eres y la luz de Dios irá de­lante de ti, iluminando cada sendero y disipando la niebla de los sueños, de la que despiertas sin desasosiegos.

4.7 Sólo el amor tiene el poder de transformar este sueño de muerte en una conciencia lúcida de la vida eterna.

4.8. Ansiar, aprender, buscar, adquirir, la necesidad de poseer, la necesidad de guardar, la ambición, el apetito, la pa­sión... todas estas cosas que has fabricado para reempla­zar lo que ya tienes te conducirán de regreso tanto como pueden alejarte más. A dónde te llevará lo que has fabri­cado es tu decisión. Una decisión que, disfrazada de muchas maneras, se reduce sencillamente a ésta: ir hacia el amor o retirarte de él, creer que te es dado o quitado.

4.9 Amor es todo lo que cumple la ley de Dios en tu mundo. Lo demás supone que lo que uno tiene le es negado a otro. Y aunque el amor no puede ser aprendido ni practicado, hay una práctica que necesitamos realizar para reconocer la presencia del amor. Consiste en la práctica de vivir ba­jo la ley del amor, una ley de ganancias y nunca de pérdi­das, una ley que dice que cuanto más das, más recibes.

4.10 No hay perdedores y ganadores bajo la ley de Dios. A nin­guno se le da más que a otro. Dios no puede amarte a ti más que a tu prójimo, ni puedes tú recibir más amor de Dios que el que ya tienes, ni un lugar mejor en el Cielo. La mente, bajo la dirección del ego, se preocupa por ganar y perder, por luchar por un lugar mejor. El corazón no conoce estas distinciones, y quienes piensan que las ha apren­dido a través de los golpes y abusos de la experiencia pue­den alegrarse de que no es verdad. Crees en esta ilusión porque tu mente la ha fabricado. Tus pensamientos han repasado una y otra vez todo el sufrimiento que el amor te provocó y se aferra a esas ocasiones en que el amor falló porque no reconoce que el amor no puede fallar.

4.11 Tus falsas percepciones y expectativas acerca de tus herma­nos y hermanas son la causa de que creas que el amor pue­de fallar, perderse, quitarse o convertirse en odio. La falsa percepción de tu Padre ha derivado en que toda otra per­cepción sea falsa, incluyendo la que tienes de tu propio Ser.

4.12 Cuando piensas en actuar con amor, piensas que el amor se basa en sentimientos, por lo que debes desafiarlos. Amor no es ser amable cuando te sientes de mal humor. Amor no es hacer buenas obras de caridad y servicio. Amor no es ti­rar la lógica por la borda y actuar de un modo alocado que puede pasar como alegre pero no puede disfrazarse de go­zo. En tu mente tienes la imagen de alguien que crees que sabe qué es el amor. Quizá sea una persona mayor siem­pre amable y bondadosa, que no tiene palabras duras con nadie y no se obsesiona por su propio yo. Tal vez sea una madre cuyo amor es ciego y sacrificado. Otros pueden imaginar un matrimonio de muchos años en el que cada miembro se brinda por la felicidad del otro, o un padre de amor incondicional, o un sacerdote o pastor que orienta a los demás. A cada una de estas personas que admiras le ad­judicas atributos que tú no tienes y que algún día podrás tener cuando llegue la hora. Pues crees que esa actitud amable no es algo que te sirva ahora, que el amor ciego y sacrificado requiere un precio muy alto, que esa devoción está bien para alguien cuya pareja es mejor que la tuya, que el amor incondicional es bueno pero debe ser atemperado por el sano juicio. Y que la capacidad para orientar a los demás debe ser lograda mediante la adquisición de una sa­biduría que no está a tu alcance.

4.13 Vemos, en consecuencia, que tu imagen del amor se basa en la comparación. Eliges a alguien que señala aquello de lo que más careces y utilizas esa imagen para castigarte mientras afirmas que eso es lo que quieres.

4.14 Tus ideas sobre estar enamorado pertenecen a otra catego­ría muy distinta. En este contexto, el amor no sólo rebosa sentimientos sino también romance. Pocas veces este estado del amor es considerado duradero o como algo que pue­da mantenerse. Es la búsqueda de los jóvenes y el sueño de los ancianos. Es sinónimo de pasión y de un desborde de sentimientos que desafían al sentido común. Estar enamo­rado es ser vulnerable, pues por una vez el sentido común no ha podido hacerte actuar como se espera de ti, puedes olvidarte de cuidar tu corazón y esconder tu verdadero Ser. En verdad es peligrosa esta actitud en un mundo donde la confianza puede convertirse en desengaño.

4.15 Cada uno ha albergado un ideal de cómo sería la pareja perfecta, y ese ideal ha cambiado con el tiempo. Quienes están más atados al ego piensan en estatura y riqueza, en la belleza física y los condicionamientos de una buena crianza. Quienes son más inseguros piensan en una pareja que los colme de halagos, regalos y una atención incan­sable. Quienes valoran la independencia buscan una pareja sana, que no demande demasiado, compañera y amante que resulte conveniente dentro del marco de una vida ocupada.

4.16 Crees que puedes enamorarte de la persona inadecuada y hacer una mejor elección basada en criterios más impor­tantes que el amor. Crees, por lo tanto, que el amor es una elección, algo que se le da a algunos y no a otros. Y espe­ras ganar el juego que juegas, un elegido a quien le será devuelto cada gramo de amor que da. Juegas a hacer un balance con el don más sagrado de Dios y te rehúsas a dar amor cuando la ganancia es poca. Aun así, en esta reticen­cia reconoces la verdad de lo que el amor es.

4.17 En ninguna otra área de la vida esperas tanta justicia, o un intercambio tan equitativo. Entregas tu mente a una idea, tu cuerpo a un trabajo, tu día a actividades que no te interesan ni te satisfacen. Aceptas la paga dentro de los límites que has dispuesto, esperas que cierto grado de prestigio acompañe a determinados logros, aceptas que debes realizar determinadas tareas a fin de sobrevivir. En estos terrenos esperas que haya cierta equivalencia entre lo que das y lo que recibes. Esperas que tu esfuerzo pro­duzca resultados, que la cena que preparas sea apreciada, que tus ideas sean recibidas como inspiradas. Pero no te haces ilusiones. De hecho, a menudo supones lo con­trario y te sientes agradecido ante cada reconocimiento que el mundo te brinda por la forma en que pasas tus días. Pues si hay algo que haces es pasar los días, hasta que el número de días reservados para ti se agota y mue­res. La vida no es justa, dices, ni se supone que deba serlo. Pero el amor es distinto.

4.18 En esto tienes razón, pues el amor nada tiene que ver con tu imagen de la vida ni se parece a la forma en que pasas los días ni a la manera en que éstos han de terminar. En tu percepción de lo que haces aquí, el amor aparece como algo aparte. Crees que esta separación otorga poca relevan­cia al amor dentro de otras áreas de tu vida. Ves al amor como una cosa personal, algo que otra persona te da sólo a ti y que tú le das sólo a él o ella. Tu vida amorosa nada tiene que ver con tu vida laboral, con los asuntos que ata­ñen a la supervivencia, con tu capacidad para el éxito o tu estado de salud y bienestar.

4.19 Incluso tú que no reconoces qué es el amor proteges lo que llamas amor de las ilusiones que has fabricado.

4.20 Una cosa apartada de la locura del mundo resulta útil aho­ra. Quizá no sea aquello que el amor es, pero aquello que el amor es te ha guiado en la elección de apartar el amor de lo que tú llamas el mundo real, de lo que en realidad es la suma total de lo que tú has fabricado. El mundo que tanto te empeñas por navegar es aquello que tú has hecho de él, un lugar donde el amor no entra y, en verdad, no cabe. Pero el amor ha ingresado en ti para no abandonarte, por lo tanto tampoco tú debes tener lugar en ese mundo que has fabricado, debes tener otro donde te sientes en ca­sa y puedes morar en la presencia del amor.

4.21 Entre ustedes hay afortunados que han construido dentro de su mundo un lugar que recuerda al hogar. Es el lugar donde protegen el amor tras puertas cerradas. Es donde regresan luego de sus incursiones en el mundo que han fa­bricado y donde, una vez dentro, creen que dejan la locu­ra puertas afuera. En él se sienten seguros, rodeados de sus seres queridos. En él comparten las aventuras diarias, tra­tan de comprender las que pueden y dejan fuera las que no pueden, y en él recuperan las fuerzas necesarias para salir de nuevo por esas puertas al otro día. Pasas la vida con la intención de retirarte a ese lugar de amor seguro que has construido en un mundo de locura, con la esperanza de vi­vir hasta ver el día en que puedas dejar la locura atrás y se­guir encontrando amor tras de las puertas que has atrave­sado tantas veces en un viaje donde el tiempo se te ha ido ganándote el derecho a no tener que dejarlo más.

4.22 Hay quienes llaman egoísta a esta vida y se preguntan de qué manera los ocupantes de este sueño a medias feliz han obtenido el derecho de darle la espalda al mundo aun por las pocas horas en que hacen creer que pueden. Hay quie­nes están sólo dispuestos a aceptar, en sí mismos y en los demás, una interacción permanente con el mundo de locura. Son los enfadados que exigen de los demás que vuel­quen su amor en la locura y asuman la responsabilidad de los desatinos que se hicieron, que intenten restablecer orden en el caos, o cualquier otra cosa con tal de sentirse menos solos ante aquello que su enojo les muestra. El amor, dicen los enfadados, no puede apartarse, por lo que no sienten amor ni pueden verlo. Sin embargo, ellos también reconocen el amor tal como es cuando gritan: "No puedes tenerlo mientras estos otros no lo tienen. No puedes reser­varlo para ti cuando tantos lo necesitan".

4.23 Donde miras hallas pruebas de la diferencia del amor. Esta diferencia es tu salvación. El amor no es como las demás cosas que ocurren aquí. Por eso se le han construido lugares de culto, sacramentos que protegen su santidad y tu hogar alberga a quienes amas con mayor afecto.

4.24 Así es como tu percepción del amor te ha preparado para lo que es el amor. Pues dentro de ti está el altar para que adores, dentro de ti la santidad del amor ha sido resguar­dada, dentro de ti habita el Anfitrión que ama a todos con el mayor afecto. Dentro de ti está la luz que te mostrará aquello que el amor es y ya no lo apartará de la vida. El amor no puede ser llevado al mundo de la locura ni el mundo de la locura puede ser traído al amor. En cambio, el amor permite que veas un nuevo mundo, un mundo que te permitirá habitar en la presencia del amor.

4.25 Toma todas las imágenes que te has hecho del amor como algo apartado y extiéndelas más allá de las puertas del amor. ¿Acaso un mundo de amor significaría diferencia al­guna para quienes han cerrado sus puertas al mundo? Los alcances de su mundo de amor serían vastos si el amor se uniera al mundo. No habría necesidad de que los enfadados conserven su enojo si el amor se uniera al mundo. Pero el amor en verdad se une al mundo, y en la unión habi­ta, mostrando su carácter sagrado.

4.26 El mundo no es sino un reflejo de tu vida interior, la rea­lidad que todas tus estrategias y defensas no te mostra­ron y para la cual no te prepararon. Te preparas para todo lo que ocurre fuera de ti y no para lo que ocurre dentro de ti. Sin embargo, es la unión que tiene lugar en tu inte­rior la que produce la unión de todo el mundo, para que todo el mundo vea. La unión del mundo en el interior es el reconocimiento de aquello que el amor es, a salvo den­tro de ti y de tu hermano cuando se unen en la verdad. No pienses que esta unión es una metáfora, una sucesión de palabras bellas que te darán consuelo si las tienes en cuenta, un sentimiento más en un mundo donde las palabras bonitas reemplazan aquello que significan. Esta unión es la meta que buscas, la única meta digna de la lla­mada del amor.

4.27 Esta meta se distingue de todas las demás metas del amor. Es una meta que no está en contacto con lo que percibes como un mundo desamorado. No tiene relación con el mundo que está fuera de ti, sino con el mundo interior, donde en presencia del amor el mundo exterior y el mun­do interior se hacen uno para dejar atrás la visión del mun­do que tú has llamado tu casa. Este mundo extraño donde te has sentido tan solo y asustado persistirá un poco más pero ya no te aterrorizará, hasta que finalmente se di­solverá en la nada de donde vino mientras un nuevo mun­do emerge para ocupar su lugar.

5. LA RELACIÓN

En cada unión, en cada entrega existe el amor: Cada unión, cada entrega es precedida por una suspensión del juicio. Por lo tanto, no es posible unirse a lo que se juzga. Lo juzgado permanece fuera de ti, y es lo que permanece fuera lo que te invita a hacer aquello que el amor no haría. Lo que permanece fuera es todo lo que no se ha unido a ti. Lo que se ha unido a ti deviene real en la unión, y sólo el amor es real.
-5.12

5.1 La presencia de Cristo en ti es plenamente humana y ple­namente divina. Como plenamente divina, nada le es desconocido. Como plenamente humana, ha olvidado todo. Por lo tanto, volveremos a aprender lo que, como el Uno, ya sabemos. Esta unión de lo humano y lo divino se gesta en la presencia del amor, a medida que su reconocimiento derrumba todo aquello que te provoca temor y sufrimien­to. Esta unión de lo humano y lo divino es tu propósito aquí, el único propósito digno de tus pensamientos.

5.2 Tú que has llenado tu mente de divagaciones sin sentido y pensamientos que no piensan en nada que sea real, alé­grate de que existe un camino para poner fin a este caos. El mundo que ves es un caos y en él no hay nada digno de confianza, tampoco tus pensamientos. Por ello necesitan ser consagrados de nuevo, dedicados al único propósito digno de pensar: el propósito de unirte a tu verdadero Ser, el Cristo en ti.

5.3 Lo dije antes: es sólo a través de la unión conmigo que aprendes, porque es sólo en unión conmigo que eres tu Ser. Ahora debemos expandir tu comprensión de la unión y la relación, así como tu comprensión de mí.

5.4 La unión es imposible sin Dios. Dios es unión. ¿Acaso no es semejante a decir Dios es Amor? El amor es imposible sin unión. Lo mismo vale para la relación. Dios crea toda relación. Cuando tú piensas en la relación, piensas primero en una relación y luego en otra, la que compartes con tal o cual persona amiga, con tu esposo o esposa, con un hijo, empleado o empleador, o un pariente. Al pensar en estos términos tan específicos no percibes el sentido de la relación: ésta, en sí misma, es sagrada.

5.5 La relación existe aparte de los particulares. Esto es lo que no puedes concebir y lo que tu corazón necesita aprender de nuevo. Toda verdad es generalizable porque la verdad no se ocupa de los detalles específicos ni de las formas de tu mundo. Tú piensas que la relación existe entre un cuerpo y otro, y mientras sigas pensando así, no entenderás la rela­ción o la unión ni llegarás a reconocer el amor tal como es.

5.6 Relación es lo que existe entre una cosa y otra. No es ni una cosa ni la otra. Tampoco es una tercera cosa, en el sen­tido de un tercer objeto, sino algo distinto. Cuando vas a escribir algo, eres consciente de que existe una relación entre tu mano y un lápiz, pero es una relación que das tan por sentada que has olvidado que existe. Toda verdad anida en la relación, inclusive en una tan simple como ésta. El lápiz no es real, ni la mano que lo toma. Pero la rela­ción entre ellos sí lo es. "Cuando dos o más se reúnen" no es una apelación a los cuerpos para que se unan. Es una declaración que describe lo auténticamente real, la única realidad que existe. Esa reunión es lo real y es la causa de que toda la creación entone un cántico de júbilo. Ningu­na cosa existe sin la otra. Causa y efecto son una misma cosa. Por lo tanto, ninguna cosa puede causar otra sin que sean una o estén unidas en la verdad.

5.7 Empezamos a trazarte un nuevo cuadro, un cuadro de co­sas que antes eran invisibles a tus ojos pero que tu corazón veía. Tu corazón conoce el amor sin verlo. Tú le das forma y dices: "Amo a esta persona" o "Amo aquello", sin embar­go tú sabes que el amor existe independientemente del ob­jeto de tu afecto. El amor está más allá del marco de este mundo. Tú te aferras a objetos para atraparlo y ponerle un marco a su alrededor, exhibirlo en la pared como un cuadro y decir: "El amor es esto". Pero cuando lo has atrapado y colgado para que todos lo vean y contemplen, te das cuen­ta de que eso no es el amor. Comienzas entonces a erigir tus defensas, las evidencias que citas para decir: "En verdad, esto es el amor y lo tengo aquí. Cuelga de mi pared y lo veo. Es mío, lo poseo, conservo y cuido. Mientras permanezca donde puedo verlo, es real y yo estoy a salvo".

5.8 "Ah", piensas cuando encuentras amor, "ahora mi corazón canta; ahora sé qué es el amor". Y asocias el amor que has encontrado a la persona en quien lo has encontrado e inme­diatamente buscas preservarlo. Hay millones de museos del amor, muchos más que altares. Sin embargo, tus museos no pueden preservar el amor. Te has convertido en coleccionis­ta antes que recolector. Tu temor ha crecido tanto que por se­guridad coleccionas todo lo que podría combatirlo. De manera semejante al marco del amor que cuelga en tu pared, las colecciones que llenan tus estantes, ya sean de ideas, dinero o cosas para contemplar, son intentos desesperados de guardar para ti algo apartado de lo demás. Al separar el amor, reconoces que no tiene lugar aquí, pero también te separas tú y todo aquello que defines como valioso. Construyes tus bancos, así como tus museos y palacios al amor y dejas de ver los becerros de oro que se esconden en sus paredes.

5.9 Esta compulsión a preservar las cosas no es sino afán por dejar una marca en el mundo, una marca que diga: "He conseguido mucho durante mi permanencia en este mun­do. Estas cosas que amo son las que dejo, mi legado, las que declaran que yo estuve aquí". Una vez más la idea es correcta, pero tan fuera de lugar que se convierten en una burla de lo que eres. El amor marca tu lugar, pero en la eternidad, no aquí. Lo que dejas atrás nunca es real.

5.10 El amor reunido es una celebración. El amor coleccionado no es más que una imitación. Es necesario reconocer y com­prender esta diferencia, así como el impulso de separar el amor de todo lo demás, pues la comprensión de estos im­pulsos puede ser tan esclarecedora que puede comenzar a traer salud a un mundo insano.

5.11 Todavía no crees ni comprendes que los impulsos que sientes son reales y que no son ni buenos ni malos. Tus sentimientos auténticos provienen del amor, pero tu respuesta a ellos está orientada por el temor. Incluso los sen­timientos de destrucción y violencia provienen del amor. Tú no eres malo y no tienes sentimientos que puedan ser calificados de malos. Pero estás desorientado respecto del significado de tus sentimientos y cómo estos pueden traer amor a tu vida y llevar tu vida al amor.

5.12 Las lecciones del amor se aprenden comprendiendo la re­lación entre lo que sientes y lo que haces. Cada sentimien­to pide que te entregues a una relación con él, pues en él encontrarás amor. En cada unión, en cada entrega existe el amor. Cada unión, cada entrega es precedida por una suspensión del juicio. Por lo tanto, no es posible unirse a lo que se juzga. Lo juzgado permanece fuera de ti, y es lo que permanece fuera lo que te invita a hacer aquello que el amor no haría. Lo que permanece fuera es todo lo que no se ha unido a ti. Lo que se ha unido a ti deviene real en la unión, y sólo el amor es real.

5.13 ¿Puedes ver el lado práctico de esta lección? ¿Qué te­rror puede causar un impulso violento que, cuando se une al amor, se convierte en otra cosa? Un impulso violento puede significar muchas cosas, pero siempre detrás de él existe un fuerte deseo de paz. Esta paz puede sig­nificar la destrucción de lo viejo, y el amor puede facili­tar el ascenso y caída de muchos ejércitos. ¿Qué huestes de destrucción pueden sacudir al mundo cuando se acer­can al amor?

5.14 Dentro de ti el mundo está seguro y a salvo. No reina el terror ni acechan en la noche las pesadillas. Una vez más describiré la diferencia entre lo que está dentro y lo que está fuera. Adentro está todo lo que se ha unido a ti, afuera está todo lo que mantienes separado. Toda rela­ción que hayas tenido alguna vez permanece dentro de ti. Mientras que todo aquello que has apartado, rotulado, juzgado y apilado en los estantes permanece fuera de ti.

5.15 En esto consisten los dos mundos. Aquel que ves como real es el que mantienes fuera de ti y puedes ver con los ojos del cuerpo. Aquel que no ves y en el que no crees es el que no puedes ver en el exterior. Sin embargo, este último es el real. Ver ese mundo real en el interior requiere otro tipo de visión: la visión del corazón, la visión del amor, la visión de Cristo en ti.

5.16 Te asomas a la puerta de tu casa y ya sea que veas ilumi­nadas calles urbanas, o calles atestadas de desperdicios y delincuencia, o campos sembrados, afirmas que ése es el mundo real. Es el mundo al que sales para ganarte la vida, recibir educación, encontrar pareja. La casa en la que moras, en cambio, como tu mundo interior, es donde vives la vida que tiene mayor sentido. Es donde se forman tus valores, donde tomas decisiones, donde hallas seguridad. La comparación no es ociosa. Tu hogar está dentro de ti y es real, tan real como parece serlo la casa que has hecho dentro del mundo. Puedes decir que el mundo real está fuera de ti del mismo modo en que imaginas que el mun­do real está más allá de las puertas de tu casa, pero decirlo no lo convierte en verdad.

5.17 Tu deseo continuo de mantener una relación con el mun­do que está fuera de ti es la única causa de que ese mun­do permanezca. Esto se debe a que no defines la relación como una unión. Aquello con lo que te unes deviene real. Cuando lo integras en tu interior lo conviertes en real porque lo conviertes en uno con tu Ser real. Esto es lo real. Todo aquello con lo que no te unes permanece fue­ra de ti y es una ilusión, pues lo que no es uno contigo no existe.

5.18 De esta manera te conviertes en un cuerpo que se mueve en un mundo ilusorio donde nada es real y nada sucede en verdad. Este mundo ilusorio está lleno de cosas que te han dicho y te has dicho que debes hacer pero no quieres. Cuantas más cosas de estas haya en tu vida, más se empequeñece tu realidad. Todo lo que podría unirse a ti y con­vertirse en parte del mundo real de tu creación queda fue­ra de tu alcance.

5.19 Nada hay en tu mundo que no pueda convertirse en sa­grado mediante la relación contigo, pues tú eres esa san­tidad. No lo sabes porque llenas tu mente y dejas vacío el corazón. Tu corazón sólo se llena mediante la relación o la unión. Un corazón lleno supera a una mente llena, pues no deja lugar para los pensamientos insensatos sino sólo para aquello que es real.

5.20 Queda entonces propuesto el primer ejercicio —y el úni­co— de este curso para tu mente: consagra tu pensamien­to a la unión. Cuando tu mente se llena de pensamientos sin sentido, cuando aparecen resentimientos, cuando te in­vaden las preocupaciones, repite el pensamiento que abre el corazón y despeja la mente: "Consagro todo pensamien­to a la unión". Toda vez que necesites reemplazar pensa­mientos sin sentido, piensa en esto y repítelo una y cien veces si es necesario. No necesitas imaginar con qué reem­plazarás tus pensamientos sin sentido, pues tu corazón in­tercederá satisfaciendo su anhelo de unión tan pronto co­mo hayas expresado tu voluntad de dejar que lo haga.

5.21 Todavía no comprendes la tenacidad de tu resistencia a la unión que transformaría el infierno en cielo y la locura en paz. Todavía no comprendes tu habilidad para elegir aque­llo a lo que das realidad al crear tu mundo. El único sig­nificado del libre albedrío es éste: qué eliges unir contigo y qué eliges dejar fuera.

5.22 Tu deseo de separación es el más insano de todos cuantos hayas concebido. Por encima de tu anhelo de unión colo­cas este deseo de estar solo y separado. En él fundamentas tu resistencia a Dios. Crees que has elegido distanciarte de Dios para poder seguir tu propio camino, pero al mismo tiempo que anhelas regresar a Dios y al cielo que es tu hogar, no quieres admitir que no puedes hacerlo solo. Has convertido a la vida en una prueba y crees que puedes pasarla o fracasar por tus propios méritos. Sin em­bargo, cuanto más te esfuerzas para lograrlo, más te das cuenta de la futilidad de tus esfuerzos, aunque no quieras admitirlo. Te aferras al esfuerzo como si fuese el camino a Dios y no quieres creer que todo esfuerzo es en vano y que existe una solución más simple. Pero en tu mundo, la so­lución simple que no exige lucha carece de valor. El indi­viduo, te dices, se hace mediante el esfuerzo y sin éste no existiría. En esto tienes razón, pues mientras pretendes ser un individuo, niegas la unión con los demás.

5.23 Todos tus esfuerzos por ser un individuo se concentran en la vida del cuerpo. Tu concentración en la vida del cuerpo pretende mantenerlo separado. "Ganar" es tu expresión preferida mientras luchas por superar todos los obstáculos y adversidades que te impiden tener todo lo que crees que quieres tener. Ésta es tu definición de la vida, y mientras rige define lo que ves como real. Te presenta miles de op­ciones, no una vez sino muchas, hasta que crees que tu po­der de elección es una fantasía y en realidad eres impoten­te. En consecuencia, reduces aquello que quieres y sales en su busca con toda determinación, convencido de que la única opción que está bajo tu control te exige esfuerzo y trabajo. Crees que si dejas de lado todo lo demás y te concentras sólo en esta opción, tarde o temprano alcanzarás el éxito. Así se expresa la fe en tu capacidad de maniobra en el mundo que has creado; y si finalmente logras el éxito, sientes que esa fe está justificada. No te detienes a exami­nar el costo. Sin embargo, éste pronto se torna evidente. En vez de sentir que has ganado, te encuentras intentando superar una sensación de pérdida. ¿En qué te equivocaste?, te preguntas. ¿Por qué no estás satisfecho con todo lo que has logrado?

5.24 Una vez que lo has logrado, este conseguir lo que quieres que arrastra tu vida demuestra que no es, precisamente, lo que querías. Cuando esto ocurre, simplemente crees que elegiste mal, por lo tanto eliges otra cosa y luego otra más, sin detenerte a considerar que estás eligiendo entre ilusio­nes. ¡Y te sorprendes de no haber encontrado la felicidad! Mientras tanto, sigues viviendo la vida como una prueba, obligándote a un logro tras otro, seguro de que el próxi­mo será el que vale.

5.25 Pero es un engaño, pues lo que fracasó una vez seguramente fracasará de nuevo. Necesitas detenerte ahora mis­mo y abandonar lo que crees que quieres.

5.26 Detente ahora y observa ahora tu reacción a estas palabras y la tenacidad de tu resistencia. ¿Abandonar lo que quieres? Sin duda esto es lo que esperabas que Dios te pidiera y aquello de lo cual te has cuidado toda la vida. ¿Por qué tendrías que hacer este sacrificio? ¿Para qué vivirías? Quieres tan poco, ¿cómo se te puede pedir que lo aban­dones?

5.27 En verdad quieres poco, y sólo cuando tomas conciencia de esto puedes recuperar todo lo que es tuyo.

5.28 Con cada unión a la que te entregas, tu mundo real se agranda, al mismo tiempo que decrece aquello que te aterroriza. Ésta es la única pérdida provocada por la unión, y no es más que la pérdida de una ilusión. A me­dida que la unión te resulta más atractiva, comienzas a preguntarte cómo se produce. Debe haber algún secreto que no conoces. ¿Cuál es la diferencia entre propo­nerte una meta y alcanzarla, y unirte con algo?

5.29 No es necesario que sean dos cosas aparte, pero lo son por tu propia elección, la elección de lograr por ti mismo lo que quieres. Ésta es la diferencia entre unión y separación. Separación es todo lo que percibes solo. Unión es todo aquello que me invitas a compartir y compartes con Dios. No estás solo ni estás sin tu Padre, pero la invitación es necesaria para que tomes conciencia de esa presencia. Así como yo lo fui, tú eres simultáneamente humano y divino. Aquello que tu yo humano ha olvidado, tu verdadero Ser lo resguarda a la espera de que le des la bienvenida para dártelo a conocer una vez más.

5.30 A Dios lo conoces en las relaciones, pues éstas son lo úni­co real. Dios no puede ser visto en las ilusiones ni puede ser conocido por quienes le temen. Todo temor es temor a las relaciones y, por consiguiente, miedo a Dios. Puedes aceptar el terror que reina en otra parte del mundo porque no te sientes relacionado con él. Sólo en la relación las cosas se vuelven reales. Eres consciente de esto y por lo tanto te esmeras por mantener lejos de ti todo aquello que se sumaría a tu desasosiego y sufrimiento. Pero pensar que una relación puede provocar terror, desasosiego o sufri­miento es un error.

5.31 Crees que estar en contacto con la violencia es tener una relación con ella. No es así. Si lo fuera, estarías unido a todo aquello con lo que entras en contacto, el mundo sería el cielo y todo lo que ves sería bendecido por tu san­tidad. El hecho de que andes por el mundo sin relacio­narte con él es lo que provoca tu alienación del cielo que podría ser

5.32 Recuerda ahora un día maravilloso. Todo el mundo ha tenido por lo menos un día brillante en un mundo de oscu­ridad. Un día en que el sol brillaba en tu mundo y tú te sentías parte de todo. Cada árbol y cada flor te daban la bienvenida. Cada gota de agua parecía refrescar tu alma y cada soplo de brisa te transportaba al cielo. Cada sonri­sa parecía dirigida a ti y tus pies parecían apenas tocar el suave cielo que pisabas. Esto es lo que te espera cuando te unes con lo que ves. Esto es lo que te espera cuando de­jas de juzgar al mundo, con lo cual te unes a todo y extien­des tu santidad sobre un mundo de pesares para que se convierta en un mundo de alegría.



6. PERDÓN / UNIÓN

El desafío ahora reside en crear antes que adquirir. Con la paz, los logros se trasladan al ámbito donde realmente vale la pena desearlos y donde realmente pueden tener lugar. Y con esos logros llegan la libertad y el desafío de crear. La creación se convierte en la nueva frontera, la ocupación de quienes son demasiado jóvenes como para descansar, demasiado interesados en vivir como para darle la bienvenida a la paz de la muerte. Aquellos que no pudieron cambiar ni un ápi­ce del mundo mediante su esfuerzo, en paz crean el mundo de nuevo.
-6.17

6.1 La unión descansa sobre el perdón. Ya has oído esto antes pero no comprendes qué cosa deberías perdonar. Debes perdonar la realidad por ser como es. La realidad, lo auténticamente real, es la relación. Debes perdonar a Dios por crear un mundo en el que no puedes estar solo. Debes perdonar a Dios por crear una realidad que se comparte, antes de estar en condiciones de comprender que ésta es la única realidad que quieres. Debes perdonar esta reali­dad por ser diferente de lo que imaginaste. Debes perdo­narte a ti mismo por no poder hacer las cosas por tu cuenta. Debes perdonarte a ti mismo por ser lo que eres, un ser que sólo existe en relación. Debes perdonar a todos por ser como tú. Ellos tampoco pueden estar separados por más empeño que pongan. Perdónalos. Perdónate. Perdo­na a Dios. Entonces estarás preparado para entender cuán diferente es vivir en la realidad de la relación.

6.2 Tu hermano no existe aparte de ti, ni tú de tu hermano. Esta es la realidad. Tu mente no está contenida dentro de tu cuerpo sino que es una con Dios y la compartes con todos tus semejantes. Ésta es la realidad. El corazón que es centro de tu ser es centro de todo lo que existe. Ésta es la realidad. Ninguna de estas cosas te hace menos de lo que habías percibido ser, pero hace imposible que estés sepa­rado. Puedes desear lo imposible hasta el fin de tus días, pero no puedes tornarlo posible. ¿Por qué no perdonas al mundo por ser distinto de lo que creías y comienzas a aprender cómo es en realidad? Para eso existe el mundo, y cuando hayas aprendido lo que tiene para enseñarte, ya no lo necesitarás, lo dejarás ir con alegría y en su lugar ha­llarás el cielo.

6.3 Esto es lo que te enseñan todas las palabras, símbolos, formas y estructuras de tu mundo de la manera más simple y directa posible. No estás solo ni separado, nunca lo estu­viste y nunca lo estarás. Todas las ilusiones pretenden ocultar este hecho porque preferirías otra cosa. Sólo cuando dejes de desear lo que no puede ser podrás ver aquello que es.

6.4 Quienes menos me aceptaron como profeta y salvador fueron aquellos que más se parecían a mí, los que me vieron crecer, trabajaron junto a mis padres y vivieron en el mismo pueblo. Fue porque sabían que yo no era diferen­te de ellos y no podían aceptar que eran iguales a mí. Tanto ellos en su tiempo como tú ahora no son diferentes de mí. Somos semejantes porque no estamos separados. Dios creó el universo como un todo interrelacionado. El hecho de que el universo es un todo interrelacionado ni siquiera es discutido por la ciencia. Aquello que has construido pa­ra ocultar tu realidad se ha convertido, con la ayuda del Espíritu Santo, en lo que te enseñará a entenderla. Pero aun así te rehúsas a escuchar y aprender. Todavía prefie­res que las cosas sean distintas y, por el solo hecho de pre­ferirlas, eliges que sean así.

6.5 ¡Haz una nueva elección! La elección que tu corazón anhela hacer y que tu mente encuentra cada vez más difícil negar. Cuando eliges la unión antes que la separación eli­ges la realidad antes que la ilusión. Acabas con la oposi­ción eligiendo la armonía. Acabas con el conflicto eligien­do la paz.

6.6 Todo esto es obra del perdón. El perdón del error original: la elección de creer que eres un ser separado a pesar de que no es así ni podrá serlo jamás. ¿Qué creador amoroso crearía un universo donde fuese posible la separación? Un ser aparte sería un ser creado sin amor, pues el amor crea a su semejanza y es uno con aquello que ha creado. Darte cuen­ta de esta simple verdad te iniciará en el camino del apren­dizaje de lo que tu corazón quiere que aprendas.

6.7 El hecho de que no estés solo en el mundo demuestra que no estás hecho para la soledad. Todo lo que hay a tu alre­dedor te ayuda a percibir de manera correcta, y luego a ir más allá de la percepción, hacia la verdad.

6.8 ¿Qué es lo opuesto de la separación sino estar unido en una relación? Todo lo que se une en relación contigo es sa­grado porque tú lo eres. Cualquiera de los contrastes que ves lo ejemplifica. Sólo ves el mal en relación con el bien. Ves el caos en relación con la paz. Cuando ves cada una de estas cosas como una entidad aparte no ves lo que la re­lación te muestra. El contraste pone en evidencia, por eso es una de las herramientas favoritas del Espíritu Santo. El contraste revela la relación que existe entre la realidad y la ilusión. Cuando eliges negar esta relación, optas por un sistema de pensamiento basado en lo contrario de tu rea­lidad. Por lo tanto, cada negación de la unión revela su opuesto. Lo que está separado de la paz es caos. Lo que está separado del bien es maldad. Lo que está separado de la verdad es locura. Puesto que no puedes estar separado, todos estos factores que se oponen a tu realidad sólo exis­ten por contraste con ella. Esto es lo que eliges crear cuando pretendes ser lo que no puedes ser. Eliges vivir en opo­sición a la verdad, y la oposición es algo que tú construyes.

6.9 ¡Vuelve a elegir! Y abandona el temor a lo que la realidad puede traerte. ¿Qué podría ser más insano que aquello que ahora llamas cordura? ¿Qué pérdida puede haber cuando te unes a aquello que es semejante a ti? Está a sólo un paso de donde te encuentras ahora, tan indefenso y solo.

6.10 Sin embargo, temes. Y mantener el temor te tiene muy ocupado. Avivas su fuego para que no se apague y te deje inmerso en una tibieza que no es de este mundo. Ésta es la tibieza en que vivirías, una tibieza tan abarcadora que el frío del invierno no le haría mella. Pero aun así eliges el fuego. Eliges el fuego del infierno antes que la luz del cie­lo. Sólo tú puedes atizar el fuego y por eso te resulta de­seable. Una tibieza que no es de este mundo, que se ofre­ce libremente sin que tengas que trabajar por ella, te provoca desconfianza. ¿Cómo puede ser para ti si no tie­nes que invertir ningún esfuerzo para ganártela? Y aun si fuese verdad, ¿qué tiene? Algunos —te dices— se van a vivir cerca del ecuador donde el sol brilla todos los días y no hay necesidad de encender un fuego. Pero tú no. Tú —te dices— prefieres las cuatro estaciones, el frío y el ca­lor, la nieve y la lluvia, la oscuridad de la noche y las nubes que ocultan el sol. ¿Qué sería la vida sin ellas? El sol perpetuo sería demasiado fácil, carente de imaginación, estéril. Tener todos los días lo mismo no sería interesante por ahora. Tal vez más adelante, cuando seas viejo y te ha­yas cansado del mundo. Tal vez entonces te sientes al sol.

6.11 Éste es el cielo según tu mente, el significado de la unión, el rostro que le das a la paz eterna. Con semejante visión en tu mente no es ninguna sorpresa que la rechaces o que la postergues hasta el final de tus días. Un cielo como és­te es para los ancianos y desvalidos, para aquellos prontos a abandonar el mundo, para quienes ya se han cansado de él. ¿Qué tendría de divertido un cielo así para los que to­davía son jóvenes y están llenos de vigor? ¿Para los que están dispuestos a enfrentar otra batalla o aún no han pro­bado todos los desafíos? Si todavía queda una montaña para escalar, ¿por qué elegir el cielo? Puedes elegirlo más tarde, cuando la enfermedad haya tomado el control de tus miembros y tu mente ya no corra en busca de lo que vie­ne después.

6.12 El entusiasmo por la vida y el entusiasmo por el cielo apa­recen como cosas opuestas. El cielo y su ambiente de paz eterna pueden quedar —piensas— para el fin de los días, y gritas que es injusto cuando un joven abandona la vida. El cielo no es para los jóvenes, dices. Es injusto que aque­llos que mueren jóvenes no hayan tenido la oportunidad de vivir, la oportunidad de enfrentar las luchas y los desa­fíos, la llegada del nuevo día y el ocaso de lo viejo. Qué pe­na que no hayan tenido la oportunidad de marchar solos por la vida y ser lo que podrían haber sido. Les adjudicas tus valores, pues tú vives para lo que está por venir, con la esperanza de que no sea como lo anterior. Pues cada de­safío que enfrentas es un llamado a enfrentar el próximo. Y cada uno llega para reemplazar el anterior con la espe­ranza de que, ahora sí, éste sea el que vale, y al mismo tiempo la esperanza de que no lo sea.

6.13 Tener éxito es como una pequeña muerte, un duelo del que debes salir rápido hacia donde te espera un nuevo de­safío y una nueva razón para existir. Devoras inmediatamente la zanahoria que sostienes delante de ti para reali­mentar el círculo. Así como comes para saciar tu hambre y poco después sientes hambre de nuevo, tu vida necesita un círculo similar perpetuo para mantener la realidad que le has construido. "Luchar por el éxito y tener éxito para luchar un día más" es la vida que te has hecho y la que temes que sea reemplazada por el cielo. Dejar de lado la idea de que en esa vida reside el sentido, se logra satisfacción y se construye la felicidad es considerado una rendición. Es entonces en estos momentos que invocas la ayuda del cielo, cuando pareces estar próximo a rendirte, pues nunca sientes tanta necesidad de ayuda como cuando tus pro­yectos fracasan y la resignación se transforma en una al­ternativa más tentadora que la perseverancia.

6.14 Muy pocos piden la gracia de abandonar lo que ha sido por lo que podría ser. Consideras que rendirte es un fracaso, y esto es a lo que más temes. No tener éxito en la vida sería en verdad un fracaso, siempre y cuando fuese posible. Sin embargo te aferras a esta posibilidad, pues crees que sin posibilidad de fracaso no existe posibilidad de éxito. Los contrastes que ves en tu estado de separación crean situa­ciones en las que sientes que sólo hay lugar para una co­sa "o" la otra y que debes optar por una "u" otra. Pero si bien optar por el cielo es en verdad una opción por abandonar el infierno y la verdad es la opción de renunciar a las ilusiones, la alternativa no es real, pues en la verdad las ilusiones se desvanecen y en el cielo queda abolido todo pensamiento sobre el infierno.

6.15 ¿Cómo puedo convencerte de que deseas la paz si no la conoces? Quienes alguna vez adoraron becerros de oro lo hicieron porque no conocían otra opción. Para ellos, la idea de un dios de amor era tan extraña como lo es para ti la idea de una vida de paz. Ha cambiado lo que es extra­ño para el mundo, pero no ha cambiado el mundo. Los que conviven con la guerra buscan la paz. Los que viven un fracaso buscan el éxito. Dicho de otro modo, buscas sen­tido en un mundo insano, buscas sentido en lo que no tie­ne sentido, buscas un propósito en lo que no tiene propó­sito.

6.16 ¿Cómo puedo hacer que la paz sea atractiva para ti que no la conoces? La Biblia dice: "El sol brilla y la lluvia cae sobre malos y buenos por igual". ¿Por qué crees, enton­ces, que la paz es un sol perpetuo? La paz es simplemen­te disfrutar tanto del sol como de la lluvia, de la noche co­mo del día. Cuando no juzgas, la paz brilla sobre todo lo que miras, así como sobre toda situación que enfrentas.

6.17 Las situaciones también son relaciones. Cuando la paz está presente en tus relaciones, las situaciones también se revelan tal como son y puedes verlas bajo la luz del cielo. Las situaciones ya no chocan unas contra otras tornando im­posible que cumplas con lo que te propones. El desafío ahora reside en crear antes que adquirir. Con la paz, los logros se trasladan al ámbito donde realmente vale la pe­na desearlos y donde realmente pueden tener lugar. Y con esos logros llegan la libertad y el desafío de crear. La crea­ción se convierte en la nueva frontera, la ocupación de quienes son demasiado jóvenes como para descansar, de­masiado interesados en vivir como para darle la bienveni­da a la paz de la muerte. Aquellos que no pudieron cam­biar ni un ápice del mundo mediante su esfuerzo, en paz crean el mundo de nuevo.

6.18 Aquí encuentran la más amable de las respuestas a sus preguntas. No requiere tiempo ni dinero ni el sudor de la frente cambiar el mundo: requiere sólo amor. Un mundo perdonado es un todo completo, y en su plenitud es uno contigo. Es aquí, en la plenitud, donde mora la paz y está el cielo. Es en la plenitud donde el cielo espera por ti.

6.19 Piensa ahora en esto: ¿Cómo podría el cielo ser un lugar diferente? ¿Un pedazo de geografía distinto del resto? ¿Cómo podría no abarcarlo todo y aun así ser lo que es: hogar del hijo amado de Dios y morada de Dios mismo? Es porque Dios no está separado de nada que tú tampo­co lo estás. Es porque Dios no está separado de nada que el cielo está donde tú estás. Es porque Dios es amor que todas tus relaciones son santas, y a partir de ellas puedes encontrar el camino a Él y a tu santo Yo.

6.20 ¿Tus relaciones con tus seres queridos quedan truncas cuando abandonan este mundo? ¿Acaso no piensas todavía en ellos? ¿Y no piensas en ellos como los que eran en vida? ¿Cuál es la diferencia, en tu mente, entre lo que fueron y lo que son después de la muerte? Si eres honesto ad­mitirás una noción de que ellos todavía existen, pero sin el peso del cuerpo, sin los límites que imperan sobre los que quedan. Tal vez todavía los imaginas con forma cor­poral, pero los imaginas felices y en paz. Aun aquellos que proclaman no creer en Dios o en una vida después de la muerte admiten que ésta es una imagen que ilumina sus mentes con paz y esperanza. Esta imagen es tan antigua como el cielo y la tierra y todo lo que está más allá. No sur­gió de la fantasía ni pasó de una mente a otra como suelen hacerlo los cuentos. Es parte de tu conciencia de quien eres, una conciencia que niegas para dar paso a pensa­mientos de muerte tan sombríos que hacen de la vida una pesadilla.

6.21 Tu negación de los pensamientos felices te ha llevado a una vida de infelicidad. Adoptas pensamientos de terror y pecado, pero a los pensamientos de resurrección y vida nueva los acallas antes de que tengan oportunidad de nacer y los llamas ingenuos. ¿Qué daño crees que te pueden hacer los pensamientos felices? A lo sumo puedes creer que son engañosos. Y a lo que temes es al desengaño. Todo aquello que alguna vez has deseado en la vida y no has podido cumplir lo usas como prueba para negarte las es­peranzas de cualquier clase. No puedes entender la dife­rencia entre desear lo que nunca puede ser y aceptar lo que es.

6.22 Así las cosas, el mundo te decepcionará sin remedio, pues tu concepto de él se basa en el engaño. Te has engañado sólo a ti mismo, y tu engaño no ha cambiado aquello que es ni logrará hacerlo jamás. Sólo Dios y Sus colaboradores pueden llevarte del engaño a la verdad. Has tenido tanto éxito en engañarte que ya no puedes ver la luz sin ayu­da. Pero únete a tu hermano y la luz comenzará a brillar, pues todos están aquí para ayudarte. Este es el propósito del mundo y del amor: poner fin al autoengaño y regresarte a la luz.